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Iglesia parroquial de San Juan de Carbia. // AVN

Dezanos sobresalientes (XLVI)

Ramón Villar González

Alcalde de Carbia y diputado provincial, fue comendador de las Reales y Distinguidas Órdenes de Carlos III e Isabel La Católica

Ramón Villar González nació en Abedelo, pintoresco lugar en el ayuntamiento de Vila de Cruces. Estudió en la Universidad de Santiago, donde obtuvo el título de Bachiller en Sagrada Teología, Licenciado en Derecho Civil y Canónico, varias veces alcalde del Ayuntamiento de Carbia -desde 1944 la sede municipal se trasladó a Vila de Cruces- y diputado provincial. Era un hombre de aplomo, acierto y especiales dotes de gobierno que le llevaron a desempeñar importantes cargos en la Diputación de Pontevedra.

En el campo político era liberal y un apasionado seguidor del Excmo. Sr. Don Eugenio Montero Ríos, ministro de Gracia y Justicia con Amadeo I y ministro de Fomento, presidente del Tribunal Supremo y presidente del Consejo de Ministros de España con María Cristina de Habsburgo-Lorena. En 1871 fue elegido diputado por Lalín, acta a la que renunció, fue una de las primeras figuras de la historia contemporánea. En el año 1872, Montero Ríos le correspondió con su apoyo y distinguida amistada; le vino a visitar a su casa de Carbia, donde tuvo un gran recibimiento y pudo comprobar lo mucho que valía y las muchas simpatías con que contaba entre sus vecinos.

Como abogado de los tribunales de la nación, Villar González era hábil, fácil e intencionado. Era de carácter enérgico, de costumbres sencillas y modestas. Muy afable y cariñoso en su trato con la gente, bastaba hablarle una sola vez para apreciar al perfecto caballero y adquirir hacia su persona una verdadera y respetuosa simpatía. Su nombre y sus virtudes perduraron entre los que le conocían y los beneficios hechos a sus vecinos no fueron olvidados hasta pasado mucho tiempo.

Como alcalde de Carbia, fue un modelo de rectitud y honradez en la administración municipal. La equidad era la norma de su conducta. Era un decidido protector de los labradores, defendiéndoles con interés. Era un amante de la cultura y la educación del pueblo, a sus gestiones se debió la creación de la primera escuela de enseñanza oficial en la parroquia de Merza y en otras parroquias del ayuntamiento de Carbia. También por iniciativa suya, se construyó sobre el río Deza, en 1869, el puente de Sulago, que unía los distritos de Carbia y Silleda, siendo alcalde de Carbia el respetable Sr. D. José García Asturao, cuyas ventajas para los habitantes de los contornos fueron muy importantes.

Era valiente y arrojado, hasta el extremo de que en una inspección ocular hecha en compañía del juez de Instrucción de Lalín, abogados y subalternos, les llegó la noticia que cerca de donde se encontraban, acababa de pasar el fornido y sanguinario jefe de una cuadrilla de ladrones, el Capitán Donramiro, muy temible en toda la comarca por sus crueldades. Le persiguieron todos los asistentes con toda diligencia y Villar, que era un gran jinete, en su brioso caballo, se lanzó en su persecución, separándose de sus compañeros por estrechos caminos, logrando dar alcance al criminal, quien, inmediatamente, se dispuso a emprender una terrible lucha contra su tenaz perseguidor y como Villar no contaba con arma alguna para defenderse, lo hizo a brazo partido, recibiendo varias heridas de puñal, una grave en la muñeca que le interesó el cubito y el radio y le produjo la inmovilidad de la mano hasta su muerte, pero consiguió derribar al feroz criminal, que fue hecho prisionero e inmediatamente destinado a la prisión de Ceuta, en cuyo presidio murió.

Este hecho admiró a toda la provincia, en la que, con la ausencia del criminal ladrón, desapareció el temor de los propietarios de la comarca. A petición del pueblo se formó un expediente y Ramón Villar González fue obligado a aceptar en recompensa la Cruz de Carlos III. Poseía, además, otras condecoraciones debidas a su condición de político, entre ellas la gran Cruz de la Orden de Isabel La Católica.

Repetidas veces fue propuesto para importantes cargos políticos, pero siempre los rehusó, por no querer salir de su tierra, ya que tenía la enfermedad innata de los hijos de Galicia, la nostalgia, más conocida como "morriña". Murió en el pueblo donde nació, Abedelo, el 21 de noviembre de 1882, a la edad de 71 años.

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