Historias irrepetibles

Lo que se llevó una mudanza

Stanley Matthews, leyenda del fútbol inglés, se convirtió tal día como hoy en el primer futbolista en ganar el Balón de Oro pero perdió el trofeo años después en un cambio de domicilio

Matthews recibe el Balón de Oro en 1956.

Matthews recibe el Balón de Oro en 1956.

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

La leyenda creada y fomentada por sus mayores admiradores dicen que en el momento de nacer, la matrona que atendía el parto se acercó a su padre, un rudo boxeador aficionado llamado Jack Matthews que compaginaba el deporte con su trabajo en una barbería, y le dijo:“Felicidades, ha tenido usted un extremo derecho”. La exageración es evidente, pero sirve para explicar lo que sería la interminable carrera de Sir Stanley Matthews, uno de los grandes mitos del fútbol británico que nunca tuvo que vestir una camiseta lujosa para convertirse en una celebridad y que en 1956, tal día como hoy, se convertiría en el primer futbolista en ser reconocido con el Balón de Oro. Tenía entonces cuarenta y un años, pero el premio fue un reconocimiento a su asombrosa carrera.

France Football, que también había estado en el nacimiento de la Copa de Europa un año antes, fue quien ideó reconocer al mejor jugador de Europa con el galardón. Y para eso reclutó a quince periodistas especializados de quince países diferentes (Alemania, Austria, Bélgica, Checoslovaquia, Escocia, España, Francia, Hungría, Inglaterra, Italia, Países Bajos, Portugal, Suecia, Suiza, Turquía y Yugoslavia) que debían elegir cinco futbolistas y otorgarles de cinco a un puntos. Entre ellos surgió la corriente de opinión de que Stanley Matthews merecía esa especie de homenaje por lo que había aportado al fútbol y por el ejemplo que daba con su elegancia. Importaron poco los méritos de aquella temporada o los títulos conseguidos en su interminable carrera (solo uno). Por escaso margen se impuso en la votación a Alfredo Di Stéfano, que unos meses antes había conducido al Real Madrid a ganar la primera Copa de Europa de la historia. El 18 de diciembre se anunció el nombre del ganador.

Semanas después, los responsables de France Football volaron a Inglaterra para hacerle entrega del minúsculo trofeo que consistía en un pequeño balón dorado colocado sobre una peana de madera. Tal y como se hizo durante bastante tiempo, la entrega era completamente austera, más propia de cualquier ceremonia organizada por un discreto club social, que a buen seguro invertirían bastante más en sus trofeos de lo que el semanario francés hizo con el Balón de Oro. En las escasas imágenes que existen de entonces se ve a Matthews en un pequeño salón del ayuntamiento de Blackpool mostrando el premio con media docena de personas a su alrededor. Ese trofeo que muestra el extremo inglés podría ser considerado una especie de Santo Grial del fútbol europeo. Algo así sucede con el primer trofeo que recibía el campeón de la Copa Inglesa y que desapareció para siempre sin que nadie sepa su paradero o la Copa Julius Rimet, la que recibía la selección campeona del mundo que también se volatilizó en medio de mil teorías. Con el Balón de Oro de Stanley Matthews sucedió algo parecido. Mucho tiempo después de aquella discreta ceremonia celebrada el 2 de febrero de 1957 el futbolista lo perdió durante una mudanza. Se supone que lo embaló junto a muchas de las distinciones recogidas a lo largo de su eterna carrera pero no volvió a encontrarlo. Nadie sabía dónde estaba. Error, olvido, una mano larga… hoy nadie sabe dónde está el primer Balón de Oro de la historia. Dar con él sería como encontrarse con un tesoro de valor incalculable.

Matthews fue un futbolista que trascendió a su palmarés. Desarrolló su carrera en los modestos Stoke City y Blackpool; y sólo consiguió un título (la Copa inglesa de 1953 cuando tenía 38 años de edad). Vistió casi sesenta veces la camiseta de la selección inglesa, pero su ejemplo y talento estaba por encima de todo ello. Matthews heredó de su padre la disciplina y capacidad de esfuerzo de un modesto boxeador que se ganaba unas buenas libras en combates los viernes por la noche. Desde pequeño acostumbró a Stanley a cuidarse, a estar en forma y las tablas de gimnasia se convirtieron en uno de sus principales juegos cuando era un niño. Jack Matthews pretendía que su hijo continuase la tradición boxística familiar, pero él tenía otros planes. Adoraba el fútbol que jugaba en el colegio de forma apasionada. Mientras su padre refunfuñaba, su madre intercedió por él y llegaron a un acuerdo: si a los quince años no era convocado por la selección escolar inglesa, lo dejaría y se centraría en el boxeo. El problema para que se cumpliese el deseo de su padre es que Stanley era demasiado bueno y con catorce años fue llamado por la selección escolar para medirse a Gales. Ya no había vuelta atrás. Jack Matthews era un hombre de palabra y no volvió a pensar en el boxeo para su hijo.

