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Avestruces en una granja de Rubín, en A Estrada, en el año 2003.Archivo FARO

Los avestruces, en peligro de extinción en Galicia

El boom de la explotación de estas aves para la ganadería, surgido a finales los 90 y principios del siglo XXI a raíz del mal de las vacas locas, se fue disipando y actualmente no queda ninguna granja dedicada a comercializar su carne, piel, huevos y plumas

A mediados de los años 90 la explotación del avestruz se vendía como un negocio redondo para la ganadería gallega, azotada entonces por la crisis del mal de las vacas locas, que supuso el sacrificio sanitario de cientos de reses y prohibió vender para el consumo terneros mayores de 20 meses. La carne roja de estas gallinas gigantes, hasta entonces reservada a restaurantes especializados en carnes exóticas, se presentaba como la alternativa ideal a la del vacuno, con iguales propiedades nutritivas, mayor ternura y menos grasa y calorías. Su consumo en Galicia aumentó durante esos años entre un 20 y un 30% mientras que a lo largo y ancho del territorio gallego iban proliferando nuevas granjas, la mayoría de ellas familiares y complementarias a otras actividades de las explotaciones ganaderas existentes.

Avestruces en una granja de Rubín en A Estrada

En el momento de mayor apogeo, llegó a haber en Galicia 61 explotaciones de producción y reproducción de avestruces, 23 en la provincia de A Coruña, 15 en la de Pontevedra, 12 en la de Lugo y 11 en la de Ourense, según datos de la Dirección Xeral de Gandería de la Consellería de Medio Rural de la Xunta. Se estimaba que el censo rondaba el millar y el volumen de negocio anual era de 380.000 euros. Hoy en día ya no existe ninguna, 52 se dieron de baja y nueve están inactivas, es decir, llevan más de un año sin actividad. Tan solo quedan una decena de explotaciones en estado de alta (tres en A Coruña, cinco en Lugo y dos en Ourense), pero ninguna de ellas se dedica a la producción. Tres están registradas como núcleos zoológicos, seis como unidades de ocio y una se encuentra en un centro educativo.

Al avestruz como especie productiva se la compara con el cerdo, pues de ella se aprovecha todo. Filetes, embutidos, patés, conservas y semiconservas son la salida comercial de la carne. Las plumas se destinan a ornamentación y al sector textil, tanto para prendas de vestir como para ornamentación y relleno de edredones. Con las uñas se hacen botones y la piel es codiciada para la fabricación de zapatos, bolsos y trajes de atas costura. Los huevos, que pesan más de un kilo, equivalen a 25 de una gallina y tienen menos colesterol. Además de para el consumo humano, se utilizan como ornamentación.

Ejemplares de estas “gallinas gigantes” en el Deza y en Ponteareas, paciendo con ovejas, en 2001 y 2003

Todas estas ventajas hicieron que el negocio, que además se presentaba como rentable a corto y medio plazo, se viera redondo, así que muchos ganaderos no dudaron en incorporar estas aves a sus granjas. La inversión inicial era de unos seis mil euros para hacerse con un trío -las unidades reproductivas constan de un macho y dos hembras-, cantidad a la que había que sumar el gasto en vallar los recintos de cada trío, que debían estar separados entre sí y tener una superficie de 1.500 metros cuadrados.

La alimentación era otra de las partidas importantes. “Un saco de pienso de 40 kilos costaba 14 euros y cada avestruz comía dos kilos al día, además de pacer hierba y tomar las verduras que le dábamos”, recuerda Luz Vázquez Rodríguez, ganadera jubilada de la aldea de Negreiriños, en Silleda, que durante dos años -hace unos veinte- tuvo avestruces en su explotación de ganadería vacuna, aunque no llegó a comercializar con ellas y acabó vendiéndolas a una granja de Viladecruces. “No llegamos a criar porque necesitábamos una mecedora y una incubadora que tenía que ser un lugar cerrado donde iban a estar los huevos cuarenta días con unas condiciones de calor y que iban a construir en Silleda pero finalmente no la llegaron a hacer, como tampoco el matadero”, comenta esta ganadera retirada. En 2004 había cuatro mataderos autorizados por la Xunta para el sacrificio de avestruces, dos en Lugo, uno en A Coruña y otro en Ourense.

A principios de los 90, un kilo de carne de avestruz costaba diez mil pesetas (unos 60 euros), precio que descendió a las 4.000 pesetas que pagaban al criador por un kilo de solomillo siete años después.

“Costaba casi el triple que la carne de ternera y poca gente estaba dispuesta a pagar esa cantidad, aunque la avestruz saciaba mucho más”

Luz Vázquez

La demanda masiva que se esperaba en un primer momento no sucedió y en cuanto se dio por finalizada la crisis de las vacas locas, el consumidor gallego volvió a la carne de siempre. “Fue un boom corto y pasajero porque no había suficiente demanda”, comenta Xosé María, un veterinario especializado en la fabricación de piensos para ganadería. Tampoco llego a haber una red de comercialización estable, pese a que tunas trece ganaderías gallegas se unieron a una distribuidora a nivel nacional y otros iban ateniendo solicitudes puntuales de restaurantes especializados, supermercados y carniceros de plazas de abastos.

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Otro de los problemas con la cría de estas aves vino dado por su agresividad y la falta de experiencia de los ganaderos. “Para sacar los huevos corrías peligro, el macho los defendía y te atacaba, una patada con esas uñas y los 60 kilos que pesaba podía llegar a matar a una persona”, dice Luz Vázquez, quien recuerda las dificultades que tuvo para llevar a casa a un macho que se les escapó -corren a 60 kilómetros por hora- pese a la valla de dos metros de alto que cerraba el recinto. 

Aunque en un principio se pensaba que estas aves originarias de climas cálidos se adaptan bien al clima de Galicia, la producción tampoco fue la esperada por razones climáticas, según explicaban desde la Xunta en esos momentos. “Se criaban como en el sur en Marruecos, con galpones sencillos, y son aves que necesitan más temperatura”, comenta el veterinario consultado, quien recuerda altas tasas de mortalidad y problemas digestivos en estas aves actualmente en peligro de extinción en Galicia.

 

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