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Begoña Bascuas muestra una tabillla de comunicación para personas sordociegas.

Un signo de integración

Begoña Bascuas regrese al colegio de O Foxo para mostrar a sus alumnos cómo comunicarse con personas sordas y sordociegas

Begoña solía coincidir con una pareja de personas sordas en un café de A Estrada. Le llamaba la atención cómo movían ágilmente sus manos para mantener lo que parecía una animada conversación. Observarlos no fue el detonante para que decidiese cuál sería su profesión, pero sí le sirvió de inspiración. Desde hace más de una década trabaja en Madrid como intérprete de lengua de signos, primero ligada al ámbito de la Educación –con alumnos de la ESO– y ahora en un centro de personas sordociegas. Esta semana regresó a las aulas del colegio estradense de O Foxo para explicar a los estudiantes la importancia de conocer la lengua de signos para vivir en una sociedad más integradora.

En su labor de intérprete, Begoña Bascuas acompaña a personas sordas y sordociegas al médico, al abogado o a cualquier otro lugar al que precisen acudir para entender y ser entendidos. Al final, aquel anuncio de telefonía estaba, en cierto modo, equivocado: lo importante no es poder hablar; lo importante es poder comunicarse.

Herramientas

Esta intérprete explicó a los escolares de O Foxo que la lengua de signos es diferente en cada país; que en España hay más de 100.000 personas sordas y que el bastón que ayuda a un ciego a avanzar por la calle evidencia que es, además, sordo, cuando es de color blanco y rojo. Les mostró también a sus interesados oyentes cómo funciona una tablilla de comunicación con la que una persona sordociega puede acudir a un supermercado, por poner un ejemplo, y comunicarse con la persona que lo atiende. Nunca un pequeño elemento con letras en relieve les pareció a estos niños algo tan llamativo y trascendente.

Begoña explica que, cuando terminó sus estudios en el IES Manuel García Barros, sopesó las opciones de futuro que le ofrecían los estudios universitarios y los módulos de Formación Profesional. Le tiraba Bellas Artes, pero finalmente encontró formación como intérprete de lengua de signos y decidió que quería probar. Reconoce que la suya es una profesión muy satisfactoria, pero también que termina obligando a sentir como propios los problemas sobre los que han de hablar sus manos. “Me conozco todas las pruebas médicas. Entro con ellos a quirófano. He visto corazones latir o el interior de un ojo. Es también un trabajo duro”, apunta, resumiendo que le toca vivir lo bonito en la vida de estas personas, pero también lo no tan bello.

En Madrid, y más todavía en sitios pequeños, muchas personas sordas o sordociegas han de hacer cada día un largo trayecto para llevar a sus hijos a colegios que cuenten con los recursos que precisan. Para hablar de educación inclusiva sobran muchas barreras. Hay derribar muchos muros todavía, y no todos tienen ladrillo.

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