HISTORIAS IRREPETIBLES

El escándalo del “Totonero”

Un domingo de marzo de 1980, Italia asistió asombrada a la entrada de la Policía en los estadios, mientras se jugaba la jornada de liga para detener a más de treinta futbolistas implicados en una red de amaño de partidos organizada por el dueño de un restaurante y un frutero

Los jugadores implicados, con Rossi (segundo por la derecha), durante el juicio.

Los jugadores implicados, con Rossi (segundo por la derecha), durante el juicio. / FDV

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

El “totonero”, “la quiniela negra”, era una red ilegal de apuestas en manos de la mafia que hacía la competencia a su manera al “totocalcio”, la quiniela legal y tradicional controlada por el Estado. Movía una importante cantidad de dinero y alcanzó su punto de mayor apogeo a finales de los años setenta, justo antes de que todo saltase por los aires. Sucedió por la codicia infinita de los delincuentes que creían haber dado con una fórmula infalible para agigantar su negocio, implicando a los directos protagonistas.

Esta historia arrancó en el restaurante “La Lámpara de Roma, muy próximo a la Piazza del Popolo. Pertenecía a Álvaro Trinca y era un lugar frecuentado por los jugadores de la Lazio con los que el dueño había entablado una buena amistad. Trinca y su proveedor de frutas, Massimo Cruciani, estaban relacionados con la gente que movía el “Totonero e idearon un método ganador. Se trataba de ir captando futbolistas para amañar el resultado de los partidos y asegurar las ganancias. Trinca tentó a los jugadores de la Lazio con los que tenía más relación o a aquellos que parecían más sensibles a la tentación. Así comenzaron a reclutar futbolistas que se preocuparon de captar a más jugadores de otros equipos. Tanto de la Serie A como de la Serie B.

El problema es que el sistema estaba demasiado lejos de ser perfecto. El pago a los futbolistas encargados de condicionar los resultados se realizaba por adelantado para tener más garantías de que los partidos iban a ir en la dirección deseada. Para pagarles trabajaban a crédito. Durante las primeras semanas la historia funcionó a las mil maravillas para sus intereses, pero el caso es que los marcadores no siempre salían como habían planeado y a los creadores de la trama se les empezó a generar un problema serio con su red de prestamistas. Trinca y Cruciani pedían explicaciones a los futbolistas que tenían bajo cuerda, pero estos alegaban que muchas veces era complicado planificar un marcador si no había más gente implicada. En definitiva, que era imprescindible aumentar el número de futbolistas en nómina y que para eso resultaba imprescindible disponer de más dinero para comprar voluntades. El asunto se les empezaba a escapar de las manos, corría la información algo desorganizada por Roma y algunos medios de comunicación empezaron a hacerse eco de ciertos rumores sobre investigaciones policiales que tenían que ver con el Calcio. Se olía algo, pero nadie sabía exactamente el qué. Eran los propios Trinca y Cruciani quienes amenazaban a los futbolistas y se dedicaban a filtrar a la prensa esos rumores en un intento por intimidarles. Su conexión había comenzado a hacerse añicos.

Cruciani, el frutero de la historia, comenzó a tener problemas serios con sus prestamistas que le amenazaron y le reventaron su negocio un par de veces. Aquello fue la gota que colmó el vaso. Se presentó ante la Policía, pidió protección para su gente y largó todo lo que sabía sobre aquella red que habían organizado a partir de “inofensivas” cenas en el restaurante “La lámpara”. A partir de ahí comenzó una profunda investigación para conocer las ramificaciones del negocio y el nombre de todos los implicados.

