Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

A la espera de volver a Ucrania

Cuatro ucranianos refugiados en Galicia relatan sus experiencias de los últimos seis meses, desde que dejaron su país al inicio de la invasión rusa hasta ahora, viviendo con sus necesidades físicas cubiertas y con un deseo común: regresar a sus casas (si es que aún permanecen en pie)

Serhii, Tatiana, Mariia y Kxenia. Alba Villar

“Al vivir en Kiev escuché el ataque de los rusos desde el primer día. El 24 de febrero me desperté a las cinco de la mañana y mi marido me dijo: “Amor, ya ha empezado la guerra”. Salimos ese día de nuestro piso y desde entonces yo no he vuelto”. Mariia, de 29 años, es una de las más de 130.000 personas ucranianas que han llegado a España huyendo de la guerra. Vive en Vigo, ciudad de la que no había oído hablar hasta que un día se la asignaron en Barcelona como destino, recibe clases de español y, aunque está a salvo de las bombas y con sus necesidades físicas cubiertas, su vida ha quedado completamente paralizada desde hace ya más de seis meses.

Mariia: “Tenía una vida perfecta”

“Vivo con el pensamiento de que un día me llamen y me digan que puedo regresar a mi país”, dice Mariia. En Ucrania están sus padres, que ocupan cargos de responsabilidad en una fábrica y no han abandonado el país al tener gente bajo su cargo, y su esposo, en edad militar y, por tanto, sin permiso para salir de Ucrania. Allí “tenía una vida perfecta, todo lo que podía querer”, trabajaba como asistente personal presentando productos para la venta, en lo que es una nueva forma de márketing. “Aquí estoy muy sola, con el sentimiento de que cualquier día puedo perder a toda mi familia”, comenta sin poder contener las lágrimas.

"Vivo con el pensamiento de que un día me llamen para decirme que puedo regresar a mi país”

Mariia, 29 años - Asesora personal de Kiev

decoration

La historia de Mariia es parecida a la de los otros tres compatriotas que ofrecen sus testimonios en este reportaje: Serhii, un jubilado de 70 años que vivía en Járkov y que está en España con su mujer, Tatiana, una mujer de 50 años procedente de Nicolaev que ha venido con su madre, y Kxenia, que llegó a España procedente de Lviv, a donde había huido desde Kiev. Los cuatro viven en Vigo y reciben atención de la asociación Provivienda, entidad colaboradora del Ministerio de Migración, como beneficiarios del programa de acogida temporal para solicitantes de asilo y protección internacional.

Antes de llegar a España el 21 de marzo, Mariia vivió el primer mes de devastación, ataques y bombardeos en Ucrania. Al dejar Kiev, fue con su marido a una ciudad a cien kilómetros, supuestamente más tranquila que la capital. “A las dos semanas empezaron a bombardear un pueblo cercano y escuchábamos las alarmas de aviso de ataque aéreo. Sonaban cinco o seis veces cada noche. Pensamos que si los rusos entraban en la localidad en que estábamos ya no podríamos salir, así que tomamos la decisión de irnos. Cogimos un autobús hacia Lviv – Leópolis, en español, la ciudad al oeste de Ucrania a 70 kilómetros de la frontera con Polonia que fue utilizada como puerta de salida del país–, el camino fue lento y difícil, cruzamos un pueblo que estaba en guerra, un minuto parecía como una hora. Por fin llegamos a Lviv, donde vivían un hermano y una tía de mi marido. Pensábamos que allí podríamos vivir tranquilos y, por fin, dormir. Eran las dos de la mañana. Al poco tiempo cayó una bomba. No había territorio tranquilo en el país. Pasamos dos semanas y mi marido me convenció de que tenía que salir de Ucrania y que serían solo dos semanas. Ya han pasado más de seis meses”.

Tatiana, Serhii, Mariia y Kxenia en las oficinas de Provivienda en Vigo. Alba Villar

Kxenia: “La supervivencia física no lo es todo”

En Lviv también estaba Kxenia, que en España se ha rebautizado como Oxy porque resulta más sencillo de pronunciar. Había dejado Kiev a los pocos días de los ataques rusos y se marchó a la parte occidental del país en busca de un lugar tranquilo donde vivir. “Estaba tomando un café teletrabajando en una cafetería cuando oigo la señal de alarma de ataque. Tuve que recoger todo mi trabajo y buscar algún sótano donde refugiarme. En ese momento pensé: ‘no tengo nada que me ate aquí, ¿qué estoy haciendo?, no puedo dormir por estas señales, no tengo un sitio seguro donde refugiarme, Lviv no es mi ciudad’. Así que decido irme con mi única maleta, cojo un tren a Polonia y luego un avión a Barcelona, donde no me esperaba nadie; no tenía ningún amigo en España, solo un poco de dinero para sobrevivir durante una semanas en un techo barato”.

