No será exactamente como en un aeropuerto, pero se va a parecer bastante. Desde hoy, las reglas de juego para entrar a la catedral de Santiago han cambiado. Lejos queda, y no sólo en el tiempo, aquella Edad Media en la que se permitía a los peregrinos incluso dormir en el templo gracias a la ayuda del botafumeiro y sus apropiadas cualidades para disimular los olores corporales. A partir de esta mañana, los que accedan a la basílica del Apóstol tendrán que esperar si el aforo está completo, les estará vedado el acceso al templo con mochilas ni bolsas grandes y podrán verse sometidos a controles aleatorios de detección de metales.

Los que hayan viajado en avión ya conocen los detectores de metales de mano, también llamados por los profesionales del sector "raquetas". Será ese el dispositivo utilizado por los miembros de la compañía Segur 10, encargada de la vigilancia de la catedral desde hoy hasta que el 31 de diciembre se levante otra vez la pared que sella la Puerta Santa y que proclama que el Año de la gran perdonanza ha tocado a su fin.

Límite de plazas

No obstante, tal y como explica el gerente de Segur 10, no será esa la única novedad con la que se encontrarán los peregrinos y los turistas que se acerquen desde hoy a darle un abrazo al Apóstol. Además de los controles aleatorios, y la consiguiente obligación de vaciarse los bolsillos, llegado el caso, y de no poder acceder a la basílica con mochilas o bolsas grandes, la entrada al templo quedará limitada a un acceso: el de la plaza de Praterías. El objetivo es controlar el aforo del centro. Se permitirá que en el interior estén 1.200 personas.

Eso no significa que la Porta Santa se cierre. De hecho, será la única excepción a la otra entrada. Pero en este caso, los visitantes entran en un circuito cerrado, con una salida por un lateral, que no incrementa el aforo del recinto. Esta entrada sólo permitirá dar el tradicional abrazo del Santo y contemplar su cripta. Los que deseen visitar el resto del templo tendrán que salir y volver a acceder por Praterías.

Miguel Baño destaca que la tarea más importante que va a desarrollar la empresa de la que es gerente es controlar el aforo por una cuestión de seguridad, por si es necesario desalojar a alguien enfermo. Por ello, se instalará un "contador" de accesos en Praterías y otros dos en las salidas permitidas: Obradoiro y Azabachería, lo que posibilitará, de modo similar a como ocurre en un aparcamiento, averiguar con exactitud en cada momento cuántas personas están en la catedral.

En total, siete trabajadores de Segur 10 supervisarán el aforo y se encargarán de los detectores de metales. No obstante, en la puerta de entrada permanecerán, como ocurría ya, agentes de la policía para registrar los bolsos personales, que sí estarán autorizados en el templo.