El 20 de marzo de 1980 se disputaba la jornada número 27 de la Serie A. Todos los partidos arrancan como es costumbre a las tres de la tarde. Nadie imaginaba lo que iba a pasar esa tarde. La Fiscalía de Roma tiene prevista para ese día una operación gigantesca en más de una decena de estadios que necesitaba coordinación para evitar que unos implicados avisasen a otros con tiempo para reaccionar. Los agentes de la Guardia di Finance italiana irrumpieron a la hora del comienzo de los partidos y en algunos estadios como el Olímpico de Roma llegaron a meter los coches en la pista de atletismo ante la sorpresa general y casi el jolgorio de los aficionados que asistieron desconcertados a un espectáculo que tenía a Italia con la boca abierta. Y comenzaron a efectuar detenciones de futbolistas en una tarde caótica porque no llegaron a suspenderse los partidos y los jugadores fueron apresados en función de su participación en los partidos. Hubo más de treinta, que no estaban en el terreno de juego, que fueron detenidos en los descansos. Otros cayeron inmediatamente después de ser sustituidos y los últimos a la conclusión. Llegaron al vestuario y en vez de encontrarse al encargado del material se les aparecía un policía enseñándoles la placa. Se les concedió el tiempo justo para ducharse y en los vestuarios los agentes impidieron la entrada de periodistas o directivos para evitar que en el medio del enredo alguno aprovechase para escapar.

Pronto comenzó a desvelarse el nombre de los implicados. Había muchos futbolistas de segunda línea, pero por el camino cayeron auténticas celebridades del calcio. El Milan fue el equipo más dañado porque además de los futbolistas Enrico Albertosi (una leyenda nacional que había defendido la portería italiana en el Mundial de 1970) y Morini también fue arrestado el presidente del club, Felice Colombo. En la lista había internacionales como Giordano, Wilson y, sobre todo, Paolo Rossi, delantero de la Juventus y una de las grandes estrellas en ese momento del campeonato. En total hubo treinta y ocho personas imputadas en el caso, de las cuales treinta y tres, la gran mayoría, eran futbolistas.

Paolo Rossi, el implicado más célebre, pagó con dos años de suspensión

Italia se enfrentó en ese momento a una terrible crisis reputacional justo cuando faltaban apenas unos meses para acoger la Eurocopa de 1980 que se disputaba en su país y en la que había puestas grandes esperanzas en todos los sentidos. Necesitaba actuar con rapidez para ganar credibilidad a ojos del mundo. La liga terminaba de mala manera con la competición contaminada por lo que todo el mundo conocía como el escándalo del “Totonero”. Por eso el proceso se agilizó. La justicia deportiva tomó sanciones en el mes de mayo, justo después de la conclusión de la liga. El Milan fue descendido a la Serie B y su presidente, suspendido de por vida porque se dio por probada la compra del partido ante el Lazio que también se marchó a la segunda categoría. La leyenda Enrico Albertosi también fue sancionado a perpetuidad; mientras que los dieciocho futbolistas encausados se repartieron 50 años de suspensión (seis años a Stefano Pellegrini, cinco años a Cacciatori y Della Martina, tres a Pino Wilson, Bruno Giordano, Lionello Manfredonia, Paolo Rossi, Giuseppe Savoldi, Luciano Zecchini…). También cayó otro personaje célebre, el juez deportivo Humberto De Biase porque se dio por probado que conocía el asunto y calló. Cuando se vio acorralado enredó el ambiente al asegurar que el partido entre la Juventus y el Bolonia, partido sobre el que no había información, también había sido amañado. Sin embargo, los dos clubes se vieron libres de penas, algo que se achacó al tremendo poder que el conjunto turinés tiene y que siempre ha generado una interesante discordia en Italia. Este caso sirvió para alimentar esa teoría.

El Tribunal de Apelación rebajó algunas sanciones (por ejemplo la de Paolo Rossi que se quedó en dos años) y cuando el asunto llegó a la justicia ordinaria y se dictó sentencia, solo se condenó a cárcel al frutero Massimo Cruciani, que salió libre al poco tiempo después de pagar una cuantiosa multa. El juez entendió que los clubes, los directivos y los futbolistas implicados en el caso ya iban suficientemente servidos con las penas que para ellos habían aplicado los tribunales deportivos. Para la mayoría de los futbolistas que se vieron envueltos en el escándalo aquello supuso el punto final de sus carreras. O ya no tenían edad para volver o nadie les quería por estar “apestados”. Solo regresaron a los terrenos de juego Bruno Giordano, Lionella Manfredonia y Paolo Rossi, que volvió con el tiempo justo para que Enzo Bearzot le incluyese en la lista de Italia para el Mundial de 1982 en España donde se convirtió en el protagonista del torneo y en la razón principal por la que su país consiguió levantar el título de campeón. Italia le perdonó. Hasta el último de sus días (falleció hace un par de años) Rossi siempre negó su implicación en cualquier clase de amaño. 

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