Juega esta tarde el Barça ante el Eibar. Y juega sin Messi, que dispone de “dos días más de vacaciones”, según reveló Koeman porque “tenía unas molestias en el tobillo”, que retrasaron su retorno de Argentina. Quizá deba empezar a acostumbrarse el equipo a vivir ya sin Leo, el jugador que ha sostenido al club durante años y años. Tal vez, dentro de seis meses ya no esté vestido de azulgrana. A partir del 1 de enero es dueño de su destino. El único dueño en un Barça huérfano de liderazgo porque busca tres semanas más tarde (24 de enero) al nuevo presidente.

Él, entretanto, aguardará al sucesor de Bartomeu antes de comunicar la decisión más transcendente de su vida. Pero por si acaso ya va preparando el escenario del adiós dejando, aunque sea de forma pequeña, un resquicio a la esperanza de la continuidad culé si ve lo que ahora no ve. Por eso, ya se fue, extraño y desamparado como anda en un vestuario donde ni se reconoce. Ni reconoce

Mientras Messi debate a dónde irá al final de temporada ejecutando la decisión que tomó hace ahora prácticamente un año, el Barça vive, como recordó ayer Koeman, “un año de transición”. Compleja y delicada transición hacia no se sabe bien qué lugar porque el club está “realmente mal, muy mal”, según le confesó Messi a Jordi Évole. De agosto, cuando envió al burofax, a diciembre, no ha cambiado nada para el argentino, excepto la desaparición de Bartomeu, el presidente que le impidió irse cuando quería. El escenario sigue siendo el mismo y el tiempo se le echa encima.

Ruina alrededor

Hay un equipo lleno de jóvenes ilusionantes, como Pedri y Ansu Fati, que reclaman su liderazgo casi paternal. Pero a su alrededor otea un club en ruinas, sin un euro, con la caja vacía, incapaz de darle a Messi lo que reclama (“dos o tres jugadores importantes, pero se necesita dinero”) e incapaz también de asumir lo que cuesta Messi, por mucho que él estuviera dispuesto a adecuarse al nuevo mercado pos pandemia.

En Barcelona , Leo tiene todo lo que necesita su familia. Todo, excepto el equipo competitivo que requiere para triunfar en la recta final de su carrera, cansado ya de que su Champions envejezca llena de polvo. Hace cinco años que la besó. Desde entonces, la nada. No es solo que Messi quiera quedarse, algo que continúa en duda, pese a su sincera declaración de amor hacia el club que lo acogió desde que era “chiquito”, sino que el Barça post Bartomeu pueda permitirse tener a Messi un año o dos más antes de que haga las maletas para viajar a Estados Unidos como destino vital. Miami sería la parada final ideal para los Messi-Rocuzzo y el Inter, club donde Marcelo Claure, el empresario boliviano-estadounidense, es el copropietario, junto a David Beckham, aguarda ansioso.

Quizá sería la franquicia adecuada de la MLS (Major League Soccer) para volver a coincidir con Luis Suárez, su amigo del alma, que anda ahora marcando goles en el Atlético. En agosto pasado, Claure se hizo con el 35% de las acciones del Girona, participando de la gestión junto al City Football Group. Que lo vincula, por lo tanto, de manera directa a Pep Guardiola, «uno de los mejores entrenadores que he tenido, junto a Luis Enrique», como dijo Messi.

Una decisión “de familia”

Aunque Koeman, que se mostró “agradecido con las palabras de Leo”, sostenga que en la decisión final no influirá ningún técnico. Ni él, ni tampoco Guardiola. “Messi decidirá su futuro sin depender de un entrenador o de un país”, llegó a decir el actual preparador del Barça. “Es una decisión que cada uno toma con su familia. No creo que un entrenador pueda influir en su destino” apuntó Koeman, sumergido como todos en ese inacabable mar de dudas que arrastra Leo desde enero pasado, coincidiendo con el tumultuoso despido de Valverde. Los precandidatos ya saben que Messi será neutral en esta campaña de reconstrucción de un club que necesitará años para “volver a donde estábamos”, como recordó el propio capitán. Y también saben que solo la voz de Koeman tiene cierta autoridad ante el argentino. Tampoco hay más en un club derruido.