Nada es inocuo y las políticas expansivas aplicadas para salir de la crisis han dejado secuelas que condicionarán la economía durante mucho tiempo.

Los estímulos fiscales contribuyeron al aumento turbador de la deuda pública de los países aunque no fueron la causa fundamental del ascenso de los débitos, como lo pone de manifiesto que en los siete años y medio de gobiernos de Rodríguez Zapatero aumentase la deuda en 361.548 millones y que en los siete años y medio de los ejecutivos de Mariano Rajoy, en los que se alardeó de contener el gasto, avanzase en 412.271 millones (el 14% más). Fueron en realidad los estabilizadores automáticos (aquéllos que actúan de forma autónoma a las decisiones políticas, como el alza disparatado del gasto en desempleo y el hundimiento de la recaudación fiscal) los que, junto con la gran mutualización de deudas privadas en débitos públicos y los rescates de diverso tipo, multiplicaron las cargas de los estados.

Secuelas. La expansión monetaria ha inundado el mundo de liquidez y ha saturado de riesgos públicos y privados los bancos centrales, contribuyendo a generar consecuencias -con efectos sociales, económicos y políticos- como la brecha de riqueza y la desigualdad, unos tipos de interés anómalamente ínfimos, pérdida del sentido de riesgo por inversores, prestamistas y prestatarios, sobrevaloración de activos y consiguiente gestación de posibles "burbujas" y un endeudamiento mundial (público y privado) récord.

Los efectos colaterales importan poco cuando acucia la emergencia. Primero se apaga el incendio y luego ya se achicará el agua. Pero ante la próxima crisis, cuando ocurra, los tipos de interés bajísimos, las rebajas fiscales innecesarias como la de Trump en el noveno año de crecimiento de EE UU, los agigantados balances de los bancos emisores y los abultados endeudamientos públicos y privados globales dejarán escaso o nulo margen de maniobra para combatir con estímulo fiscal y monetario cualquier traspiés en la recuperación.

Y los riesgos existen, como evidencia el alza conjunto del dólar, el petróleo, los aranceles y la gradual normalización necesaria de tipos de interés, junto con los atisbos de desaceleración en el comercio internacional y las primeras turbulencias y tensiones graves en algunos países emergentes.

Causas. Cada crisis contribuye a engendrar la siguiente, como ocurrió en la última, cuyo origen estuvo ligado a los tipos de interés muy bajos en 2000-2004 en EEUU. Esto fortaleció la corriente de pensamiento que liga la gestación de las crisis no al comportamiento cíclico de la economía de mercado y los comportamientos gregarios sino al manejo inadecuado de la oferta monetaria por los bancos centrales. El sector público sería así el culpable. El presidente de la Fed Alan Greenspan, gran abanderado de la desregulación financiera achacó la relajación monetaria excesiva de 2000-2004 a las fuerzas deflacionarias mundiales.

Así que la lucha contra la burbuja de 2000 favoreció la financiera e hipotecaria de 2008 y las políticas contra ésta propiciarán la siguiente. Y más cuando no se produjo la "refundación del capitalismo" que prometió Nicolas Sarkozi en 2008. Aunque se avanzó en la regulación financiera, Wall Street no modificó la mayoría de sus pautas. Y Stanley Fischer, vicepresidente de la Fed, alertó el 17 de agosto contra las maniobras para desmontar las normas regulatorias y "volver a antes de 2008".