La abultada derrota de Túnez frente a Bélgica completó el gran fracaso del fútbol y de las selecciones árabes, eliminadas antes incluso de que se juegue la última jornada de la fase grupos. Una debacle que cobra una mayor dimensión si se añaden dos datos clave más: el de Rusia es el Mundial con mayor presencia de equipos árabes de la historia y se disputa cuatro años antes de que la gran fiesta del fútbol desembarque en Catar.

La participación de Egipto, Arabia Saudí y Túnez ha sido, además, deshonrosa, como ya han apuntado comentaristas y periodistas especializados de los medios árabes, con amplia presencia en esta Copa del Mundo. Solo Marruecos se ha librado de las críticas.

Tema tabú, algunos expertos en el mundo árabe se han atrevido a señalar con el dedo la preparación, y el hecho de que jugadores, técnicos, directivos e incluso periodistas, pusieran la tradición y el fervor religioso por encima de la profesionalidad. Las semanas previas al arranque del Mundial coincidieron con el mes sagrado del ayuno o Ramadán, lo que hizo que los entrenamientos se trasladaran a horario nocturno, con el consiguiente trastorno de los ritmos biológicos. No solo se vieron alteradas las rutinas de la alimentación y la hidratación, prohibidas para el creyente durante las horas diurnas, también el ciclo del sueño, el descanso y la recuperación de la masa muscular, deteriorada según los expertos. Una variación perniciosa -en parte fruto de la presión- innecesaria, ya que la propia religión musulmana cuenta con mecanismos para adaptar un precepto de origen medieval a los tiempos actuales.