“Messi es Maradona todos los días”, ha asegurado Valdano, que fue el espectador más cercano del gol a Inglaterra en su trávelin asombrado. Yo creo que Messi ha sido casi Maradona casi todos los días. Y en ese casi, en lo que falta y lo que sobra, se eleva Maradona sobre Messi y sobre todos. Más ahora en el quizá de la muerte, que es otro casi.

“Zidane es un jugador tremendo. Pero lo que Zidane hace con una pelota, Maradona lo hace con un naranja”, afirmaba Platini. Los demás transitan por territorios que Maradona descubrió. El primer mérito de Maradona fue concebir que se podía jugar así. Atreverse y conseguirlo solo completó aquel milagro. Cuando el mejor Messi lo imita, le falta el casi por la originalidad. No es culpa suya. Maradona, ya que dios, es la causa primera. Los demás, creados a su imagen y semejanza.

Messi no es tan bueno, pero lo ha sido más veces. Maradona, entre huesos rotos, hepatitis y adicciones, se pasó gran parte de su carrera como un eco de su fulgor. Pero la persistencia de Messi, en realidad, menoscaba al propio Messi. Transforma su maestría en un acto administrativo, como la contundencia de Cristiano o cualquier figura actual, cuyo rendimiento se calibra en el laboratorio. El mito de Maradona, en cambio, se edifica gracias a sus pecados, su rebeldía, su castrismo contradictorio, su atormentada vida familiar, sus escándalos íntimos y públicos. Igual que con el violento Caravaggio, sus luces se alimentan de sus sombras, en una urdimbre inextricable.

Maradona, ya que poeta, se ha muerto joven aunque las esquelas le atribuyan 60 años. Jamás quiso o supo hacerse adulto. Dejando en el camino a tanto inglés sobre el césped del Azteca, se soñaba sobre la tierra áspera de los potreros de Villa Fiorito. Fue un niño aferrado a su paraíso y se desubicó cuando el árbitro pitó el final.

A Messi le sobra el casi de su regularidad. Sabemos perfectamente lo que ha sido. A Maradona nos lo debemos imaginar a dieta, sobrio y limpio, constante y ordenado, con agentes honestos, en clubes poderosos, protegido de las patadas asesinas. El mejor Maradona no es el que ha existido, sino el “si...” que habita en nuestras fantasías, en ese distante planeta al que ha regresado. En un espacio que nadie casi completa y ningún dolor empaña.