Historias irrepetibles

La leyenda de “rombo di tuono”

Gigi Riva, al que apodaron “caja de truenos”, el mejor delantero italiano de la historia, jugó toda su vida en el modesto Cagliari desoyendo los cantos de sirena de los grandes clubes del país

Gigi Riva, antes de comenzar un partido con el Cagliari en 1970

Gigi Riva, antes de comenzar un partido con el Cagliari en 1970 / FDV

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

Gigi Riva encontró en el fútbol el refugio emocional que le faltaba en la vida. Se acostumbró demasiado pronto a vivir en compañía de la desgracia. Solo tenía nueve años cuando su padre Ugo, que había sobrevivido a tres guerras, murió en un accidente laboral en la fábrica donde trabajaba. Unos años después falleció su madre de una enfermedad. Luigi Riva repartió su infancia y adolescencia por tres internados en los que cultivó ese carácter serio, taciturno, incluso amargado, que le caracterizaría el resto de su vida. El fútbol era su consuelo, esos momentos en los que no existían los problemas ni la pena y donde los finales solían ser felices gracias a su habilidad. En Lombardía, la región en la que había nacido, comenzó a jugar en el equipo juvenil del Laveno Mombello antes de fichar por el Legnano, un modesto conjunto de la Serie C. Durante ese tiempo Gigi Riva compatibiliza sus primeros años como futbolista con el trabajo en una fábrica de ascensores. Podía haber sido perfectamente su destino si no fuese porque en su primera temporada en el Legnano comenzó a llamar la atención su impresionante pierna izquierda, un martillo. Era grande, rápido y letal. Marcó solo seis goles, pero quienes acudían a verle se marchaban con la impresión de estar ante un fenómeno fuera de lo normal.

El nombre de Riva no tardó en saltar a los periódicos. Todas las semanas surgían informaciones que hablaban del interés de algún equipo de la región por hacerse con él. El Bolonia parecía el más entusiasta. El futbolista no tenía ninguna información. Hablamos de comienzos de los años sesenta cuando los jugadores eran una mercancía sin apenas voz en las negociaciones que tenían que ver con su futuro. Solían enterarse en el último momento de cuál era su destino. El día que le llamaron a las oficinas del club para tratar su futuro Riva daba por seguro que le iban a anunciar su salida hacia el Bolonia, que no le parecía mal destino en aquel momento al tratarse de un buen club próximo a la tierra donde residía. Pero su sorpresa fue cuando el presidente del Legnano le anunció que había sido vendido al Cagliari a cambio de la nada despreciable cantidad de 37 millones de liras, una fortuna en aquel momento por un chaval de dieciocho años. Enrico Rocca, el presidente del club de Cerdeña, le siguió en varios partidos y estaba entusiasmado con él.

Para Riva la noticia fue un mazazo brutal. No quería ir. Aceptaba porque no tenía más remedio teniendo en cuenta la legislación deportiva del momento y porque la familia necesitaba dinero. Todos sus temores se confirmaron cuando llegó a Cerdeña. En ese primer viaje tuvo la compañía de su entrenador en el Legnano a quien le dijo nada más poner el pie en tierra que “esto es como Africa”. Le pareció un erial lleno de piedras sin ningún atractivo. La sensación que tuvo fue la de llegar a un lugar que iba con un par de décadas de retraso con respecto al resto del país. El Amsicora, el estadio del Cagliari, ofrecía un imagen desoladora. Seco, con la hierba en pésimo estado, viejo, desangelado… Para Riva, que soñaba con protagonizar noches de gloria en Milán vistiendo la camiseta del Inter, el equipo del que era aficionado desde niño, aquello era un drama. Toda la mala fama que tenía Cerdeña en la península se había confirmado de golpe. Una tierra pobre, de campesinos, pastores y bandoleros, con pueblos que a comienzos de los años sesenta aún no tenían luz, y donde la única esperanza de los jóvenes ante la falta de futuro que les ofrecía su tierra era comprar un billete de avión hacia el norte de Italia para no volver más a su tierra.

Irse a Cerdeña fue un palo para él, pero acabó enamorado de aquella tierra y de su gente

Nadie podía imaginar entonces lo que iba a suceder. Gigi Riva se enamoró perdidamente de aquella tierra empobrecida y ya nadie sería capaz de separarle de ella. Allí desarrollaría una carrera larga, encontraría al amor de su vida, criaría a sus dos hijos, se retiraría, envejecería y hace unos días moriría a los 79 años después de sufrir una dolencia cardiaca. La suya es una de las grandes historias de amor que ha conocido el deporte y la prueba de que no siempre los pasos de los futbolistas más legendarios han estado marcadas por el sonido del dinero.