Con solo quince años el Stoke City fichó a Stanley Matthews. Le hicieron un contrato de aprendiz para que compaginara el fútbol con otras funciones en las oficinas del club. Cuando llegó al primer equipo, todo el mundo sabía que acabaría por convertirse en un extremo de leyenda. En aquel momento se instaló en la banda derecha del ataque y ya no abandonaría esa posición hasta que el día que dejó el fútbol profesional en 1966, con 51 años de edad en sus piernas. “Mr. Wing” (Míster extremo) era el nombre por el que se le conoció durante su carrera. Su llegada fue una conmoción porque en Inglaterra descubrieron una forma diferente de ser extremo. La costumbre era que corriesen sin desmayo y solo dependiesen de su velocidad. Stanley fue el primer jugador que utilizó hasta el aburrimiento el freno y la aceleración. Jugaba con diferentes velocidades, le gustaba pararse y arrancar desde cero. Eso volvía locos a los defensas rivales que no podían con él, con su habilidad, su astucia y sus piernas ligeras. Eso le convirtió también en objetivo de los defensas que en ocasiones se emplearon con exceso de dureza con él por la imposibilidad de frenarle. Asumió todo con ejemplar elegancia, sin reproches ni protestas. Un ejemplo de deportividad que tenía su teoría al respecto: “El juego duro es debilidad por parte del que lo practica. Nada desmoraliza más a un rival que ver a su víctima mantener la sangre fría y su dignidad intacta. El que busca vengarse se rebaja al nivel de su adversario”.

Jugó hasta los 51 años y en toda su carrera solo ganó un título

Repartió su carrera entre el Stoke City, el Blackpool (por el que fichó con 32 años) y el Stoke nuevamente (al que regresó con 46 años para jugar sus últimas cinco temporadas con la camiseta de su infancia). Su carrera sería inimaginable en el fútbol moderno, donde al superar la treintena a uno le empiezan a señalar el camino hacia el cementerio de elefantes. Pero lo más llamativo de Matthews es que mantuvo siempre la dignidad y cuando entendió que lo suyo era jugar las segundas partes fue el primero en echarse a un lado. Pero los rivales siempre le tuvieron un respeto máximo, conscientes de que pertenecía a esa clase de futbolistas que resultan imposibles de sujetar cuando convierten una zona del campo en su jardín particular. Y lo demostró sobre todo en 1953 en el partido más importante de su carrera. Con 38 años Matthews había ayudado al Blackpool a llegar a la final de la Copa inglesa, pero su cuerpo no estaba para jugar de titular. Le esperaba el Bolton y los peores augurios se cumplieron cuando tras una hora de juego caían por 3-1. Entró Matthews en el campo en el momento en el que reducían la diferencia a un gol. Quedaban sólo tres minutos para el final y sucedió lo impensable. Realizó un par de jugadas primorosas y colocó dos balones de gol que cabecearon a la red Martinson y Perry para darle una histórica victoria al Blackpool y permitir al mejor extremo que había tenido Inglaterra levantar un trofeo de campeón en el viejo Wembley. Un acto de justicia que celebró todo el país a excepción, como es natural, de los aficionados del Bolton. A partir de aquel día, a ese partido se le conoció como “la final de Matthews” y para él supuso una evidente liberación, y seguramente una de las muchas razones por las que unos años después los periodistas de quince países decidieron que el primer Balón de Oro de la historia debía estar en el salón de su casa.

El futbolista acabó su carrera en el equipo de casa y a los 51 años, en 1966, antes de que su país ganase el único Mundial de su historia, colgó las botas. Se le nombró “sir” y nunca otro futbolista ha sido capaz de jugar con su edad en la máxima categoría del fútbol. Eran otros tiempos, aquellos en los que todavía existían los extremos clásicos. Y Matthews fue el más grande de ellos.

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