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Confinados por vocación

Un año después de que la población estuviera aislada en sus casas en cuarentena sanitaria por obligación y anhelando poder salir al exterior, hablamos con tres comunidades de monjes y monjas de clausura que pasan su vida retirados por deseo propio

Monjes del Monasterio de Oseira Brais Lorenzo

Hace un año todos nos sentimos como ellos cuando el estado de alarma nos confinó en nuestros hogares sin poder salir al exterior pero anhelando el fin de ese aislamiento impuesto. Ellos viven entre cuatro paredes por deseo propio, por una vocación religiosa que les ha llevado a asumir el voto de clausura y recluirse en monasterios y conventos desde que ingresan hasta que mueren. Viven confinados pero no ausentes del mundo y la pandemia también les ha afectado, no tanto en sus rutinas diarias como por las noticias que recibían a través de los medios de comunicación y por el cese o disminución de algunas actividades que les suponen una fuente de ingresos, como las hospederías, la visitas de turistas al monasterio y la venta de productos artesanales.

Un monje pasea por el claustro del Monasterio de Oseira, en el municipio ourensano de Cea. Brais Lorenzo

Hablamos sobre su vida en clausura y cómo viven la pandemia con los superiores de tres comunidades de clausura en Galicia: las benedictinas del monasterio de la Transfiguración del Señor, en San Vicente de Trasmañó (Redondela), los cistercienses del Monasterio de Oseira en Cea y las clarisas de Vilar de Astrés en Ourense.

La abadesa del convento de Trasmañó, Isabel Vicente, ingresó de niña en el convento que se erigía desde 1587 en su municipio natal, A Guarda, y que fue vendido en 1984, trasladándose la comunidad a su ubicación actual en Redondela. “Nunca renuncié a nada, dejé una familia -aunque seguí manteniendo el contacto- y encontré a unas hermanas. De niña, porque entré muy joven, pensaba que lo más difícil iba a ser dejar de ir a la playa, pero desde el monasterio veía el mar y la casa de mis padres”, recuerda al tiempo que considera que lo más complicado de desarrollar una vida entera en un recinto cerrado es la convivencia con personas distintas y en principio desconocidas. “Nuestro aprendizaje principal es tener una convivencia pacífica en colaboración y fraternidad”, manifiesta.

El cierre de las hospederías y el descenso en las ventas de sus productos artesanos les ha afectado

La comunidad benedictina de Trasmañó está integrada por once monjas, de entre 56 y 92 años. La más joven no es la más novata, pues cuentan con otras dos incorporaciones más recientes que sintieron la vocación a edades tardías. Su tipo de clausura no es papal, sino constitucional, es decir, la abadesa permite las salidas por conveniencia. “Salimos demasiado, todo lo que necesitamos: para algún encuentro, este año no, pero todos los demás celebrábamos uno con las comunidades de benedictinas de Galicia (hay otras dos) y nos reuníamos con las que forman nuestra federación (Galicia, León, Salamanca y Zamora)”. En España las monjas benedictinas forman en la actualidad la congregación de Santa Hildegarda, “una mujer del siglo XII rompedora en su tiempo, si la conociesen las feministas la nombrarían su patrona”, comenta la abadesa de Trasmañó.

Isabel Vicente, abadesa del convento de Trasmañó y rezo en Trasmañó Pablo Hernández

"Oramos por las víctimas de la pandemia, los sanitarios, los políticos y los científicos”

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La primera cuarentena les pilló con obras en la casa y tuvieron que tomar las medidas de precaución indicadas con los obreros -mascarilla, distanciamiento y desinfección - . Al principio recibían el suministro necesario por transporte y la hermana que recibía en portería a la poca gente que llegaba se protegía con mascarilla y pantalla de plástico. La abadesa se encargaba de realizar las salidas necesarias a hacer la compra y a llevar a hermanas enfermas al médico. “No nos causó ningún estrés personal, ningún cambio de vida, pero a nivel social sí sufríamos por la gente a la que se le morían los familiares sin poder estar a su lado. Orábamos -y oramos- por las víctimas de la pandemia, los sanitarios, los políticos y los científicos, para que acierten en sus decisiones y El Señor les ilumine su inteligencia y corazón para hacer el bien”, apunta Isabel Vicente.

El cierre de la hospedería y el descenso en la demanda de pastas caseras que elaboran en su obrador, propiciado por las restricciones de actividad en aeropuertos y hostelería, les afectó a nivel económico pero no les supone un grave problema. “Somos bastante sobrias, las mujeres nos arreglamos muy bien con las comidas, somos muy xeitosas y tenemos mucho congelado”, explica la abadesa.

