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No entiendo a la gente que convierte la “abuelez” en un estado de supervivencia emocional

Sálvese quien pueda

A los de plata en el pelo y oro en el corazón

Unos estarán descorchando una botella de champán para celebrar su liberación y otros se sentirán vacíos porque les arrebatan la única cosa que les da vida pero el hecho es que las medidas antivirus les han librado del trabajo habitual que les endosaban con los nietos. ¡Ah, los abuelos, qué buena gente! ¿no? Te los sacan a pasear, les dan de comer muchos días y hasta se quedan con ellos cuando tú y tu cónyuge queréis hacer una escapada. La Real Academia ignora todavía la palabra pero podríamos decir abuelez para designar a eso que te llega sobrevenido, sin que intervenga tu voluntad sino la de tus hijos, que son los que te meten en este embrol loal ser padres.

Sí, ya sé que un bello jardín de amor crece en el corazón de los abuelos. Yo soy abuelo aunque nunca he sabido desempeñar tal papel. La primera vez que mi bella nieta Valentina me gritó ¡abuelo! en un centro comercial portugués no entendí que era para mí en el primer instante; en el segundo caí en la cuenta de que solo podía ser yo viniendo de donde venía y en el tercero miré hacia otro lado silbando, como un Judas. De repente, mi nieta me había certificado un cambio de mi estatus, de mi categoría social,que me pasaba de tipo juvenil muy enrollado a una condición de tercera, quiero decir de tercera edad. Yo quiero a mis hijos y por ellos a mis nietos, pero todavía no entiendo a la gente de mi edad que convierten la abuelez en un estado de supervivencia emocional, de condición sine qua non para vivir el último tramo. Otras veces pienso que Dios, en el que no creo pero existe, ha ordenado la naturaleza dando una cobertura con los abuelos a los padres para hacerle más llevadera la paternidad.

Las familias empiezan a reencontrarse.

Veo que mis nietos crecen, que la mayor anda ya medio enamoriscada y que he perdido la oportunidad de vivir eso que gente de mi edad dice que es una experiencia inolvidable, que te rejuvenece. Para disculparme a mí mismo me digo que me he casado al menos dos veces ya siendo abuelo y eso te ocupa tiempo, a la par que a ellos les ha ido enseñando a conocer otros mundos con nuevas abuelas, enriqueciendo así su paisaje emotivo y vital.

 A veces me pregunto si esta alegre chochez de los abuelos no es solo cosa de programación genética divina, ni solo amor solidario con los tuyos sino que llegas a esa etapa de jubileta sin nada que hacer y más tiempo para querer. Eso me sirve también para disculpar mi falta de destreza como abuelo descarriado: si por culpa de mi trabajo me pasé la vida en estrés y sin horarios hasta jubilarme (prostis, periodistas y policías no los tenemos), ahora que uno podría estar tirado a la bartola con la quietud amorosa de su mujer de siempre, sigo liado con la pluma cada día y en estado de alerta porque la mía es recién llegada y me hace guiños con boquita de pitiminí . Y así no se puede ser un abuelo serio.

Acabo de leer “El tiempo suficiente”, un libro de la viguesa Amara Castro que debo presentarle dentro de un mes en Vigo, y el argumento central del mismo es la relación de una abuela con sus dos nietas. Ellas quedan con una memoria inolvidable del paso de la abuela por sus vidas pero, si miro a la mía ¿qué memoria van a tener de mí los míos, que tan poco he frecuentado aunque seamos una familia bien enrollada? Ya le dije el otro día a la más pequeña, Maia: “Tienes que estar más conmigo, porque todos los nietos cuando crecen y escriben una novela, rememoran a sus abuelos. Y tú, mi amor, no sé qué memoria vas a tener de mí y es una pena por lo que te pierdes”. Al otro nieto,_Duarte, no le digo ni eso porque tendría que utilizar alguna red para hablar con él. No recibe en directo. Así que, no más, le digo al pasar a su lado, apartando su pantalla: “Eres el último pene de los Franco que puede perpetuar el apellido. Cuídalo o te desheredo”. Y me mira comosi yo fuera marciano. 

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