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Churchill, la larga sombra de un gigante

Winston Churchill, con su esposa Clementine, en 1945.

Winston Churchill (1874-1965) sigue haciendo la señal de la victoria como uno de los líderes políticos más analizados, influyentes y carismáticos de todos los tiempos. Prueba de ello es "Churchill. La biografía" (Crítica), una exhaustiva y ambiciosa biografía del historiador británico Andrew Roberts que ofrece un meticuloso y muy ameno retrato del dos veces primer ministro del Reino Unido (1940-1945 y 1951-1955), poliédrico personaje que fue militar, periodista, pintor, escritor, historiador, premio Nobel de Literatura (1953) y, por encima de todo, el hombre que guió su país a la victoria en la II Guerra Mundial con sangre, sudor y lágrimas. Y que también protagonizó sonados fracasos y no pocas polémicas.

Fue un precoz aspirante a la posteridad: "La fe de Churchill en su propio sino se remontaba al menos a sus dieciséis años, pues ya entonces le había asegurado a un amigo que estaba llamado a salvar a Gran Bretaña de una invasión extranjera. La admiración que toda su vida sintió tanto por Napoleón como por uno de sus propios antepasados, John Churchill, primer duque de Marlborough, le influiría notablemente y le llevaría a creer que también él era un hombre predestinado".

Churchill era "político, deportista, artista, orador, historiador, parlamentario, periodista, ensayista, jugador, soldado, corresponsal de guerra, aventurero, patriota, internacionalista, soñador, pragmático, estratega, sionista, imperialista, monárquico, demócrata, egocéntrico, hedonista, romántico...". Y más: "Coleccionista de mariposas, aficionado a la caza mayor, amante de los animales, director de periódico, espía, albañil, hombre de ingenio, piloto, jinete, novelista y llorón (este último calificativo es el que le aplicaban el duque y la duquesa de Windsor)".

Desamparo infantil: entre 1885 y 1892, Churchill "escribió a sus padres setenta y seis veces; ellos a él solo seis. En la inmensa mayoría de las cartas, Winston no les pide nada, salvo, entre líneas, algo de amor y afecto. El 18 de diciembre (de 1891) escribe: 'Soy tan infeliz. Todavía sigo llorando. Por favor, madre querida, sé cariñosa con tu hijo que tanto te quiere. Déjame pensar al menos que me quieres". El abandono y la crueldad emocional que le hicieron sufrir sus padres infundieron en cambio en Churchill un insaciable deseo de triunfar en la vida". Buena parte de su mala conducta en los colegios "parece brotar de un deseo de llamar la atención, dado que, a diferencia del arquetípico chico del período victoriano, el joven Winston estaba decidido a que se le viera y escuchara". Era un estudiante que "rompía sistemáticamente casi todas las normas existentes, ya las hubieran puesto profesores o alumnos". Era incorregible y poseía "un vocabulario inagotable para replicar con insolencia".

Algunos dardos: Siempre creyó en la superioridad del pueblo británico y pensaba que el imperialismo "está justificado si se emprende con ánimo altruista y en bien de las razas sometidas". Y consideraba a Gandhi un "maligno fanático subversivo". El joven Churchill era machista sin complejos: "Las únicas mujeres que desean ansiosamente el voto son las de naturaleza más indeseable. Las mujeres que cumplen su deber para con el estado, a saber, casarse y traer hijos al mundo, ya cuentan con la adecuada representación de sus maridos'".

En 1919 se pidió a Churchill "que propusiera el lema que se debía grabar en un monumento francés destinado a conmemorar la contienda. Él sugirió: 'En la guerra: furia. En la derrota: desafío. En la victoria: magnanimidad. En la paz: benevolencia'". Fue un convencido defensor del establecimiento de relaciones de amistad con la nueva Alemania democrática y habló de "facilitar" las relaciones con la URSS.

El 5 de abril del año 1955 celebró su última reunión del gabinete. Ofreció un consejo de carácter práctico: "No os alejéis nunca de los estadounidenses". Después dijo adiós y aseguró que "confiaba en que hallaran ocasión de continuar fortaleciendo los progresos que se han venido haciendo tanto en el ámbito de la recuperación de la estabilidad interna y el vigor económico del Reino Unido como en el establecimiento de unos lazos aún más sólidos entre los países que forman la Comunidad de Naciones, o, como todavía le gustaba decir a él, el imperio".

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