El líder del PSC, Pere Navarro, pidió ayer al presidente catalán, Artur Mas, que tome nota de lo ocurrido en Quebec. Lo ocurrido en esa provincia canadiense es que el lunes ganaron los federalistas, o sea, los de Navarro. Pero eso es pelar solo una capa de la cebolla. Pelando otra se llega a que la primera ministra, la soberanista Pauline Marois, dimitió al frente del Partido Quebequés por palmar veinticuatro diputados.

La cosa se explica porque Marois quería convocar una consulta de autodeterminación -que hubiera sido la tercera en la historia de la provincia-, y para obtener una mayoría "excepcional", igual que Mas en 2012, convocó elecciones al año y medio de llegar al poder. Las convocó y las perdió. Y aquí viene lo bueno: tras el batacazo, dimitió.

Pero esta no es la nota que tomará Mas, el gran ausente en el debate sobre la consulta catalana de ayer en el Congreso. No tiene por qué: su batacazo fue la mitad que el de Marois (12 diputados) y él tuvo más paciencia, porque esperó dos años para convocar nuevos comicios, no fuera que entre tanto Rajoy le concediera el pacto fiscal

Mas no dimitió, como hubiera debido hacer; prefirió arrimarse a ERC, volverse independentista de repente y presentarse como Mesías dispuesto al sacrificio en aras del pueblo catalán.

Por eso Quebec ya no es el espejo en el que se mira la Cataluña soberanista. Mas es ahora ese espejo. Y tanto se mira a sí mismo que ni siquiera se da cuenta de lo bien que le hubiera venido el martirio de sufrir la derrota de ayer.