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Florentino Pérez, en un acto en el Bernabéu.Efe

El peor paso de Florentino

Florentino Pérez siempre quiso ser Santiago Bernabéu. Repetir sus pasos, caminar por la misma senda que llevó al histórico dirigente a convertir el Real Madrid en el club más importante de Europa. Consiguió emularle al reunir en su vestuario a los jugadores más codiciados del mundo y al conquistar un puñado de Copas de Europa (Ligas de Campeones) que servían para prolongar la supremacía del equipo blanco en el viejo continente. Hace meses se embarcó en otra de esas tareas para la eternidad. Si Bernabéu compró unos terrenos en 1944 para levantar en la Castellana un nuevo estadio; él lo convertiría en el mejor recinto del mundo. En otoño de 2022 inaugurará un coliseo en cuya reforma van a invertir más de 800 millones con la idea de convertirlo en una máquina de generar ingresos para el club.

Al dueño de ACS le quedaba pendiente otra misión para igualarse a su gran referente, para que su legado fuese inmortal, indiscutible. En 1955 Santiago Bernabéu fue uno de los impulsores de una nueva competición que reuniría cada año a los mejores equipos de Europa. Con L’Equipe como motor de la iniciativa, el de Almansa se implicó al máximo en el nacimiento de lo que se bautizó como Copa de Europa de Clubes Campeones y cuyas cinco primeras ediciones fueron directamente a las vitrinas del club que presidía. La competición quedó para siempre unida a la historia del Real Madrid y de Santiago Bernabéu. Florentino quería algo parecido, pero adaptado a los nuevos tiempos. El presidente del club blanco llevaba desde hace un par de años enredado con una serie de clubes europeos en la organización de un campeonato cerrado que disparase sus ingresos, multiplicase el número de partidos entre los clubes más renombrados del continente y cambiase para siempre el mapa y la economía del fútbol europeo. Todo ese mastodóntico proyecto es un montón de cenizas 72 horas después de haberse anunciado con gran estruendo en todo el mundo. El fracaso de la Superliga lo es sobre todo de Florentino Pérez. Nadie dio la cara como él por la nueva competición, nadie se implicó de semejante manera. Mientras la mayoría de propietarios de los clubes que habían pactado con el Real Madrid permanecían en silencio midiendo con seguridad la respuesta del anuncio, Pérez no dudó en retratarse en público hasta acabar quedando en evidencia con algunos de sus vaticinios.

Florentino Pérez está acostumbrado a ganar. En el mundo del deporte y en el empresarial. Restringe sus apariciones públicas, se maneja como nadie tras las cortinas de la vida pública y pasa por ser un buen estratega. Por eso sorprenden los pasos en falso que ha dado en los últimos días a cuenta de una Superliga en la que se había implicado tanto a nivel personal. Los doce clubes que firmaron el pasado fin de semana un pacto para poner en marcha la Superliga europea “tan pronto como fuese posible” habían alcanzado un acuerdo con JP Morgan para recibir un crédito que permitiese arrancar al y tenían otro tipo de tratos con importantes empresas anglosajonas para desarrollar la comunicación de lo que iba a “revolucionar el fútbol europeo”. Sin embargo, la presentación mundial de la Superliga fue una nota de prensa emitida un domingo por la noche a una hora imposible para muchos medios de comunicación y la aparición pública un día después (el lunes) de Florentino Pérez en “El Chiringuito”, programa que emite por las noches el canal Mega: un espacio que vive de la polémica, en un canal menor, con una audiencia limitada y a una hora “incómoda” para muchos de los países a quienes interesaba lo que el presidente del Real Madrid tuviese que decir.

Un proyecto con doce de los trasatlánticos económicos más grandes de Europa merecía otro despliegue, una puesta en escena mucho más apabullante. En su intervención Florentino Pérez defendió la creación de la Superliga con un discurso mal construido, lleno de errores estratégicos y de referencias innecesarias hacia el mayoritario grupo de clubes que nunca estarían en esa nueva competición. Dibujó un colapso en el horizonte para casi todos los clubes europeos y pintó la Superliga como el único remedio para todos los males que asolan al fútbol actual. En su intervención el presidente del Real Madrid lamentó que los clubes pequeños “ganasen dinero” mientras la mayoría de los integrantes de su grupo “tenían cuantiosas pérdidas” y anunció que en las próximas horas saldrían en masa el resto de dirigentes y propietarios para explicar la situación y defender como él la creación de la competición.

Nada de eso se cumplió. Lo que sucedió al día siguiente fue que comenzaron a dispararse las dudas en torno a la nueva competición. La intervención de Florentino, lejos de serenar los ánimos, encrespó a todo el mundo y dejó en el ambiente que el proyecto estaba cogido con alfileres. A meses de su teórico estreno no se sabía cómo se iba a organizar, de qué manera se repartirían las invitaciones para los que no tienen plaza fija, no había televisión que lo ofreciese, se desconocía la forma de elegir a los árbitros...Un desastre comunicativo que dio paso a una secuencia dramática para sus intereses. A las pocas horas comenzó a rumorearse que los clubes ingleses dudaban del proyecto después de comprobar la reacción generada entre sus aficionados. Ningún otro dirigente dio la cara por la Súperliga. Con cuentagotas llegaron los anuncios de que dejaban la competición. El martes por la noche el fracaso del proyecto que iba a cambiar el fútbol europeo era ya una realidad. Y el rostro de Florentino Pérez es el que queda como símbolo de esta batalla perdida.

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