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Eucaliptine ‘online’ desde la clausura de Oseira

Un grupo de monjes de Oseira camina por el solarium del monasterio. // Brais Lorenzo

El rumor del río Oseira en el campo de Casledo y las colinas circundantes, en las que el viento acuna la arboleda, subrayan la vida tranquila y pausada en el monasterio cisterciense del municipio de Cea, cuyo origen se remonta al siglo XII. Cerca de novecientos años después, once monjes mantienen la única comunidad masculina de clausura de la provincia de Ourense. Habituados a los días de reclusión, a la vida interior, los religiosos han sentido también el impacto de la pandemia; han tenido que adaptarse a unos nuevos modos.

El albergue de peregrinos no llegó a reabrir ni durante la semitregua del coronavirus el pasado verano. La hospedería del cenobio, a la que desde hace décadas acuden quienes buscan un retiro espiritual, pudiendo compartir rezos y recogimiento con los monjes –el escritor británico Graham Greene repetía en la época estival durante casi veinte años, y aquí escribió la novela ‘Monseñor Quijote’– ha recibido a una decena de personas en los últimos meses, la mitad de lo que era habitual.

Una de las pocas visitas turísticas al cenobio, en verano. En la imagen, la sala capitular. // Brais Lorenzo

“Nuestra vida es de clausura, por lo que la pandemia no ha afectado al ritmo normal de la comunidad. Pero tuvimos que cerrar la hospedería en el confinamiento y el albergue de peregrinos no llegó a abrirse. El turismo es fundamental para el monasterio"

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El monasterio de Oseira, con origen en el siglo XII, tiene tres claustros. // Brais Lorenzo

Los religiosos siguen la regla del ora et labora, el trabajo y la fe. Realizan siete actos diarios de oración y atienden las labores domésticas y el huerto. Ellos mismo llevan el mantenimiento del complejo y se encargan de la lavandería, la portería, la biblioteca o la hospedería. Elaboran pastas y el licor eucaliptine, un alcohol de 30 grados que es el gran souvenir de este monasterio cisterciense. En tiempos de distancia social, restricciones de la movilidad y confinamientos, los monjes utilizan más que nunca la plataforma de la tienda ‘online’.

La página web vende bien el producto: “Caprichos celestiales, delicatessen”. La botella de 70 centilitros del eucaliptine cuesta 12 euros. Los clientes también pueden adquirir por internet otros licores, como el de café, cacao o de hierbas “Oseira”, cerveza artesanal, chocolates como el “Oseira a la taza”, bombones, jabones y cosméticos, libros religiosos –como el Apocalipsis de San Juan, o las Bienaventuranzas–, mermeladas de distintas frutas, membrillos, miel, surtidos de pastas de té, queso o vinos.

Eucaliptine, el licor de 30 grados de los monjes de Oseira. // Brais Lorenzo

69 | Número de religiosos de la diócesis de Ourense en clausura | La mayoría son mujeres: 11 carmelitas, 13 esclavas del Santísimo Sacramento, 20 clarisas de Allariz y 14 clarisas de Vilar de Astrés. Los 11 monjes de Oseira son la única comunidad masculina

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“Nuestra vida es una vida de clausura, por lo que la pandemia no ha afectado al ritmo normal de la comunidad. Pero tuvimos que cerrar la hospedería durante los meses del confinamiento y el albergue de peregrinos nunca llegó a abrirse, porque las condiciones para evitar contagios no eran las mejores. La necesidad más urgente es que se pueda abrir el monasterio al turismo, que es fundamental”, expresa Enrique Trigueros, el superior del cenobio de Oseira desde hace más de dos años. Las ventas por la red amortiguan la caída de ingresos, “pero proporcionalmente no tiene comparación con la presencia de los viajeros. Se ha seguido vendiendo, pero mucho menos”. El monasterio, un Bien de Interés Cultural que aúna los estilos románico y barroco, está enclavado en el camino a Santiago de Compostela, en la Vía de la Plata. Cuenta con tres claustros. El tamaño del recinto y la mella del tiempo exigen mantenimiento e inversiones. “Siempre hay necesidades, pero una de las más urgentes es que nos arreglen el tejado”, dice el superior.

La edad media es elevada en esta comunidad. Dos de los hermanos, mayores de 90, residen en la enfermería del cenobio. La continuidad de esta comunidad histórica “depende del Señor”, resuelve Trigueros. “Lógicamente, si no hay vocaciones tarde o temprano cerrará, pero creo que aunque sea con cuentagotas la vida monástica podrá mantenerse”.

Los monjes de Oseira, en el coro de la iglesia, retirándose tras un rezo. // Brais Lorenzo

A las 4 o 4.30 de la madrugada, los religiosos están en pie. Empiezan una rutina de rezos que se extiende por los distintos momentos del día, desde que aún es de noche hasta que vuelve a caer. En torno a las 21 horas, la jornada termina y los monjes se recogen en sus habitaciones. Con la experiencia de la vida en reclusión, comprenden que para la sociedad haya sido difícil este año de restricciones. “Nosotros estamos acostumbrados pero para el que no, lógicamente ha tenido que ser duro. La gente debe aprender que, de haber respetado las normas sanitarias con seriedad, esto se podría haber solucionado hace tiempo. Pero nada más abren muchos salen desbocados”, opina el superior.

Una eucaristía en Oseira. En el centro, Enrique Trigueros, el superior. // Brais Lorenzo

La conexión con el exterior

La clausura no implica un olvido del mundo y sus problemas. “En nuestra orden la soledad es fundamental, pero una cosa es que estemos retirados y otra que estemos ausentes”, matiza Trigueros. Los monjes reciben revistas semanales de la Iglesia, “que nos ponen al día de la situación”, así como uno de los periódicos locales. “Televisión no tenemos y conexión a internet sí hay, para la gestión de las ventas o la relación con la orden y otros monasterios, pero no quiere decir que estemos todo el día pegados, sino que es un tipo de medio que está regulado”.

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