En su primera temporada en el Cagliari, en 1962, anotó ocho goles para ayudar en la conquista de un segundo puesto en la Serie B que supuso para el conjunto sardo el primer ascenso a la máxima categoría en sus cuarenta años de historia. Sufrió en sus primeros años en la categoría, pero los goles del delantero fueron el pilar sobre el que se fue construyendo esta obra. En 1967 las cosas dieron un salto importante. Fue el comienzo del imparable crecimiento del Cagliari de la mano de Riva dentro del campo y de Manlio Scopigno, al que apodaban “el filósofo”, en el banquillo. La figura del delantero crecía de manera imparable -el gran Gianni Brera ya le había apodado “rombo di tuono” (caja de truenos)- y su presencia en Cerdeña se convirtió en un foco de atracción para futbolistas de nivel como Albertosi, Cera, el brasileño Nené, Roberto Boninsegna, Niccolai… Riva era cada vez más grande. Pronto se convirtió en el mejor delantero de Italia, en el titular de la selección nacional, y en el objetivo de los grandes equipos del país. Pero el compromiso con el Cagliari era indestructible. Aquel erial que parecía Africa, el lugar del que habría escapado corriendo el primer día si hubiese podido, se transformó en el lugar más maravilloso para vivir. Traicionar aquella tierra que le consideraba un dios era algo impensable. Cada vez que jugaba un partido en el norte de Italia le esperaba un emisario de la Juventus con un cheque generoso en el bolsillo y dispuesto a cubrirlo de promesas. Siempre los rechazó de forma tajante; nadie le movería de Cagliari.

Gigi Riva, Italia, 1968

Gigi Riva, Italia, 1968 / FDV

Aquella lealtad infinita acabaría por tener su recompensa en uno de los grandes acontecimientos de la historia del fútbol italiano. Antes de ese momento se produjo una pequeña crisis económica que amenazó el idílico plan de los dirigentes del Cagliari. No había una lira en la caja y se plantearon vender a Riva pese a que el futbolista no quería. Diez mil personas se manifestaron con mal tono por el centro de la ciudad cuando los rumores alcanzaron un volumen excesivo y la directiva descartó esta opción por temor a sufrir la ira de aquellos hinchas que no estaban dispuestos a traicionar ellos a quien había comprometido su carrera por vestir su camiseta. Afrontaron entonces un plan ambicioso en el que incluyeron la entrada de nuevos inversores y alguna operación de mercado bastante audaz. La venta de Boninsegna, el principal escudero de Riva, al Inter acabó con Gori y Domenghini en Cagliari. Dos piezas que serían determinantes para que el equipo sardo consiguiese en 1970 ganar la Liga, el único título de clubes que conseguiría el gigantesco delantero en toda su vida como futbolista. La Eurocopa de 1968 con la selección italiana completa un pequeño palmarés que sin embargo no oscurece su grandeza. El título fue una explosión de felicidad en la isla y en el orgullo de Gigi Riva. Durante años escuchó que a su leyenda le faltarían los títulos que seguramente habría conseguido en los clubes grandes italianos. Pero no había nada como ganarles a todos ellos con un club modesto, de una tierra olvidada y menospreciada en el resto del país. Era la primera vez que un equipo alejado del norte conseguía llevarse el título y someter al dinero y a la industria de los históricos clubes de Milán o Turín. A aquellos estadios llegaban cada fin de semana desde Suiza o Alemania autocares llenos de aficionados sardos que habían emigrado por la falta de oportunidades y para quienes aquel Cagliari se transformó en su gran orgullo. Riva se sentía recompensado.

“Rombo di tuono” no pudo repetir lo sucedido en 1970, año en el que perdió con la selección italiana la final del Mundial ante la imponente Brasil de Pelé. Las lesiones (que por ejemplo le impidieron estar en el estreno del Cagliari en la temporada siguiente) fueron un freno considerable en la etapa madura de su carrera. A partir de 1973, con 28 años de edad, apenas pudo tener continuidad hasta que en 1976 se retiró cumpliendo la promesa de haber vestido solo la camiseta de Cagliari. Nadie le movió de Cerdeña. Allí vio crecer a su familia y disfrutó del cariño de quienes gracias a él se sintieron menos desamparados. Esta semana una dolencia cardiaca acabó con su vida y la isla se movilizó para despedirle como merecía y sobre todo para darle una vez más las gracias. 

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