Nadie se ha tomado en serio, lo que se dice en serio, el último arrebato de Leo Messi al llegar, el pasado miércoles por la tarde, a la terminal de vuelos privados del aeropuerto de El Prat. Nadie considera que la frase de “estoy cansado de ser siempre el problema de todo en el club” sea el penúltimo torpedo en la línea de flotación de un Barça, ya muy tocado, pero en el que ha desaparecido el presidente con el que la familia Messi había llegado al hartazgo.

Todo el mundo en el Barça, pese a que la frase se ha convertido, en tiempo de silencio y pandemia, en primera página de todas partes, le resta importancia a su contenido y le dan la misma lectura: el control aduanero, nada de inspección de Hacienda, el papeleo solicitado sobre el jet privado de Messi, la identificación de sus pasajeros, fue lo que sacó de sus casillas al azulgrana, que tenía a su esposa e hijos, esperándole en el coche durante más de una hora.

La sensación de que Messi podía haber, no solo iniciado sino reemprendido, su campaña y anuncio personal de que no seguiría en el Barça con esta nueva crítica al club, está totalmente descartada. Es cierto que la delicada situación del club, sin nadie con voz y poder para comenzar a hablar con el número uno mundial o con su padre sobre la posibilidad, no ya de rebajarse la ficha sino renovar, es nula. Y, por tanto, el jugador llegará al 1 de enero sin saber quién es el nuevo presidente y, por tanto, libre para poder empezar a negociar con quien quiera. Por ejemplo, el Manchester City, que acaba de renovar a Pep Guardiola dos años más.