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Ante el mar de Cádiz, de cálido asueto

Paseando por la playa, con Cádiz al fondo. FDV

Escribo ante el mar de Cádiz, desde una terraza de Chiclana que mira a la playa de La Barrosa. Acabo de ver pasar a baja altura por los cielos gaditanos una formación de espátulas en su migración posnupcial a sus cuarteles de invierno africanos. ¡Qué hermoso su vuelo, a veces en flecha, otras alineadas en un único frente casi tocándose las alas! En días pasados estuve en Algeciras en el punto de observación que tiene mi amigo Martín Caballero ante el Estrecho de Gibraltar, por donde pasan halcones abejeros, milanos o cigüeñas blancas y negras. Desde la casa que tiene con la táctil y emotiva Marisa Quintero en los Pelayos, allá en lo alto camino de Tarifa seguimos, tras comer un fideuá de pescados de la tierra, ese maravilloso espectáculo migratorio, como el que veo si en vez de alzar bajo mi vista desde la terraza y contemplo en la piscina las diversas nacionalidades de humanos que migran del norte para ahorrar calefacción en los últimos jirones del verano que en el sur resisten.

Son humanos orondos, bien alimentados, apostados bajo sombrillas junto a un Bloody Mary o sucedáneos. En sus rostros hay una expresión de placidez vacacional que coincide con la mía ante el espejo, nada que ver con la angustiada de los que migran del sur hacia el norte en pateras, ni con la de otros que migran a donde haya cobijo del terror de las bombas en Ucrania o desde cualquier otro de los incontables mundos que nada tienen que ver con el nuestro. Si estuviera en Ia Cala Jondal de Ibiza contemplaría un desfile de troncos bien torneados, culos prietos y pectorales en posición de ataque, pero en este septiembre de La Barrosa gaditana veo más que nada cuerpos maduros de mayoría teutona, barrigas cerveceras bien alimentadas y senos de este a oeste. Miran cada cual hacia un lado, es cierto, pero con un historial que ya quisieran los jóvenes pechos ibicencos, sin más biografía que la de su prenupcial turgencia. Está la piscina poblada de excombatientes del amor y de mil guerras ya en la retaguardia, posición de descanso, aunque si camino un poco hacia la playa hallo más de esa línea ibicenca en pose de prevengan armas.

Dejamos hace días un Vigo lluvioso, paramos en una Salamanca de entretiempo en medio de sus fiestas mayores con toros y toreros y dormimos, camino de Cádiz, en una Sevilla tórrida y gloriosa. En casa de Nuria  Sánchez, sevillana del Nervión, comimos con Ana, su heredera, la bella donna Vicky López y Julio Hierro, ex director de toda la vida del Villamagna de Madrid, hoy director multimedios del Grupo Milenio, y a fe mía que nuestra anfitriona nos mostró a qué alturas celestiales puede llegar la cocina doméstica: carpaccio de gambas con foie, ensaladilla de salmón marinado con aguacate y salsa cítrica con mostaza, torta de aceite con gulas, salmón, aguacate y canónigos con cherris, solomillo al whisky, hojaldre de queso Camembert con pesto y flan de turrón de Xixona. Tiene Nuria a Dios en los fogones de su casa. Por la noche, magníficos los Fura del Baus que vimos desde el puente de Triana, como la cena en La Barca de Calderón a orillas del Guadalquivir o la copa terracera del Doña María, ante la Giralda.

Dormimos al día siguiente al borde costero de Tarifa en el Mesón de Don Sancho, un añejo hotel con su propio coso taurino y en Chiclana nos esperaban en su casa Francis y Ramón, nuestros peluqueros de guardia, con sus perros Nela, Caco, Paco, Federico.... y su gato Pirata (no cuento sus tortugas) para una fiesta culinaria entre chicharrón y atún de almadraba. Días de playa en Sancti Petri con chiringuito al lado fieles al Va Va ), visita a inolvidables pueblos blancos como Veger con comida entre plantas y flores en la Castillería, finos de Chiclana por doquier, cena en El Cuartel del Mar, antigua sede de la Guardia Civil con rehabilitación multipremiada...

Como las espátulas o los halcones abejeros que admiramos en su vuelo hacia África bajamos nosotros al sur en busca de verano. Pronto volveremos al país del norte cantado por Oroza.

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