El Celta bajó la persiana a una temporada ya liquidada. Lo hizo sin cumplir uno de los pocos alicientes que le restaban antes de marcharse de vacaciones a reflexionar sobre esta temporada y el futuro que vendrá: ganar el derbi al Deportivo y completar el jolgorio que su afición había organizado en la grada a costa del sufrimiento del eterno rival. Al escarnio general, a la sátira permanente que hubieron de soportar los coruñeses, le faltó que los jugadores le pusieran la guinda en forma de triunfo para que el choteo aún fuese mayor. Pero un gol de Lucas Pérez en el minuto 90 lo impidió. Ese tanto, fruto de una de tantas desatenciones defensivas de los vigueses, castigó a un nefasto Celta que ilusionó durante veinte minutos vigorosos -en los que se adelantó en el marcador gracias a Maxi Gómez- para caer luego en el abismo de la apatía y el conformismo. Esa insufrible desgana, esa ausencia de colmillo y de ambición, concedió esperanzas a los deportivistas y estos acabaron por creer en un empate que encontraron cuando ya no había tiempo para mucho más. El Celta se quedó entonces de piedra tras recibir un tortazo que había empezado a trabajarse mucho antes.

El derbi fue un dolor como espectáculo futbolístico en el que el Celta puso de manifiesto muchos de los males que le han acompañado en este tortuoso viaje por la temporada. No lo parecía en los primeros veinte minutos en los que el Celta irrumpió con energía en Balaídos, contagiado tal vez por el ambiente de fiesta que se había organizado en la grada. Deambulaba el Deportivo por el campo en manos de los centrocampistas vigueses que le escondieron la pelota desde el pitido inicial. Reunió Unzué en la alineación a Lobotka, Wass, Jozabed, Brais y Pione. Gente de buen pie que movió la pelota con rapidez y, sobre todo, apretó en la recuperación con una voracidad que se ha echado de menos este ejercicio. No habían pasado cinco minutos y el Deportivo ya estaba pidiendo oxígeno mientras Brais les abría un grieta en una banda y Pione, un boquete en la contraria. Así estaban las cosas cuando en un balón llovido del cielo Maxi Gómez demostró su instinto en el área y Rubén la tragedia que ha sido este año la portería para el Deportivo. Al borde del área pequeña el delantero tocó con la coronilla mientras el meta se estrellaba contra su espalda reclamando una falta que solo existió en su imaginación. El balón entró mansamente en la portería coruñesa.

No pareció conformarse con ese gol el Celta y la tarde amenazó tormenta de las buenas para el Deportivo mientras la grada se relamía. No salían los coruñeses del agujero y los de Unzué encontraron grandes espacios para galopar en las transiciones generando una sensación recurrente de peligro. Fue entonces cuando se echó especialmente en falta a Iago Aspas. Al delantero moañés debían llevárselo los demonios en la grada asistiendo a un derbi ideal para sus condiciones. Sin él al Celta le faltó un punto de genialidad y de nervio para hacerle más daño al Deportivo. Algo que se hizo más evidente a partir de las media hora de juego. Fue bajando las revoluciones el equipo de forma progresiva y desapareció cualquier atisbo de ir en busca de los coruñese a su campo. Eso pasó a mejor vida. El Celta prefirió refugiarse en su campo en los ataques del Deportivo (o lo que fuese aquello que hacían los de Seedorf) y controlar la posesión sin ir hacia ningún lado. Solo una acción de Maxi, que falló un mano a mano con Rubén tras sentar a su marcador, y un disparo lejado de Guilherme que obligó a Sergio a una gran intervención sacó al partido del tono anodino con el que acabó el primer tiempo.

La situación fue a peor tras el descanso. Hubo jugadores del Celta que no comparecieron. Gente como Jozabed o Wass desaparecieron de la escena mientras la desidia lo invadía todo. Tenía la pelota el Celta, pero por tenerla. Como tantas otras veces en los últimos meses. Solo los intentos de Pione, los detalles de Brais, la pelea de Maxi con los centrales o la intensidad de Hugo Mallo agitaban un poco un partido que no se correspondía con lo que es un derbi. El Celta solo esperaba que el reloj corriese como en una interminable posesión de baloncesto. El Deportivo se dejaba hacer mientras tanto. La situación fue a peor porque Unzué sacó de su libreto una maniobra difícil de entender. Primero retiró del campo a Maxi (que estaba en guerra con la defensa coruñesa y ya tenía una tarjeta) para meter a Boyé. Y luego retiró del campo a Brais (una injusta costumbre que ha adoptado en las últimas semanas) para que entrase Hernández. El enigma de por qué siguieron Wass y Jozabed en el campo nunca será resuelto. El Deportivo, que buscó aire fresco con Andone y Borja Valle ya comenzó a salir de excursión al campo de un Celta invadido por la pereza y que solo pudo marcar en un remate de Mallo que Wass desvió a la red, pero que el árbitro anuló por fuera de juego.

En la última aproximación del Deportivo, tras una grosera desatención defensiva, Lucas encontró el gol del empate tras una dejada de Andone. La penitencia que el Celta pagaba por su evidente falta de ambición, de hambre. Imperdonable casi siempre, mucho más en un derbi. Tal vez no sea más que el retrato de lo que han sido los últimos meses de competición de este equipo.