Esta trabajadora de márketing de 30 años que habla español con fluidez, pues estudió Filología Hispánica, vive desde hace un mes en un piso compartido con otras dos personas en Vigo. Antes estuvo alojada en un hotel en Bueu junto a otros compatriotas, incluidos los que aparecen en este reportaje, mientras estaban en la fase de emergencia del programa de solicitud de asilo y protección internacional, lo cual conlleva que se le cubren las necesidades básicas y se les ofrece alojamiento en un hotel. Ahora se encuentra en la fase 2 por petición propia, lo que implica que ha podido establecerse por su cuenta. El resto están en la fase 1, que conlleva alojamiento en una vivienda, clases de español, atención psicológica, escolarización y más servicios. Ella tiene la ventaja de conocer el idioma.

"Pensaba que estaría en España un par de meses, cuatro como máximo. Ya llevo seis y no sé cuantos más estaré, así que estoy buscando trabajo”

Kxenia, 30 años - Trabajadora de márketing

decoration

“Pensaba que estaría en España un par de meses, cuatro como máximo. Llevo seis y no sé cuántos más estaré, así que estoy intentando conocer gente y buscando trabajo, a poder ser en una oficina porque no conozco el mercado laboral español tan bien como el de Estados Unidos o Ucrania para poder teletrabajar”, comenta Oxy.

Al igual que sus compatriotas, quiere regresar a su país, pero prefiere no centrar su vida en ese deseo. “Si me preocupase cada día de pensar en cuándo volveré y por cuánto tiempo estaré aquí, acabaría en la cama de un hospital por un ataque de nervios. Es casi imposible saber qué va a ocurrir dentro de una semana, así que planear dos meses es mucho más difícil”, explica.

En Ucrania están sus padres. “Viven en una ciudad en línea de ataque y yo ya intenté en más de una ocasión ayudarles, organizarles la vida un poco más segura, pero ellos han tomado su decisión de quedarse allí”, explica Oxy. También mantiene comunicación con amigos. “Un montón marcharon de Ucrania, pero un par de ellos ya regresaron, incluida una amiga a la que una bomba destruyó su casa. Pasó un par de meses en Alemania pero no le gustó el modo de vida. Ucrania es más cómoda en ese sentido. La gente quiere volver, haya guerra o no. Una cosa que nos enseñó la guerra es que parece que la supervivencia física no lo es todo para el ser humano. Y no lo digo en el sentido filosófico ni metafísico, sino literalmente: se dicen ‘sé que puedo morir, pero mi decisión es esta’”.

"Tengo amigas que han vuelto a Ucrania, a una de ellas una bomba le destruyó su casa. La guerra nos ha enseñado que la supervivencia física no lo es todo para el ser humano”

decoration

La adaptación a la sociedad española le está resultado a Oxy más fácil de lo que se esperaba. “Me encanta de los españoles, a diferencia de los estadounidenses o alemanes, que siempre tienen su enfoque en la vida personal y el descanso en oposición a su vida laboral, es decir, consideran que su trabajo no es su vida, necesitan su descanso. Ucrania más o menos era así pero ahora se está americanizando, se está perdiendo ese enfoque”.

Lo que peor lleva es la burocracia. “En Ucrania casi todos los trámites se pueden hacer desde el teléfono móvil y en media hora ya subes todos los documentos. En España hay que llamar a todo el mundo, pasar treinta minutos en la cola y después de hablar y discutir, tienes que volver, volver y volver”, lamenta.

Tatiana, de un laboratorio a limpiar casas

“El 24 de febrero a las 4 de la mañana escuché una alarma antiaérea en Nicolaev (Mykolaiv en ucraniano), mi casa estaba muy cercana al edificio militar que bombardearon y la ola de ataque también afectó a una parte de mi edificio que quedó destruida, así que tuve que ir a casa de mi hermano porque tenía un sótano y era un lugar más seguro. A los pocos días vino mi madre, de 74 años. Durante tres semanas vivimos en ese sótano, solo íbamos a la cuarta planta para comer y ducharnos”. Así relata los primeros días de la guerra Tatiana, una trabajadora en un laboratorio epidemiológico de 50 años que ahora vive en Vigo con su madre.

“Los bombardeos continuaban y cada vez eran más frecuentes, así que tomamos la decisión de coger nuestras cosas más importantes y salir al oeste de Ucrania. No queríamos cruzar la frontera, pero en Lviv no podíamos encontrar alojamiento, los alquileres eran escasos y muy caros, vivimos en un hostal las dos solas (mi madre y yo) hasta que llegó el momento de abandonar Ucrania”.