Sin ningún contagio de Covid-19 que lamentar en una comunidad con una media de edad elevada, de momento solo una de las dos monjas mayores de 80 años ha recibido las dos dosis de la vacuna. La otra octogenaria tiene solo la primera y el resto esperan a que las avisen del Sergas.

En el monasterio de Oseira, de la orden del Císter, ya están vacunados mayores de 80 años, cuatro monjes de los doce que forman la comunidad. “La vida en la pandemia no nos ha cambiado nada, seguimos viviendo nuestro día a día de oración, silencio y vida íntima con El Señor”, comenta el superior del cenobio, Enrique Trigueros. Al igual que les ha sucedido a sus compañeras de vocación de Trasmañó, sus ingresos se vieron resentidos por el cierre de la hospedería y la prohibición de recibir visitantes en el recinto monástico. “Tuvimos que hacer un ERTE con los empleados; pudimos reabrir parcialmente en Semana Santa, reduciendo a un máximo de diez el número de huéspedes permitidos, cuando el aforo es de más de veinte”, explica. Con el albergue para peregrinos cerrado por Sanidad, capean la falta de ingresos con la venta online del licor artesanal “Eucaliptine”, un alcohol de treinta grados que triunfa como souvenir entre los turistas junto a las pastas que también elaboran los monjes.

Llegado hace tres años al cenobio situado en el municipio ourensano de Cea y procedente del monasterio de San Isidro, en Palencia, Trigueros no es el que lleva menos tiempo en la comunidad de monjes de Oseira, cuyo integrante más joven, de 34 años, realizó sus votos el año pasado. “En Palencia cuando yo ingresé éramos cien, ahora allí serán unos treinta. Aquí, en su fundación en 1996 por los monjes de San Isidro, serían una treintena. Hay espacio para más, lo que no hay son vocaciones”, explica.

“El futuro para las vocaciones no es nada halagüeño”, declara la abadesa de las clarisas del convento de clausura de Vilar de Astrés, en Ourense, María Ángeles del Niño Jesús, quien achaca esta carencia “a estar las familias desestructuradas y nacer pocos niños”. Esta “gallega de pura cepa”, como ella misma dice, ingresó en el convento con 13 años y ahora a sus 76 afirma que “si volviera a nacer, volvería a ser lo que soy y he vivido con mucha alegría, ilusión y entusiasmo”. Coordina una comunidad integrada en la actualidad por catorce monjas, la mayoría de edades comprendidas entre los 60 y 80 años, excepto las tres incorporaciones trasladadas desde otro monasterio de Ecuador, de la localidad de Loja. “Son una chicas muy majas, de 39, 40 y 45 años, se integraron muy bien en la comunidad; son responsables, y trabajadoras”, dice. Aunque  ha visto cómo mermaba el número de monjas que vivía en el monasterio, resuelve tajantemente que “somos las suficientes para llevar a cabo una vida de comunidad viva”.

Monjes del Monasterio de Oseira - Brais Lorenzo

El voto de clausura papal, que se une a los que realizaron de pobreza, obediencia y castidad, les impide salir del recinto en el que viven a no ser por cuestiones de necesidad y les obliga limitar sus contactos con el exterior a las visitas que reciben. Ese modo de vida hizo que no echasen nada de menos en el confinamiento, durante el cual el presidente de la comunidad de vecinos se encargó de hacerles la compra de alimentos y medicinas.

Ahora, ya vacunadas las mayores, al menos con la primera de las dos dosis, retomarán la elaboración de pastas y esperan recibir más encargos para hacer bordados, actividad que se ha visto reducida al mínimo por la pandemia.

Lamentan la escasez de vocaciones y auguran un futuro poco halagüeño para los monasterios que habitan

Sobre los posibles problemas de llevar una vida en clausura, Ángeles del Niño Jesús, cuyo nombre en el DNI es María Josefa Farias, afirma que “asumo todas las responsabilidades y consecuencias de mi vocación, como se han de asumir en el matrimonio”. Aunque está acostumbrada a vivir recluida, entiende “el agobio” que ha pasado la gente metida en un piso. “Nosotras tenemos un huerto de dos hectáreas y media con árboles frutales y de sombra, plantamos legumbres, hortalizas. Prácticamente no echamos nada en falta, pero compadezco a la gente que lo ha pasado mal y hay que ponerse en sus circunstancias. La fe, que es un don que Dios nos ha dado, nos ayuda porque da esperanza y confianza; cuando no la hay, es mucho más difícil enfrentarse al problema crudo y duro”, indica.

