No fue lo mismo de 1986 porque entonces la meta era la de Alpe d'Huez y porque los protagonistas eran el ganador saliente, Bernard Hinault, y el que estaba llamado a llegar de amarillo a París y que no era otro que Greg Lemond. No fue lo mismo, porque de hecho, el equipo protagonista era el todopoderoso Ineos, antes Sky, la escuadra que ha ganado todos los Tours desde 2012 si se exceptúa el de 2014. Y era este año un conjunto perdedor más que ganador. Y porque de hecho era un abrazo que solo servía para apagar el incendio de una derrota camino de los Campos Elíseos y de un equipo con sus estrellas divididas y separadas. Desaparecidos en combate tanto Chris Froome (Tours de 2013, 2015, 2016 y 2017) como Geraint Thomas (Tour de 2018) y retirado Egan Bernal (Tour del 2019) a la escuadra británica no le quedaba otra opción que ir a por etapas; ni una llevaba.

Michal Kwiatkowski, el ciclista polaco que se proclamó en Ponferrada campeón del mundo de 2014, llegó a la meta junto a Richard Carapaz, el corredor ecuatoriano que hace un año, siendo miembro del Movistar, se adjudicó el Giro. Bien se podría decir que la reacción de Carapaz llegó, aunque rápida, demasiado tarde, escapado cada día en los Alpes, peleón como el que más, inconformista ciento por ciento, magnífico escalador al que habría que preguntar -por supuesto a su equipo- ¿dónde estaba en este Tour? ¿Por qué apareció tan tarde?

Fueron abrazos y aplausos entre ellos porque la filosofía ciclista no permite a dos compañeros de equipo disputarse la victoria. Y, de hecho, hasta se podría decir que Carapaz tuvo muy mala suerte de que su compañero polaco aguantase tanto y tan bien cuando igual lo normal habría sido que superado el impresionante Plateau des Glières se descolgase y dejase a Carapaz solo ante la gloria una vez constatado que el grupo de Roglic, que se peleaba por redistribuir la general desde el puesto cuarto, no los iba a alcanzar aunque se les cayese el cielo sobre sus cabezas.

Tanta fuga, tanto coraje en las cimas, recompensó a Carapaz, hijo de campesinos, el chico que creció junto a la frontera colombiana escuchando por la radio y viendo por la tele las gestas de los escarabajos vecinos, con el reinado de la montaña para que a París pueda llegar vestido con el jersey a lunares un escalador de postín, con cara y ojos, aunque solo con dos puntos de ventaja sobre Tadej Pogacar y una subida final, mañana, en plan cronoescalada, a la Planche des Belles Filles que puede acabar de definir lo poco que parece quedar en juego.

En el Tour de los eslovenos y en el Plateau des Glières sacó todo su genio Landa para atacar. Fue la única ofensiva, más allá de la zona de vallas, exceptuando a Pogacar en el Peyresourde, que se ha visto en este Tour. La furia le sirvió para ascender hasta la quinta plaza de la general y descolgar a los más débiles del día, Adam Yates y Rigo Urán. Pero con el ejército salvaje de Roglic por detrás y como locos cualquier otro objetivo era una llamada al fracaso.