"Me preocupa la salud de mi madre, que aguante estar aquí. Ella me dice que hagamos las maletas y que regresemos”

Tatiana, 50 años - Empleada de un laboratorio epidemiológico en Nicolaev

decoration

Una sobrina de Tatiana les compró los billetes de avión a Madrid y les ofreció vivir con ella y su familia en su casa de Vigo, donde estuvieron los tres primeros meses. “Se nos acababan los ahorros y me puse a limpiar casas, me pagaban quince o veinte euros por cuatro pisos”. Compartir piso con otra familia no es fácil, llegó un momento en que sentí que no estaban muy contentos con la situación, además a mi madre le hicieron unas analíticas médicas que no salieron bien y se las tienen que repetir, así que decidimos entrar en el programa de refugiados que gestiona Provivienda”, explica Tatiana, cuya mayor preocupación ahora es la salud de su madre, aquejada de diabetes, hipertensión y problemas cardíacos.

Tras pasar unos meses en un hotel de Bueu, Tatiana y su madre viven ahora en un piso en Vigo. “Mi madre está preocupada por mi hermano, que se fue a Odesa con su familia los primeros días de la guerra y ahora sigue en Ucrania, trabajando en un puerto de una ciudad más segura que Mykolaiv, donde casi todo esta destruido y se ha convertido en una ciudad de primera línea para impedir el avance de los rusos”.  

Mykolaiv, al sur de Ucrania y a 65 kilómetros del Mar Negro, es actualmente el bastión de las fuerzas ucranianas, allí se organizan muchos de los aspectos logísticos y militares y ha sido objeto de múltiples ataques. “Mi madre quiere volver. Si se entera de que ha habido dos noches sin bombardeos, me dice que hagamos las maletas y regresemos a casa. Pero la realidad es que no sabemos si hay dónde volver. Solo queda esperar que se mantenga algo en pie de nuestras casas para poder restaurarlas”.

Con esa incertidumbre transcurre la vida de Tatiana en Vigo. “Solemos salir a pasear; de vez en cuando voy a correr y mi madre me espera sentada en un banco. Es difícil hacer la compra y las tareas diarias porque no sé español, pero me las arreglo con el traductor de Google. Me gustan las clase de español y no me pierdo ni una, no sé el tiempo que voy a estar aquí, así que si quiero trabajar, aunque sea en limpieza, necesito saber español. Yo estoy bien, muy agradecida por la ayuda que estamos recibiendo. No necesito nada más, solo que mi madre aguante estar aquí y después soporte el regreso a Ucrania”.

Cuatro personas con un mismo deseo: regresar a casa. Alba Villar

Serhii: “Aquí nos tratan muy bien”

Serhii, jubilado de 70 años que se retiró en noviembre de 2021 de la fábrica de rodamientos en la que trabajaba, está en Vigo con su mujer, también jubilada. Ambos vivían en Járkov (Kazhiv en ucraniano), la segunda ciudad más poblada del país y una de las más martilleadas por el ejército ruso junto a Kiev y la región del Donvás, en la cuenca del río Donets.

“Teníamos la suerte (irónicamente) de vivir a 40 kilómetros de Rusia y a 80 de Belgorod, una ciudad desde la que nos atacaban constantemente con diferentes tipos de armas. Aguantamos un mes de bombardeos hasta que mi mujer dijo que no lo soportaba más. El 22 de marzo cogimos un tren a Lviv y de ahí un autobús a Varsovia, donde nos dieron información de los países a los que podíamos ir. Nos dijeron Estonia, República Checa y España. Escogimos España sin ningún motivo, así que cruzamos en bus Polonia, Alemania y Francia hasta llegar a Barcelona en un viaje de 32 horas”, relata Serhii. En la capital condal los enviaron a Bueu (Pontevedra) y de ahí a Vigo, donde viven desde el 5 de mayo.

"Tuvimos la ‘suerte’ de vivir a 80 kilómetros de Belgorod, la ciudad rusa desde la que nos atacaban constantemente"

Serhii, 70 años - Jubilado. De Járkov

decoration

El matrimonio tiene una hija que vivía con ellos en Járkov y que abandonó Ucrania con su hijo hacia Francia unos días antes que ellos. También tienen un hijo que permanece en Ucrania por estar en edad militar (las autoridades no permiten salir a los varones de 18 a 60 años). “Está solo, su esposa e hijos salieron de Ucrania”, explica.

“Mi mujer me dice cada día que regresemos a casa; entonces yo le enseño las estas fotos “(saca su móvil y muestra imágenes de edificios bombardeados y devastados en diferentes barrios de Járkov. “Lo que más me gusta de mi vida aquí son las clases de español de los miércoles, jueves y viernes. Entre todos nosotros estudiamos un poquito, como dice el poema de Aleksandr Puskhin. La gente aquí nos trata muy bien, es atenta y siempre está dispuesta a ayudar”, dice.

Compartir el artículo

stats