"Dios no hizo esto, sabemos que intervino la naturaleza, quien crea en ella, o los humanos a través de laboratorios, que hay opiniones contradictorias”

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Como experta en una vida en clausura, la abadesa de las benedictinas de Trasmañó, Isabel Vicente, recomienda a los que se sienten cansados por las restricciones de salidas al exterior “encontrar la paz interior en el corazón de uno mismo; entonces puedes dar otra lectura a lo que sucede”. Y es que según esta religiosa “hubo gente que hizo de su casa un santuario, me consta; y también me llegaban comentarios de gente que se preguntaba cómo Dios podía haber permitido esta pandemia; Dios no hizo esto, sabemos que intervino la naturaleza, quien crea en ella, o los humanos a través de laboratorios, que hay opiniones contradictorias”.

Integrantes de la comunidad de clarisas de Vilar de Astrés. Iñaki Osorio

La regla de “ora et labora” (reza y trabaja) rige el desarrollo de una jornada normal para los que viven en clausura. Dividen el día en dos mitades de doce horas (comenzando por las 6 de la mañana) denominando a cada oficio con el número ordinal de la hora a la que corresponda (por ejemplo “la sexta” son las 12 del mediodía y la “nona” las 3 de la tarde). Estos “profesionales de la clausura” se levantan muy temprano, los más madrugadores, los del monasterio de Oseira a las 4:15 y las monjas a las 6, las de Trasmañó y a las 6:15, las clarisas de Ourense.

Los más estrictos son los monjes cistercienses, que ocupan su día con siete oficios, lecturas y trabajo. “No tenemos rato para el recreo”, señala su superior.

Monjas clarisas en un momento de oración. Iñaki Osorio

Distensión

Un poco más distendida es la vida en Trasmañó, en la cual una jornada normal arranca a las 6:30 con los maitines, la primera celebración litúrgica del día, seguida de tiempo libre para arreglar sus habitaciones y asearse, una hora de Lectio Divina, la lectura de la Palabra de Dios “individual, reposada y serena, cada una en donde prefiera (su rincón, la biblioteca, la iglesia, la capilla del Santísimo,..)”, tal y como explica su abadesa, un Laudes-ecucaristía de una hora a las 8:30, trabajo, distensión, pequeña oración llamada Hora Intermedia a las 13:45, comida, trabajo, distensión, rezo a las 16:30, lectura espiritual a las 18:30, Vísperas(oración cantada como los Laudes) a las 19:30, oración personal de 20 a 20:30, cena, distensión con las hermanas, y última oración conjunta del día a las 21:30, que llaman “completas” y suele ser un canto de la “Salve” o el “Regina Coeli” en Pascua. “Trabajo son tareas domésticas, limpieza, repostería -el día que tenemos programado hacer pastas vamos ocho al obrador- y cuidado del jardín, donde cultivamos flores para la iglesia. Recreo es hablar, ver las noticias en la tele, contarnos cosas que suceden durante el día o reírnos, que también hace mucha falta. Lo llamamos recreo porque la comunicación con las hermanas nos re-crea el alma y el cuerpo”, explica Isabel Vicente.

Las clarisas de Ourense tienen una jornada similar, si bien ellas incluyen además coro y ensayos de cánticos, además de exponer, custodiar y retirar cada día la imagen del Santísimo. “La tele no la ponemos, solo en circunstancias especiales, por ejemplo para ver al Santo Padre en Navidad o Pascua, o en la ordenación episcopal del Obispo Auxiliar de Santiago, que fue nuestro capellán durante dieciocho años”, comenta con entusiasmo Ángeles del Niño Jesús. De las noticias del exterior se enteran por la prensa y durante la pandemia sí han encendido la televisión para estar informadas.

La comunidad de benedictinas de Trasmañó posa ante el altar. Pablo Hernández

Contacto con el exterior

La relación con el exterior se limita en esta última comunidad a visitas que reciben, al igual que en el Monasterio de Oseira, si bien los monjes habitan en un reservado del ala sur que no enseñan a los visitantes a este monumento declarado Bien de Interés Cultural para que el turismo no disturbe su vida en retiro y reclusión.

El caso de las monjas benedictinas de Trasmañó es diferente. Además de coincidir en las misas con los feligreses, mantienen contacto continuo con sus compañeras de congregación de toda España a través de un grupo de Whatsapp. “Estamos interconectadas, nos mantenemos informadas de noticias y acontecimientos de cada comunidad”, explica la abadesa, quien anima a los devotos a seguir la formación religiosa que se ofrece a través de Youtube. Ella misma comparte a diario con ochenta personas a través de Whatsapp los comentarios de un sacerdote argentino llamado Rodrigo, al cual sigue con interés.

Los monjes cistercienses se retiran del coro tras un rezo. Brais Lorenzo

Los monjes cistercienses se retiran del coro tras un rezo. Brais Lorenzo

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