"Agobiados, angustiados y destrozados". La tripulación del Alakrana soporta el paso de los días "con mucho miedo". El nerviosismo de los piratas somalíes en su objetivo de apurar el cobro del rescate y la liberación de los dos corsarios detenidos por la justicia española provoca un subidón de la tensión a bordo "inaguantable". Son los tripulantes los que sufren el cautiverio mientras que la clave de su liberación, una elevada cantidad de dinero, se negocia a muchas millas de distancia, desde despachos de alto standing.

Disparos al aire, amenazas de muerte y, desde ayer, la incertidumbre de ignorar dónde y cómo están los tres compañeros que han sido desembarcados en Somalia, la tierra más temida del Cuerno de África, allí donde ningún atunero quiere arribar. Sed, hambre y debilidad en el Índico mientras los 30 bandidos somalíes los mueven a su antojo de proa a popa. Trato vejatorio y arma en la sien para asustar.

Es exactamente el mismo esquema de secuestro que la banda somalí aplicó al Hansa Stavanger, un carguero alemán secuestrado en abril de 2009 y liberado el pasado mes de agosto. Aquellos eran los mismos piratas que hoy manejan los hilos del Alakrana, de ahí que su modus operandi sea idéntico. Según el Ministerio de Defensa del Gobierno español se trata de "un grupo muy duro y entrenado". En el ámbito somalí, de los piratas más peligrosos entre el gremio de filibusteros del siglo XXI. La odisea del Hansa parece repetirse.

El secuestro de este carguero alemán, perteneciente a la flota naviera Leonhardt & Blumberg, duró cuatro meses. El tiempo de desgaste físico y psíquico no significa nada para el grupo de mafiosos que ahora tiene en sus manos al Alakrana. Ni la más mínima piedad ante la escasez de víveres y tripulantes con síntomas de enfermedad cuando está en juego sacar la máxima cantidad de dólares posible. Sin reparos al utilizar sus armas como toque de atención y medidas de presión como el desembarco de rehenes a tierra para aumentar la tensión. El carguero alemán, con 24 tripulantes (alemanes, rusos, ucranianos y filipinos) fue abordado el cuatro de abril a 400 millas de la costa, entre Kenia y las Islas Seychelles. A medida que avanzaban los días, el agua escaseaba y faltaban alimentos y medicación. Los secuestradores habían pedido una elevada suma de dinero (20 millones de euros). Ante la gravedad del asunto, el Gobierno alemán creó un equipo de crisis gestionado desde su Oficina de Exteriores para ocuparse de los detalles del rescate. Hizo falta la intervención de unidades policiales en varias ocasiones para proteger a los tripulantes. Pese al apoyo del país de origen y a la implicación de las autoridades, convirtiéndose en un asunto prioritario de gobierno, los piratas aumentaron la tensión dejando en tierra a parte de los rehenes. Transcurridos tres meses, el capitán del Hansa, Krzyssztof Kotiuk, envió un mensaje a la canciller alemana Ángela Merkel: "Estamos desesperados y algunos de nosotros nos encontramos muy enfermos", una súplica que recorrió el mundo. Tras una intensa negociación, los piratas aceptaron 2,7 millones de dólares (1,9 millones de euros). Para evitar brotes violentos de última hora, la bolsa con el dinero del rescate fue lanzada a la cubierta del Hansa desde un avión.