La soledad, una patología social en auge

La falta de compañía involuntaria supone un riesgo para la salud equiparable a la obesidad o el tabaquismo | En Deza y Tabeirós-Montes hay 6.287 hogares unipersonales con media de edad de 65 años y tendencia al alza

Alicia Carbón en su vivienda.

Alicia Carbón en su vivienda. / BERNABÉ/ JAVIER LALÍN

Estar solo y sentirse solo son dos cosas distintas. Una no necesariamente conlleva a la otra, aunque con frecuencia, ambas situaciones van de la mano. La soledad está cada día más presente en la sociedad actual, tanto como sentimiento como estado. Hablando del segundo, según un estudio del Instituto Galego de Estatística (IGE) publicado a finales del mes pasado, en los concellos de Deza y Tabeirós-Montes existen unas 6.287 hogares unipersonales. Curiosamente, la media de edad de dichos hogares se sitúa en los 64,42 años. Es decir, existe un alto porcentaje de personas mayores que viven solas, y la tendencia es que cada vez sean más.

Para analizar este fenómeno deben tenerse en cuenta varios factores. Por un lado, las comarcas son mayoritariamente rurales, áreas que desde un tiempo a esta parte han sufrido el éxodo de jóvenes a las principales ciudades. Además, cuentan con un saldo vegetativo negativo. Por último, los cambios en los patrones sociales que se han ido gestando en los últimos años no siempre repercuten en priorizar a la familia.

Cada vez hay más gente mayor que padece soledad no deseada. Así lo reflejaba un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS), según el cual entre el 20 y el 34% de las personas mayores de China, Europa, América Latina y Estados Unidos se sienten solos. Se trata de soledad no deseada, un fenómeno que puede suponer un riesgo para la salud de quienes lo padecen, al igual que la obesidad, y sin embargo poco se sabe de él y menos se hace para prevenirlo.

“Percibimos este problema en nuestras consultas desde hace años”

Juan Sánchez - Médico de familia

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El coordinador del centro de salud estradense, Juan Sánchez, explica que “ varios estudios han vinculado soledad crónica y una mayor incidencia de enfermedades tanto psíquicas como físicas y un mayor riesgo de muerte prematura. Se ha sugerido incluso que su impacto sobre la esperanza de vida puede ser equiparable al del tabaco o la obesidad”. El facultativo va más allá y cuento cómo se percibe esta realidad desde sus consultas en el servicio de atención primaria de la localidad; “el problema de la soledad y sus repercusiones es algo que está presente en el día a día de nuestras consultas desde hace años, de ahí el incremento en el número de pacientes crónicos con necesidades mixtas sanitarias y sociales, de difícil encaje en nuestro fragmentado modelo de prestación de servicios. El modelo de coordinación debería evolucionar a una integración sanitaria y social para una respuesta más adaptada a ese colectivo tan vulnerable”.

Por otro lado, desde el ámbito de la psicología, la estradense Verónica Barros encuentra una justificación para entender este fenómeno “desde que nacemos somos seres sociales. Cuando no eres capaz de conectar con otros, normalmente, te sientes solo, se crean unas respuestas que conllevan cambios físicos asociados. Es el caso de la demencia, por ejemplo. Sin vínculos es difícil que se produzcan estímulos cognitivos. Las personas, especialmente la gente mayor, se van recluyendo”.

“Desde que nacemos somos seres sociales, necesitamos vínculos”

Verónica Barros - Psicóloga

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Barros confiesa que no es habitual que a su consulta, privada, lleguen casos de personas mayores con soledad crónica “más que nada porque por ellos mismos no hay iniciativa. Si vienen son traídos por familiares. En la atención primaria sí es más fácil detectar estos casos. De hecho, es habitual que pacientes de avanzada edad acudan con frecuencia a consulta por cualquier motivo, está muy vinculado a la hipocondría, pero también es su forma de pedir que les presten atención”.

En otro orden, la soledad no solo afecta a la tercera edad, sino que esta problemática es la protagonista de muchas visitas al psicólogo entre la población más joven, “no están solos, pero sienten que lo están”, apunta la facultativa estradense, y añade “está muy relacionado con el estrés y lo que llamamos personalidad Tipo A, gente que durante mucho tiempo ha volcado su vida en el trabajo y cuando toca parar se encuentra con un vacío. Otros dicen que pese a tener gente a su alrededor, sienten que no pueden contar con nadie”. Es decir, que lo que a priori podría ser una cuestión que afecta mayoritariamente a la población más envejecida se está convirtiendo paulatinamente en una patología social, que como tal necesitaría de una respuesta coordinada por las Administraciones. Y es que ya no se habla de mayor riesgo a muerte prematura, a padecer algún accidente cardiovascular o a desarrollar demencia, sino de ansiedad, depresión y otras enfermedades asociadas a la salud mental.

“Los mayores están deseando que lleguemos para hablar con alguien”

Mónica Barros - Personal del SAF

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Cuando uno está solo y se siente vulnerable es normal tener miedo. Miedo a que pueda ocurrir algo y no haya a quien acudir, o quien pueda echar una mano. Esta es una realidad que viven muy de cerca las profesionales del Servicio de Axuda no Fogar (SAF). En A Estrada, Mónica Barros lleva años facilitando la vida, en la medida de lo posible, de muchos de estos ancianos sin compañía, aunque recalca que ese no es el caso de todos los que se benefician de este servicio “hay muchos usuarios dependientes que sí viven con sus familias”. Pese a todo, reconoce que “hay gente que está muy sola, que no tienen hijos ni nadie que cuide de ellos. Ese es su problema; la soledad. No están bien, por lo que no pueden salir. Están deseando que vayamos para simplemente tener alguien con quien hablar, a quien contarles cualquier anécdota del día”.

