El Manaslu, a los pies de ‘mister dancer’

Roberto López, lucense afincado en Vigo, otro gallego que conquista un ochomil en la cordillera del Himalaya

Acaba de descender de la octava cima más alta del planeta y sus pensamientos se dirigen hacia los que le apoyaron y los sherpas que le ayudaron en esta aventura en Nepal, donde ya lo conocen como ‘mister dancer’ por su afición al baile como método de terapia y entrenamiento en las condiciones extremas que ha afrontado en las últimas semanas en el techo del mundo. Roberto López, lucense afincado en Vigo, ya forma parte de la reducida lista de gallegos que han hollado alguno de los catorce ochomiles de la cordillera del Himalaya, junto a Chus Lago, Jesús Martínez Novas, Ramón Blanco o Jerónimo López.

“Es difícil describir con palabras lo que se siente al alcanzar una cumbre así, y eso que no pude disfrutarla como me gustaría porque era una situación muy peligrosa”, sostiene el alpinista gallego al admitir que afrontó esta expedición sin patrocinadores, “lo cual me parece un mérito extra lo conseguido”, subraya desde Nepal.

Este éxito deportivo le llega a Roberto López después de protagonizar importantes expediciones en las principales cumbres del resto del mundo, desde Europa y Asia hasta América. “Lo que sí sé es que esta cumbre para mí es el resultado de muchos años de trabajo, progresando poco a poco, hasta que un día percibes que puedes hacer algo así; y lo he logrado y estoy muy contento por ello, y más”, conviene quien agradece el apoyo incondicional de su club de montaña, Xistra, de la Xunta de Galicia y de la Diputación de Pontevedra, de cuyos organismos recibe las ayudas correspondientes como deportista de alto nivel.

Para atacar la cumbre del Manaslu (8.163 metros), este residente vigués planteó la instalación de cuatro campos, que primero le ayudaron al proceso de aclimatación en altura necesario para acometer una expedición tan extrema y después como zonas de descanso en sus etapas hacia la cima de esta ‘montaña de los japoneses’, como se conoce este coloso nepalí.

En el proceso de aclimatación a la altura, Roberto López utilizó un método original que llamó la atención de los sherpas que le ayudaron en su travesía de este ochomil. “Una vez en el campo base hice la aclimatación a la altura correspondiente, que consiste en ir subiendo a campamentos superiores poco a poco hasta que tu cuerpo se va adaptando a la baja presión que hay cuanto más alto se sube. En el campo base me aclimaté de otra manera: bailando”, explica el alpinista lucense. No era la primera vez que recurría a esa peculiar técnica. “Me encontré con nepalíes que había conocido el año pasado en el Ama Dablam y que me llamaban mister dancer. Al cabo de unos días aquí, todos me llamaban así (risas). A los nepalíes les gusta porque son muy alegres, buena gente”, admite.

Ya adaptado a las condiciones del techo del mundo, Roberto López inició por etapas su asalto al Manaslu. “Subí un par de veces al campo 1, que está a 5.500 metros, unos 800 metros más alto que el campo base. De ahí, al campo 2, que está a 6.200 metros. Es el tramo más delicado porque hay muchas grietas, seracs (bloques grandes de hielo) y muros de hielo que hay que escalar con cuerdas. Eso sí, es espectacular y abrumador. Uno ahí en medio se siente como un grano de arena en el desierto. El campo 3 se encuentra a 6.800 metros, entre una gran grieta y un muro con enormes estalactitas. Impresionantes vistas siempre. El campo 4 aparece a los 7.400 metros. Es muy desagradable, ventoso e inhóspito. Aquí ya se nota la altura. Lo del baile hay que dejarlo de lado”, indica.

Imágenes de Roberto López durante su ascensión al Manaslu.  | // ROBERTO LÓPEZ

Imágenes de Roberto López durante su ascensión al Manaslu. / R. López

Llegado a ese punto, el gallego, acompañado de Anish Sherpa se preparó para atacar la cumbre del Manaslu. “Normalmente se sale del campo 3, pero yo elegí el 4 con la intención de alcanzar la cumbre desde ahí en unas 7 horas, mientras desde el campo 3 había que dedicar 12 horas. Hice lo mismo el año pasado en el Ama Dablam (6.812 metros). Supongo que será para gustos. El día del ataque a la cumbre hacía mucho frío y viento moderado. Empezamos a las 00h30 del día 24 (el pasado domingo) y hay que caminar muy despacio. Una hora más tarde del amanecer llegamos a la zona de la antigua cumbre del Manaslu y que todo el mundo daba por buena, pero resulta que no era el punto más alto, sino que este se encuentra unos 60 metros más alto. Es un acceso mucho más delicado, donde vas caminando con un pie delante de otro, en una pendiente muy elevada, con el abismo bajo tus pies. Y por fin alcanzas la cumbre. Es emocionante, vertiginosa, impresionante lo que ves alrededor y hacia abajo. De todos modos, hay que tener muchísimo cuidado porque hay otras personas en la cumbre, unas 5 personas haciendo cola; sí sí, haciendo cola, porque en la cumbre solo caben dos para hacer las fotos mutuamente. El lugar es muy inestable y hay que tener cuidado cuando se abandona la cumbre y entra otro porque en esos cruces, si tenemos un despiste, y el cansancio es mucho, uno se puede ir al abismo”, explica el alpinista.

A pesar de su larga experiencia en cumbres importantes como el McKinley (6.190), el Kilimanjaro (5.895), el Pico Lenin (7.134), el Pequeño Alpamayo (5.410), el Condodiri (5.648), el Huayna Potosí (6.090), el Sajama (6.542), el Chimborazo (6.268), el Huascarán (6.768) y el Khan Tengri (7.010), el montañero lucense admite que su primer ochomil le genera sensaciones desconocidas. “Es difícil describir con palabras lo que se siente al alcanzar una cumbre así; y de hecho, esta cumbre no pude disfrutarla como me gustaría porque era una situación muy peligrosa, delicada y junto a otras personas que nunca sabes cómo van a reaccionar”.

Al volver al campo base, Roberto López fue recibido por los sherpas. “Me reconocieron desde lejos y gritaron: ‘Hey, mister dancer, congratulation for summit’. Y esa noche sí volvimos a bailar juntos al son de la música, ya con el calor de la gente y la seguridad del campo base”.

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