La mayor rebaja fiscal en Reino Unido en medio siglo ha hecho cundir el pánico en los mercados. La libra esterlina se hundió hasta 1,703 dólares, su nivel más bajo desde 1971 (el viernes apenas recuperó hasta los 1,12 dólares); los bonos se depreciaron y sus rentabilidades a largo plazo se desbocaron por la mayor apreciación de riesgo, la bolsa cayó a su nivel más bajo en año y medio en su índice FTSE 100 y a mínimos de dos años en el FTSE 250, la prima de riesgo saltó en dos días desde los 182 puntos básicos a los 230 y los seguros de impago sobre la deuda (CDS) se encarecieron de modo súbito el 228%.

Lo que pretendía ser un gran aldabonazo de la primera ministra conservadora, Liz Truss, para atraer a los inversores y favorecer el crecimiento mediante una rebaja fiscal de 45.000 millones, y un tratamiento muy benévolo para las rentas altas y los grandes patrimonios, se ha convertido en una espiral demoníaca que ha hecho saltar las alarmas y ha obligado al Banco de Inglaterra a intervenir con compras masivas de deuda a largo plazo con el único objetivo de impedir una crisis financiera aun al coste de contravenir su actual lucha contra la inflación mediante la aplicación de una política monetaria contractiva.

La depreciación de los bonos a largo plazo por la huida de los inversores estaba llevando a una situación extrema a los fondos privados de pensiones que utilizan los títulos como garantía y estaba sometiendo también a presión a los balances de la banca y de las aseguradoras que invierten en este tipo de activos financieros.

Los inversores deshicieron sus posiciones bajo la convicción de que una rebaja tan contundente de impuestos (y que el ministro de Hacienda, Kwasi Kwartreng, agravó asegurando que “era solo el principio”) agigantará aún más el déficit fiscal e incrementará las emisiones de deuda para cubrirlo. En consecuencia, los tenedores de bonos venden para protegerse de la depreciación esperada de estos activos en el mercado, lo que precipita la remontada de su rentabilidad como mecanismo compensatorio de la mayor apreciación de riesgo para poder atraer a inversores entrantes.

Las ventas conllevan salidas de capitales hacia valores refugio, como el dólar y los bonos de EE UU, lo que propició el desplome de la libra esterlina. El hundimiento de la divisa es altamente inflacionario por el encarecimiento de las importaciones (y sobre todo de la energía), como lo es la propia rebaja fiscal, en la medida que aumenta la renta disponible de los ciudadanos y la liquidez de las empresas.

En una grave crisis de inflación de oferta como la actual, las rebajas de impuestos contribuyen a alentar aún más inflación, pero esta vez por el lado de la demanda.

Las bolsas se hundieron porque, aunque un tipo de cambio bajo de la libra mejora la competitividad de las empresas británicas, la contrapartida son unos tipos de interés que se presume que tendrán que ser muchos más elevados por parte del Banco de Inglaterra para controlar la espiral inflacionaria, como de hecho anticipó el mercado de bonos con una rauda remontada de sus rendimientos al precio de hundir sus valoraciones.

Y el alza inusitada de las tasas de interés supone mayores costes financieros para las empresas, mayor riesgo de recesión (justo lo que, según Truss, se pretendía conjurar con la bajada de impuestos) y en todo caso un mayor atractivo de la renta fija en detrimento de la variable.