La prueba se vislumbraba sin apenas viento en contra. Se había tomado la decisión en el Gobierno, no sin debate previo, de que había que salir a la carga contra Vox, entrar en el cuerpo a cuerpo con Santiago Abascal, “desmontar” el escaparate de “propaganda” ultraderechista en que quería convertir el Congreso durante su defensa de la moción de censura. Pedro Sánchez había preparado con su equipo una sesión que en la Moncloa se tomaban muy en serio. Pero, al final, cundió una sensación de asombro. El examen no revistió complejidades porque el presidente se encontró con “un bluf parlamentario”, “malísimo” como orador, un dirigente que tiró de sus “greatest hits” extremistas y poco más, tal como analizaban, satisfechos, diputados y ministros tras una larga sesión.

Sánchez, sentado en su escaño, escuchó primero a Ignacio Garriga y al propio Abascal. Había dado orden a los suyos de responder a los ataques con escrupuloso silencio, y la bancada socialista (y la de Unidas Podemos) obedeció. “No vamos a entrar en ninguna de sus provocaciones”, prometió en cuanto subió a la tribuna de oradores. Después, centró su réplica y su dúplica –de algo más de una hora cada una– sobre dos ejes: el combate ideológico a la ultraderecha, la oposición de su proyecto y gestión frente a la “España tenebrosa” que “ama” y quiere Vox, y la petición a Casado de que rompa con la ultraderecha, para que “interrumpa” su deriva, y vote no a la moción.

Sánchez quiso bajar al cuerpo a cuerpo poco a poco. Hasta parecía en el arranque que desdeñaba la confrontación para centrarse en la defensa de su gestión, especialmente en la lucha contra la pandemia, el “virus chino” para Garriga y Abascal. Sí cuestionó primero los propósitos de la moción: la búsqueda de un “plató” privilegiado para “sembrar discordia y odio entre los españoles”, provocar la “confrontación” y “distraer las energías” que deberían volcarse en el Covid, el intento de lanzar una “opa hostil” a Casado.

Abascal, en suma, “no va más allá del insulto y la descalificación”. Sin “propuesta”. “Bueno, una, cómo tenemos que ir vestidos. Luego dirá que no es fascismo, que es estilismo”, ironizó, respondiendo a la filípica que el líder de Vox había lanzado a sus señorías por no vestir con lo que él entiende como decoro. Porque lo que la formación ultraconservadora “aborrece y niega” es la “España diversa”, “solidaria, tolerante, progresista y europeísta” de hoy y que defiende el Gobierno.

Sánchez se detuvo en la defensa de Europa, del Estado autonómico, la transición ecológica y digital, el combate contra la violencia de género, el diálogo territorial, la cohesión social, el ingreso mínimo vital y hasta la victoria de la democracia sobre ETA. Lo que Abascal ofrece, contrapuso, es el “camino del odio”, empaquetado en un “acto de propaganda de furia y choque”.

A partir de entonces, el presidente se dedicó a intentar tumbar las proclamas de Vox y las propuestas “marcianas” de Abascal. “No es palabrería, advierten. El Gobierno es ilegítimo. El Gobierno es criminal. Los hombres ya no son hombres, están sometidos a las mujeres, los bárbaros nos invaden y la nación está a punto de desmembrarse”, se burló. “Y para colmo, un virus chino”.

Después, el presidente apretó a Casado, a quien equiparó con Abascal. Por eso le pidió que “corte” su cordón umbilical con la ultraderecha y se atreva a votar “no”. “No se deje arrastrar”, “no regale” a Abascal un “éxito” que se volverá contra todos, y sobre todo contra él mismo, le urgió. “Cruce ese puente, vote no”, le insistió después. “Y si lo hace así yo creo que podremos encontrarnos”.