Historias irrepetibles

El vaticinio de Joe Armstrong

El jefe de ojeadores del United descubrió a Bobby Charlton cuando tenía quince años y le dejó a su madre un arriesgado pronóstico: “Antes de que cumpla 21 años jugará en la selección inglesa”

Charlton, en uno de sus primeros partidos con el United.

Charlton, en uno de sus primeros partidos con el United.

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

Joe Armstrong era un tipo fornido que solía vestir con elegancia y siempre llevaba la raya del pelo marcada con enorme precisión. A finales de los años cuarenta Matt Busby, que se había hecho cargo del Manchester United después de la Segunda Guerra Mundial con el objetivo de reflotar el club, le reclutó con el objetivo de rastrear el país en busca de jóvenes talentos. La grave crisis económica que para el equipo había supuesto estar ocho años sin estadio a causa del bombardeo alemán que destrozó buena parte de Old Trafford se había solventado gracias al buen resultado que había comenzado a dar la academia de jugadores puesta en marcha poco antes por Louis Rocca, un hijo de heladeros italianos. Busby, que afrontaba su primer trabajo como entrenador después de una carrera como futbolista desarrollada en el Manchester City y el Liverpool (los dos grandes rivales deportivos del United) sabía que ése era el camino para el futuro y puso a Armstrong y a su fiel segundo entrenador, Jimmy Murphy al frente del operativo. “Un escocés, un galés y un inglés trabajando juntos para hacer un equipo de fútbol. Es imposible que esto salga bien” cuenta Busby que dijo Armstrong poco después de comenzar su trabajo. Uno buscaba los jugadores, el otro les dirigía en el equipo de reservas y si le veía preparado para el salto convencía al entrenador para que le diese una oportunidad en el primer equipo. Todo dependía en aquel momento de su olfato, de su intuición muchas veces. Salvo en aquellos jugadores nacidos para marcar una época.

A comienzos de 1953 los informadores de Armstrong comenzaron a hablarle de un chico de quince años de Ashington (localidad situada en el húmedo noreste del país, casi en la frontera con Escocia) que había crecido rodeado de futbolistas profesionales en una casa donde solo existía el fútbol. Cuatro de sus tíos habían jugado en la máxima categoría y el hermano de su madre era Jackie Millburn, legendario jugador del Newcastle e internacional por Inglaterra. Al jefe de scouts del Manchester United le costó ajustar su agenda para acercarse a Ashington, pero finalmente se decidió a visitar aquella tierra de mineros y de devotos incondicionales del fútbol. Le hablaban de un futbolista muy maduro para su edad, rápido con el balón y al que se le caían los goles de los bolsillos. Bobby jugaba por aquel entonces en el equipo del colegio (East Northumberland). Le apasionaba el fútbol, deporte con el que había convivido a todas horas en casa, aunque los Charlton, gente modesta, le insistieron siempre en lo esencial de su formación. Su padre, que trabajaba en la mina, no quería para sus hijos la misma vida que tenía él y por eso eran inflexibles en ciertos planteamientos.

Su familia, por parte de madre, estaba llena de futbolistas profesionales

Tanto Bobby como su hermano mayor Jack, locos por el fútbol, eran dos buenos estudiantes y nunca dejaron de cumplir con sus obligaciones. El 9 de febrero de 1953 Joe Amstrong se presentó en Ashington para ver a East Northumberland enfrentarse a Hebburn and Jarrow. Hacía frío, el campo estaba medio helado y la ligera niebla apenas permitía seguir el partido con claridad. Los muchachos supieron antes del partido que en la banda había un ojeador del Manchester United y otro del Sunderland. Sin que nadie se lo dijese, todos sabían perfectamente a quién venían a ver. Bobby Charlton, tal vez por los nervios, no jugó su mejor partido, pero fue suficiente para Amstrong que se marchó del campo sin dirigirse a él. Aquello frustró en el primer momento al joven futbolista y mucho más cuando vio que el emisario del Sunderland tampoco le hacía caso y se fue a conversar con el portero de su equipo. Aunque en ese momento lo desconocía, el responsable de los ojeadores del United se había marchado directamente a casa de los Charlton a hablar con Cissie, su madre. Bueno, más bien, a dejarle un mensaje: “Señora, no quiero molestarla, solo vengo a decirle que su hijo jugará en la selección inglesa antes de que cumpla los 21 años. Quiero llevarme a su hijo a Manchester, le cuidaremos bien. Solo le pido que no haga un trato con nadie sin hablar antes conmigo”.

