Los periodistas colombianos no han podido venir este año al Tour. No los han dejado salir de su país donde la pandemia los sigue azotando. No se escuchan sus gritos en la meta. Ellos que estaban ya acostumbrados a ganar, y no solo etapas de montaña, sino el Tour. Ya no eran los narradores de las hazañas de los escarabajos, aquellos míticos corredores sudamericanos que subían los montes como cabras y los bajaban como caracoles. Ganaron el Tour 2019 con Egan Bernal. Por eso, ayer, de haber habido periodistas colombianos apostados en la cima del Grand Colombier, los habrían oído llorar, lágrimas cargadas de tristeza por el hundimiento de Bernal.

Era, hasta ayer, la mayor y casi se podría decir la única amenaza para el dúo de Eslovenia, para un Primoz Roglic que tiene bien amarrado el jersey amarillo, y para Tadej Pogacar, que corre como héroe no solo del presente sino del futuro, un chaval de solo 21 años que ya ha logrado dos victorias, la última ayer.

Nada menos que 7.20 minutos perdió Bernal, no solo tocado, sino hundido en la gran cima de los montes del Jura, y ante tres etapas claves en los Alpes, a partir de mañana, puesto que hoy descansarán todos, pruebas PCR mediante, en Grenoble.

Terrible, sin más. El Tour recuerda poquísimas veces en las que el campeón del año anterior, el que luce con honor el dorsal número uno, se hunda de forma irremediable cuando había acudido y había anunciado que volvía a Francia para ganar, para seguir haciendo grande la leyenda de Colombia. Solo se ven tres casos en los últimos 30 años. En 1991, en el gran día de Miguel Induráin en el Tourmalet camino de Val Louron, Greg Lemond sucumbió y dijo adiós a un cuarto Tour. En 1996 todavía se enrojecen los ojos al recordar cómo se esfumaba el sueño de un sexto Tour de Induráin. Y en 2012 Cadel Evans explotó ante el Sky, -en 2015 Nibali llegó al Tour demasiado agotado tras adjudicarse el Giro-. No han más casos. No había vuelto a ocurrir, hasta ayer, cuando a 13 kilómetros de la cima del Grand Colombier, Bernal se soltó del grupo de favoritos.

Y no hubo nada que hacer, no fue levantar el pie, respirar y volver a enlazar. No fue colocar a los gregarios, sobre todo a Kwiatkoski, para que impusieran un ritmo que hiciera salvar el continente y el contenido de un Tour en llamas. Fue una crisis en toda regla, tan sorprendente como inesperada, pues si bien ya había dado muestras de mínimas flaquezas en el Macizo Central, estaba casi anunciada la reacción de Bernal en los Alpes. En Colombia ya estaban dispuestos a gritar sus gestas alpinas para que imaginariamente oyese a esa corte de periodistas que se han quedado en casa por el maldito Covid-19. Un mazazo enorme. Nadie, ni Pogacar, se explicaban qué pudo pasarle a Bernal. El ritmo asfixiante del Jumbo, quizás. Y el Tour que no conoce la palabra misericordia.