Un río de emociones cruzaba la tarde de domingo, un vuelo directo de Madrid a Barcelona, de dos aficiones entregadas al momento de la despedida de dos de sus ídolos: Andrés Iniesta Y Fernando Torres. Pero se me antoja que también en el Metropolitano y en el Camp Nou les despedía España entera porque ambos hace casi diez y ocho años nos regalaron dos noches luminosas en Viena y Johannesburgo, dos goles solitarios que nos proporcionaron lo que buscábamos y creíamos que nunca nos iba a llegar. Ayer fue necesario volver a aquellos sueños. Creo que Andrés y Fernando también se soñaron a sí mismos en aquellos dos veranos de presencia fugitiva.

Decía Bertolt Brecht que aquél que diga que las despedidas no son tristes que pruebe y él mismo se despida. También Bergamín aludía a la despedida con la metáfora del río que uno no se atreve ni a cruzar, ni a seguir su curso perecedero. Tengo para mí que no sabemos despedirnos. Nunca nos han enseñado. No sabemos decir adiós a lo que queremos, ni a los queremos, no sabemos cerrar puertas, si acaso dejarlas entreabiertas. Ayer sucedía: ambos terrenos de juego, madrileño y barcelonista, lloraban, derramaban su emoción sobre lo perdido, sobre lo que siempre conservarán en sus corazones, en esas puertas entornadas que les dejan Andrés Iniesta y Fernando Torres. Se abrazaban para desaparecer, cada uno con los suyos, familiares, compañeros, aficionados, mientras la emoción disfrutaba de la morosidad engañosa del tiempo, porque todo amor presente se reencarna en el pasado y en este caso el futuro es una curva triste de despedida.

Como el viejo clásico de Disney: Tú a Boston y yo a California. Uno a Chicago y el otro a Tokyo, aunque a Andrés le disfrutaremos todavía con camisola roja en el Mundial de Rusia y quién sabe si volverá a bordar nuestras ilusiones.

Se van pero se quedan, en el corazón de los atléticos que siempre tendrán el recuerdo de un "Niño" al que acunar, de los blaugranas que siempre revivirán los goles decisivos de Iniesta, sus asistencias de tiralíneas, su humildad esplendorosa sobre la hierba; en el de todos los españoles que nunca olvidaremos aquel día de San Pedro del 2008, ni el de San Benito del 2010 que también lo fueron de San Fernando y San Andrés, quizá por aquello de que cuesta abajo todos los santos ayudan.

Se fueron pero no se irán porque los buenos recuerdos son semillas que cultivamos, forman parte de la energía que mueve las cosas. Porque estén donde estén Fernando y Andrés seguirán siendo patrimonio del fútbol, de muchas tardes de emoción, de belleza y de gloria, así hicieron de nosotros su más sutil conquista.

Ahora serán ya principio de otra música. Mucha suerte.

*Director general de contenidos de Mediaset