Historias irrepetibles

"¿Acaso es Kent una colonia?”

Walter Tull, el tercer negro que llegó a la Primera División inglesa, se vio apartado por el Tottenham para aplacar los ataques raciales que sufría

Se alistó para combatir en la Primera Guerra Mundial donde murió tras convertirse en el primer oficial de color del ejército británico

Walter Tull, con sus compañeros en el Tottenham.

Walter Tull, con sus compañeros en el Tottenham. / FDV

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

Tiempo para el recuerdo en Inglaterra que estos días se dedica a honrar a aquellos que dieron la vida en los principales conflictos militares. El fútbol se suma a esos homenajes y es entonces cuando reaparecen las historias de aquellos futbolistas que aparcaron su oficio para entregar su vida en un campo de batalla. Pocas de estas historias igualan la de Walter Tull. Nació en Folkestone, el pueblo del sur de Inglaterra donde su padre, procedente de una familia de esclavos de Barbados, se instaló para trabajar como carpintero de barcos. Fue el segundo de los cuatro hijos que llegaron a la casa de Daniel y Alice donde muy pronto las cosas se complicaron. Un cáncer se llevó a su madre cuando Walter tenía siete años y su padre trató de rehacer su vida casándose un año después con una prima de Alice. La nueva relación trajo otra hija y una nueva tragedia ya que su padre falleció de un infarto poco después. Clara, su viuda, no tenía recursos para cargar con cinco hijos y decidió que los dos que estaban en edad escolar, Walter y su hermano mayor Edward, fueron enviados a un orfanato metodista de Londres. Los dos niños se adaptaron con dificultad a su nueva vida. Comenzaron a practicar diferentes deportes y a cantar en el coro del orfanato que solía viajar por el Reino Unido para dar conciertos y recaudar fondos para ayudar a la financiación del centro.

Durante uno de estos recitales en Glasgow un dentista se quedó impresionado con Edward e inició los trámites para conseguir su adopción, algo que culminó pocos meses después. Los dos hermanos fueron separados, algo que supuso un golpe terrible para Walter, que adoraba a Edward, su apoyo y consuelo en los momentos de dificultad que habían pasado en el orfanato. La distancia con su hermano agrió el carácter de Walter y el único refugio que encontró para placar su furia fue el fútbol, al que se entregaba de forma apasionada. No tardó en llamar la atención de equipos aficionados, pero en ese momento se encontró un problema añadido: el color de su piel. Pocos querían contratar a un futbolista negro. Apenas existían en el fútbol británico de aquel tiempo. Pero en 1908 el modesto Clapton le hizo un contrato, aunque buena parte de sus seguidores mostraron su disconformidad con el hecho de haberle fichado. Ni sus grandes actuaciones suavizaron el trato hacia él, hasta el punto de que los medios de comunicación locales comenzaron a denunciar los ataques raciales que sufría de forma permanente incluso por parte de su propia afición.

El Tottenham, que acababa de lograr el ascenso a Primera División, se adelantó a otros clubes interesados y lo contrató. Su estreno con los Spurs se produjo en una gira por Sudamérica donde impresionó por sus condiciones físicas. Poco después debutó oficialmente en Sunderland y se convirtió en tercer futbolista negro que llegaba a profesional en Inglaterra después de Arthur Wharton y Billy Clarke, dos leyendas del fútbol británico. Tampoco fue fácil para Walter Tull su estancia en el club londinense donde tuvo que hacer frente al odio racial que muchos volcaban sobre él. La hinchada rival, los contrarios e incluso una parte de su propia afición le insultaban y provocaban de forma recurrente. Tull aguantaba. Ya tenía más de veinte años y creía que nada de lo que le sucediese sería peor que lo vivido durante su niñez y adolescencia. En un partido en Bristol los insultos alcanzaron tal nivel que numerosos medios de comunicación mostraron su indignación por el lenguaje y las expresiones que se habían escuchado en el graderío. El Tottenham vio un problema y tomó la peor de las decisiones: apartar a Walter Tull y enviarlo al equipo de reservas, donde los gritos eran parecidos pero la repercusión mucho menor. También dicen que Fred Kirkham, su entrenador, no era excesivamente partidario de tener a un futbolista negro en el equipo y que por eso apoyó la decisión.

