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José Blanco Álvarez posa, ayer, en el salón de su domicilio de la calle Loriga de Lalín. // Bernabé

José Blanco Álvarez: "Durante mi vida profesional nunca le cobré nada ni a los pobres ni tampoco a los curas"

"Tuve cuatro motos, me desplazaba en ellas a donde me llamaban, lloviera o nevara, de día o de noche"

El Colexio Oficial de Podólogos de Galicia celebró el pasado viernes su vigésimo aniversario con un solemne acto que tuvo lugar en el Hotel San Francisco de Santiago de Compostela. Uno de los momentos más entrañables de la velada fue la entrega de insignias de oro a los colegiados homenajeados. Entre ellos se encontraba el lalinense José Blanco Álvarez, más conocido por todos como "Pepe Alfonselle", que fue el primero de los siete hombres y una mujer a los que el colegio quiso premiar después de casi 60 años de actividad profesional.

-¿Cómo consiguió convertirse en la mano derecha del doctor Echeverri en Santiago?

-La verdad es que no sé cómo fue exactamente, lo que sí te puedo decir es que en todas las operaciones que hacía de noche durante tres años le fui a ayudar siempre como instrumentista. En aquella época sólo éramos dos para hacer ese trabajo, y resulta que el otro prácticamente que había era muy amigo de la bebida y nadie quería trabajar con él. Echeverri era catedrático en la facultad y él quería que me quedara allí porque yo era un auténtico esclavo, que no salía de allí. Después me puse a hacer la carrera y me llegó la oportunidad de trabajar en la flota bacaladera de una armadora viguesa.

-¿Y qué hizo con la oferta de irse al caladero de Terranova?

-Sinceramente, yo a Echeverri no le quería decir nada porque le tenía pánico. Al cabo de un mes se enteró y me preguntó que si quería marcharme. Yo le comenté que me había aparecido una buena plaza para ir como practicante de una pareja de barcos que iban al bacalao. La verdad es que la oferta era muy buena porque me pagaban en especies, con kilos de bacalao, y también con un sueldo de muchas pesetas de la época. Don Ángel se quedó callado un rato, y después me recomendó para que me presentara a un catedrático amigo suyo que finalmente medió para que me pudiera ir embarcado. Lo que pasa es que me encontré con un amigo mío de Vigo que andaba embarcado y que, sabiendo que yo nunca antes había embarcado, me advirtió de que el trabajo no era para todo el mundo porque había que ir hasta Terranova, y eran seis meses para ir y otros tantos para volver. Los barcos eran buenos, pero me entró el miedo, y terminé plantando porque tampoco le hacía ninguna gracia a lo que hoy es mi esposa, porque entonces ya éramos novios.

-¿Y fue cuando se decidió a venir por fin para Lalín?

-Después de renunciar al embarque con Pescanova salieron un par de plazas, me fui a examinar a Madrid, y en el primer examen ya me dieron por aprobada porque había 3.000 plazas en total y casi todas quedaron vacías porque cuando yo estudié, por ejemplo, sólo éramos 25 aspirantes a practicantes. Me vine para Lalín, pero como la plaza estaba cubierta me fui para Dozón, y allí estuve cinco años de practicante. Recuerdo que me recorrí todas las aldeas. A los cinco años, como digo, quedó vacante la plaza de Lalín y por la antigüedad me la dieron.

-¿Le gustó ejercer como practicante durante tanto tiempo?

-Hay que tener en cuenta que no es lo mismo nacer para una profesión que hacerlo sin interés por ella. Tengo que reconocer que me consumió mucho la profesión de practicante porque yo era una persona que trabajaba demasiado. Incluso llegué a hacer muchas autopsias porque el encargado de hacerlas estaba muy mayor. Llegué a tener cuatro motos distintas durante todos aquellos años, y recuerdo que me desplazaba en ellas a donde me llamaban, y daba igual que lloviera o nevara, fuera de día o de noche. Fueron unos años muy duros porque había demasiado trabajo y éramos muy pocos los que lo podíamos hacer. Recuerdo que algunas noches me quedaba a dormir en las casas porque en aquellos tiempos en Lalín sólo había una nevera, la de Mouriño, y había que preparar amoníaco con serrín para conservar la penicilina. Eran tiempos donde tampoco había sábanas en las casas, y cuando llegaba a casa mi mujer me preguntaba que dónde durmiera por cómo le llegaba.

-¿Cuál es el mejor recuerdo que tiene de aquellos años?

-Tengo que decir que a mí lo que más me gustaba era la cirugía. Yo hice muchos agujeros para que las mujeres pudieran llevar los pendientes. También tuve que coser muchos tendones en los dedos de las manos, y también operé muchísimos quistes que aparecían en la cabeza a la gente. Una de las cosas que más me dieron la lata fueron las úlceras. Estuve yendo un par de años a Silleda a curarle una a una mujer que era profesora que me llamó por mi buena fama, aunque allí también había practicantes. Durante toda mi vida profesional nunca le cobré nada ni a los pobres ni tampoco a los curas.

-¿Por qué no le cobraba nada a los sacerdotes de la zona?

-Resulta que por mi trabajo tenía relación con todo el mundo dentro y fuera de Lalín. Ya sé que los curas tenían dinero, pero a mi se me dio por no cobrarles. Entonces fue cuando hice lo de la podología, que había que ir a Barcelona o a Madrid. De todas formas, cuando me jubilé en el ambulatorio seguí y sigo pagando mis cuotas en los colegios de practicantes y de podología. Afortunadamente, conservo muy buena vista y todavía tengo el carné de conducir. Sigo conduciendo porque lo renuevo cada año, y me gusta de vez en cuando conducir tanto el Land Rover como el Mercedes automático que tengo.

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