A esta trabajadora no se le escapa la brecha que separa a los mayores del resto del mundo, de una forma casi fatídica e inevitable “pasan miedo, a veces porque simplemente no entienden. Saben que hay gente que se aprovecha de su vulnerabilidad para estafarlos o robarles. Recuerdo una vez, hace poco, en la que estaba en casa de un matrimonio de avanzada edad, pero todavía autónomos. Al hombre lo llamó un familiar para avisarle de que iba a vacunarse y que pasaba a visitar. El señor no lo reconoció y entendió que iba a vacunarlos a ellos. Se lo contó a la mujer, que rápidamente se alarmó porque ya estaban vacunados, y sospechó que fuese algo malo. Finalmente se encerraron en casa hasta que el familiar llegó”.

Mónica ha visto tanto a mayores que conviven con sus familias como a los que no, y asegura que en ocasiones, la diferencia es abismal, “no siempre, y ahora lleva tiempo sin pasarme, pero a veces visitas hogares unipersonales y ves las condiciones de higiene en las que están y te preguntas si esa es forma de vivir”. Para ella “la soledad es muy triste, pero si no te puedes valer por ti mismo...es lo peor”.

“Hay soledad en el hogar en A Estrada, pero tenemos varias vías para actuar”

Amalia Goldar - Edil de Servicios Sociales

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Como se mencionaba antes, este fenómeno se está convirtiendo en un problema de salud pública, que ejerce presión en los servicios sanitarios y sociales. Además, la tendencia es al alza , por lo que se espera que la situación sea cada vez más grave. Por ello, son muchos los que opinan que debería haber una respuesta eficaz y coordinada por parte de las Administraciones, y dentro de estas, en su versión más cercana, con los organismos locales. Así, la edil de Servicios Sociales de A Estrada, Amalia Goldar, comparte sus impresiones sobre el tema y afirma que “sí hay soledad en el hogar”, pero matiza que “también hay una gran red de apoyo por parte de los vecinos. Aquí tenemos casos de personas mayores que viven solas y son sus vecinos los que acuden al Concello para notificarlo y que nosotros busquemos ayuda”.

A día de hoy, a nivel municipal, existen varias respuestas para gestionar estas cuestiones; por un lado estaría el SAF, que ofrece cuatro opciones: cuidado en el entorno, ayuda en el hogar, centro de día o residencia. Esta es el arma más esgrimida por su versatilidad, no obstante, los criterios para acceder a dicho servicio vienen delimitados por la Xunta de Galicia y responden a un baremo de puntuación en función de las características y necesidades del demandante. A mayores, los plazos desde la solicitud hasta que se percibe la ayuda suelen ser largos, y finalmente, al tratarse de un “bien” limitado, hay que lidiar con listas de espera.

Otra opción frecuente es la teleasistencia, mediante la cual se proporciona un aparato al usuario para que pulse en caso de emergencia, y se realiza un seguimiento telefónico diario para comprobar que todo está en orden.

De características similares sería el convenio con la Xunta para el servicio de Xantar na casa, que consiste en llevar platos preparados a los hogares de estos ancianos sin compañía para que mantengan una buena alimentación “y al mismo tiempo sirve para realizar un seguimiento frecuente de los usuarios”, señala Goldar.

Por último estarían las asociaciones de voluntariado organizadas por el Concello, que hoy por hoy a penas funcionan, pero “dieron muy buen resultado durante la pandemia. La gente se ofrecía para echar un ojo a los vecinos que vivían solos durante el confinamiento, y llevarles lo que necesitasen para que no tengan que salir”.

En otro orden, suele acontecer que, cuando ya es muy difícil mantenerse por uno mismo en la vivienda, se recurra a residencias públicas. A este nivel cabe destacar que, siendo un servicio gestionado por la Xunta, las plazas se otorgan independientemente de la ubicación y el lugar de origen. Por lo que muchos deben abandonar el lugar en el que nacieron o vivieron gran parte de su vida para desplazarse a un destino aleatorio, lejos de lo conocido.

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Alicia Carbón tiene 81 años y vive con su marido, de 88, paciente de párkinson. Antes residían en el rural, pero recientemente se mudaron al casco urbano de A Estrada “para estar más cerca de las cosas, y porque mi marido va al centro de día”, cuenta. Están solos en la vivienda, pero por fortuna, su hija habita a pocos bloques de distancia, por lo que “nos sentimos más seguros”. Además, por el día reciben la ayuda de una persona, que contrataron por su cuenta. “Como ya tenemos el centro de día, entendí que no podíamos solicitar también la ayuda en el hogar”, cuenta, encogiéndose de hombros. Esta persona echa una mano a Alicia para asear a su marido y hacer tareas más físicas, que a su edad se le hacen cuesta arriba.

Ella es activa, “es verdad que a veces te sientes solo, pero entre poner lavadoras, echarlas a secar, o hacer las camas, me mantengo ocupada. También tengo un grupo de amigas y a veces vamos a tomar café. Si no, hago ejercicios de inglés que me dejó mi nieto, que vive en Londres. Me estimula, y me siento bien cuando los hago”. Pese a su incuestionable energía, esta mujer reconoce que “a mi edad hay cosas que no puedo hacer. Por las noches muchas veces tengo que llamar a mis hijos de madrugada para que levanten a mi marido si se cae de cama. Es inevitable pensar qué sería de nosotros si no tuviésemos a quien recurrir”.

Alicia piensa que “dejar a alguien cuerdo en una residencia, muchas veces lejos de casa, es algo tan doloroso que no se lo deseo a nadie. Pero nosotros la hemos pedido por si las cosas van a peor. Me llama la atención lo lento que va todo. Tardan meses en confirmarte siquiera que estás en lista de espera. Necesitamos más atención”

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