Herbert Champman, el hombre que revolucionaría el fútbol inglés con sus métodos en el Arsenal, iniciaba entonces su carrera como entrenador en el modesto Northampton. En 1911 contrató a Walter Tull. Alejado del ruido de Londres y con un técnico que le ayudaba a mejorar y a quien no importaba el color de la piel, Walter Tull disfrutó una barbaridad durante las tres temporadas siguientes. Jugaba siempre y desde su posición de centrocampista se había transformado en una pieza esencial en el equipo. Champman estaba encantado con él e incluso le insinuaba que le llevaría con él cuando cambiase de equipo.

Pero en 1914 la vida de Walter Tull dio un vuelco como la de millones de personas. Estalló la absurda Primera Guerra Mundial y buena parte de la población joven del Reino Unido se movilizó para participar en un conflicto terrible. En Inglaterra surgió pronto un intenso debate. Mientras miles de jóvenes salían en dirección al frente de Francia donde a buena parte de ellos les esperaba la muerte, el 1 de septiembre comenzaba una nueva temporada de fútbol. La discusión era intensa. Por un lado se veía como una forma de entretener al país en un momento tan complicado, pero por otra parte se señalaba a los futbolistas como privilegiados en comparación con sus compañeros de generación. Conan Doyle llegó a escribir en un periódico que “si un futbolista tiene fuerza en las piernas, que marche y combata”. Incluso llegó a publicarse en la prensa la carta de un soldado en Francia que narraba la crueldad de la guerra y terminaba con una frase lapidaria “mientras nosotros morimos, jóvenes de nuestra edad se divierten dándole patadas a un balón”.

El futbolista, con el uniforme militar en 1914.

El futbolista, con el uniforme militar en 1914. / FDV

La presión fue insoportable y en diciembre de 1914 se formó el 17 Batallón de Servicio del Regimiento Middlesex al que se conoció como “Football Battalion” y en el que se reunieron futbolistas, pero también entrenadores o directivos, llegados de todos los equipos de Inglaterra. Walter Tull no tardó en alistarse. Fue el primer jugador del Northampton que se marchó a la guerra. Fue enviado junto a la mayor parte de su batallón al Somme, uno de esos territorios unidos para siempre a la tragedia. Estuvo meses en aquel infierno, lidiando con los alemanes, pero también con las condiciones terribles en las que combatían. Fue enviado de vuelta a casa después de que se le diagnosticase una “crisis maniaca aguda”. Se recuperó en Glasgow, junto a su hermano que por entonces se había convertido en dentista. Allí sentía el significado del hogar, eso que la vida apenas le permitió disfrutar. Aún convaleciente firmó un acuerdo con el Glasgow Rangers. Jugaría para ellos cuando la guerra acabase y el mundo volviese a recuperar la normalidad. Allí viviría cerca de Edward e incluso hicieron planes para traer a sus tres hermanas a Escocia.

Walter Tull se apuntó de paso a un curso de oficiales. Al presentar su solicitud generó cierto desconcierto por el color de su piel y alguien le dijo que no había plazas para “coloniales” a lo que él respondió “señor, nací en el condado de Kent. ¿Acaso es Kent una colonia?” Fue admitido y tras convertirse en subteniente combatió entre 1917 y 1918 en Italia donde según figura en el Museo de la Guerra de Londres se convirtió en el primer oficial negro del Imperio Británico. Después fue enviado de nuevo a Francia, a la Segunda Batalla del Somme. El 25 de marzo, en plena ofensiva alemana, Walter Tull se encontraba en la zona de trincheras cerca de Favreuil. Bajo un intenso fuego de ametralladora fue alcanzado de forma mortal. Tom Billingham, portero del Leicester y buen amigo suyo, trató de arrastrar su cuerpo hacia zona segura pero le resultó imposible. El cuerpo de Walter Tull, como el de tantos otros, se quedó para siempre en el barro de Francia. Su hermano Edward recibió una carta de condolencias en la que resaltaban el valor de Walter. La propuesta de que recibiese una condecoración se perdió y el contrato firmado con el Glasgow Rangers se quedó para siempre en un cajón de Ibrox Park. Edward nunca pudo superar la pérdida del hermano.

Estos días, Inglaterra recuerda con emoción a sus caídos, sobre todo a los de la Primera Guerra Mundial y todo se llena de amapolas rojas hechas de papel, la primera flor que apareció en los campos devastados de Flandes, y el fútbol inglés honra con especial emoción a los trescientos futbolistas que perdieron la vida durante aquellos cuatro años en los que el mundo se volvió loco. 

Suscríbete para seguir leyendo