Los Toros de Guisando, el beso del líder de Podemos a su correligionario catalán de En Comú, Xavier Doménech, y la presencia de familiares dispuestos a aplaudir el bautismo de fuego de sus retoños hasta dejarse la mano en huesos fueron algunos de los reflejos extrapolíticos desprendidos por la segunda sesión de la fallida investidura del socialista Pedro Sánchez.

El Tratado de los Toros de Guisando, con el que el líder del PP, Mariano Rajoy, comparó el pacto PSOE-Ciudadanos, fue firmado en el emplazamiento abulense de las enigmáticas figuras de la Edad del Bronce. El documento, cuya historicidad ha sido puesta en duda, fue firmado en 1468 entre el monarca de Castilla Enrique IV y su hermanastra Isabel para cerrar la guerra civil que asolaba Castilla. Sin embargo, fue efímero, ya que, un año después, la boda de Isabel con Fernando de Aragón, luego El Católico, fue desautorizada por Enrique IV, reabriéndose las hostilidades.

Por lo demás, aunque es indudable que los tiempos han cambiado, y mucho, en el parlamentarismo español, el debate de investidura ha demostrado que la capacidad para montar una bronca en el hemiciclo sigue permaneciendo intacta, y solo hace falta mencionar la bicha o saber adjetivar ocurrentemente al adversario.

La bicha, en este caso, ha sido la cal viva con la que los GAL enterraron a los etarras Lasa y Zabala, antiguo episodio de la guerra sucia rescatado por el líder de Podemos, Pablo Iglesias, para dirigirse a los socialistas y a su histórico Felipe González.

En un discurso donde Iglesias ha repartido leña a diestra y siniestra, elevando cada vez más la voz y el énfasis mitinero -ha dejado claro que se dirigía a los ciudadanos a través de la televisión, más que a los diputados- ha aludido al pasado "manchado de cal viva" de un consejero de Pedro Sánchez, que en su réplica final ha identificado claramente como Felipe González.

Y si hubo protestas de los socialistas en su primera alusión, en la última se ha montado gorda, con sonoros gritos de "fuera, fuera, fuera" que Iglesias ha aprovechado para encararse con ellos y pedirles respeto, gracias a que tenía el micrófono abierto, poniendo a prueba al presidente del Congreso, Patxi López.

Así ha terminado, entre gritos y ruido, como en los viejos tiempos del acoso al PSOE por los GAL, su estreno en el pleno, no exento de otros momentos estelares, el mejor de todos el beso que ha dado en la boca, en medio del hemiciclo, al diputado de En Comú Podem, Xavier Domènech.

Honecker y Breznev

A más de un observador la imagen resultante le ha recordado otra foto histórica, aunque en blanco y negro: la que en junio de 1979 inmortalizó el beso en la boca entre el entonces presidente de la RDA, Erich Honecker, y el de la Unión Soviética, Leónidas Breznev.

La mañana había comenzado con un hemiciclo abarrotado a la espera del presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, que se ha hecho esperar unos minutos presto a echar por tierra el envite de Sánchez por un pacto con Ciudadanos que ha calificado de "bluf".

Sus continuas alusiones un tanto despectivas a los socialistas -"ya verán cómo lo entienden a pesar de ser ustedes", ha reiterado- no han gustado nada en los 90 escaños del PSOE, pero han encantado a los suyos, que han aplaudido a rabiar y han reído con ganas.

Desde la tribuna de invitados, el padre Ángel, fundador de Mensajeros de la Paz, no se perdía ni una de lo que sucedía metros más abajo, mientras el padre y la novia de Albert Rivera aguardaban el estreno del líder de Ciudadanos.

Cuando Pedro Sánchez ha subido a la tribuna, Pablo Iglesias abandonó su ensimismamiento y ha puesto caras y gestos a muchos de sus argumentos, e incluso ha intercambiado mímicas con el ministro de Exteriores en funciones, José Manuel García-Margallo.

Como ya ocurrió el martes con el discurso de investidura, el lenguaje gestual conformó una especie de debate paralelo, con un Rajoy que no ocultaba aburrimiento mientras hablaban Iglesias o Rivera, o con Sánchez enfrascado en tomar notas y consultar el móvil sin mirar en ningún momento a Iglesias mientras intervenía en la tribuna.

Rivera se tomó con buen humor los cariñosos apelativos que el de Podemos le ha dedicado insistentemente para descalificar su acuerdo con el PSOE, en especial el que ha identificado a Ciudadanos como "la naranja mecánica" por su color corporativo, pero Iglesias ha echado en cara a Pedro Sánchez que no le mirara nunca.

Pedro Sánchez, protagonista de la sesión, mantuvo la compostura frente a los ataques de Iglesias, y solo se ha revuelto para defender a González, recriminarle que usara políticamente el terrorismo y proclamar que en España no hay presos políticos.

Eso sí, el Reglamento del Congreso sigue siendo el mismo que en la anterior legislatura, y el artículo 71, que permite pedir la palabra por determinadas alusiones, sigue siendo el favorito.

Rajoy, tal vez nostálgico, lo ha invocado y pudo hablar para puntualizar a Rivera, aunque el presidente López luego le ha reprochado que hubiera usado la palabra para ir más allá de unas supuestas alusiones; lo han reclamado los ministros en funciones Margallo y Fernández Díaz, y el portavoz del grupo popular, Rafael Hernando.