"Solo vengo a decirle que su hijo jugará en la selección inglesa antes de que cumpla los 21 años"

Armstrong regresó a Old Trafford, se reunió con Murphy y Busby para comunicarles lo que había visto: “Hay que traerlo como sea. Es la clase de chico que puede cambiar la historia de un club”. Desde aquel momento Ashington se convirtió en punto de encuentro para los principales reclutadores de los grandes clubes del país. Veían jugar a Charlton e inmediatamente se plantaban en la casa familiar para hablar con sus padres. En aquellos meses de absoluta locura su madre se puso al frente de la situación. El trabajo en la mina tenía al padre casi siempre fuera y las riendas del asunto las tuvo que tomar Elizabeth Charlton, Cissie para los amigos. La buena mujer recordaría más tarde que desde primera hora de la mañana ya había alguien rondando la casa y que en ocasiones llegó a tener al representante de un club tomando té en el salón y a otro en la cocina. Aunque no era una práctica legal, los clubes llegaron a ofrecer dinero a la familia si Bobby acababa fichando por ellos. Llegaron a alcanzar las mil libras de prima, una cantidad exagerada.

Jackie Millburn, que ya por entonces se había estrenado como internacional, ejerció en aquellos días de consejero y les advirtió que no hiciesen caso a todo ese dinero que les llegaba: “Si Bobby elige bien ganaréis mucho más con esa decisión que con las libras que aceptéis en estos momentos. Eso es lo realmente importante”. Incluso Millburn llegó a decirles que no firmase por el Newcastle, el club en el que jugaba él, porque no le gustaba la forma que tenían de trabajar con los jóvenes. “Hay que elegir un equipo que crea en él”, sentenció el internacional inglés. Joe Amstrong siguió visitando con regularidad la casa familiar a la espera de que tomasen una decisión definitiva. En ocasiones lo hacía con su mujer porque cualquier ayuda era buena en esa situación. Dejaban que la conversación girase por otros temas diferentes al fútbol y eso generaba siempre mayor complicidad. En el hogar de los Charlton siempre habían valorado el hecho de que el primero que llegó a Ashington en su busca había sido él y finalmente tomaron la decisión de firmar por el Manchester United. Antes de eso tenía que pasar un pequeño examen: someterse al escrutinio de Matt Busby, que solo sabía de él por lo que le había contado su jefe de ojeadores. Sucedió durante un entrenamiento en Manchester de la selección escolar inglesa, una especie de selección sub16 de aquel tiempo. El líder del United le observó en silencio durante la práctica y cuando finalizó simplemento dijo: “Joe, tenías razón. Fíchalo”.

En verano de 1953, sin haber cumplido los dieciséis años, Bobby Charlton dejó su casa familiar para instalarse en Manchester. Solo un año antes su hermano Jack había firmado por el Leeds United aunque en su caso ya tenía diecinueve años. Dieciocho clubes habían preguntado por Bobby Charlton durante aquella primavera, pero él y su familia había elegido el United con la confianza de no haberse equivocado. Sus padres le insistieron en que siguiese adelante con su formación por si acaso su experiencia en el fútbol no resultaba como esperaba. Aquella no dejaba de ser una apuesta incierta. Por eso desde los quince a los diecisiete trabajó como aprendiz de ingeniero eléctrico, en una empresa próxima al estadio de Old Trafford. Así podía compaginarlo todo. El trabajo, los entrenamientos y los partidos en el conjunto filial donde comenzó a llamar la atención de todo el mundo y empezó a aporrear con violencia la puerta del primer equipo. Pero todo necesitaba un tiempo y completar un proceso. En otoño de 1956, cuando acababa de cumplir los diecinueve años, Matt Busby escribió por primera vez en la pizarra su nombre junto al del resto de titulares. Se había acercado a él un día antes para preguntarle cómo estaba su tobillo, maltrecho tras un encontronazo. No pestañeó al responderle: “Ya no me duele”. Era un sábado, 6 de octubre. El United jugaba ante el Charlton (curiosidades que tiene la vida) en su campo. Ganó 4-2 y Bobby marcó dos tantos entre el asombro de casi cuarenta y cinco mil aficionados que se frotaban los ojos mientras Joe Armstrong sonreía en la grada de Old Trafford. El resto, es leyenda del fútbol.

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