España ha conquistado el título más deseado. Más que el Mundial, que ya había logrado dos veces. Más incluso que los Juegos, pese a la mística olímpica. En el Europeo no existen reposos, rellenos ni trámites. Todos los rivales se miran a los ojos. Los Hispanos, de hecho, se proclaman campeones con dos derrotas al lomo; los suecos, subcampeones con tres. Francia completa el podio a costa de Dinamarca: las dos únicas escuadras elevadas sobre el resto en la medición de potencial y a la postre fuera del foco principal pese a haber caído solo una vez. Con el Europeo tenía además España la frustración de lo que se te escurre insistentemente entre los dedos. Jordi Ribera ha sabido convertir el lastre de las cuatro finales perdidas en incentivo. Esta generación venga sus desgracias y las de sus antecesores.

España ha impuesto a la postre su energía, en un torneo de tanto trajín. Y ha sabido esconder sus defectos, esencialmente esa tradicional y casi genética carencia de cañoneros, bajo sus cualidades. Que son muchas y diversas. Las intervenciones milagrosas de Appelgren en el arranque del partido generaron dudas respecto al plan principal. Los españoles encontraron remedio en recursos que durante el torneo habían explorado poco, como la defensa 5:1 y una mayor participación de los extremos en el juego estático. La medalla de oro premia especialmente a un entrenador desprovisto del prestigio de otros compañeros pero extraordinario. Quizás sus experiencias de clase media, acostumbrado a exprimir lo propio, han impulsado a España a cruzar su última frontera. Jordi Ribera ha sabido encontrar la solución a cada problema que los rivales le han ido generando. Ha dominado en la pizarra a los otros estrategas. Y ha sabido sobre todo gestionar mucho mejor el nuevo reglamento sobre el cambio portero-jugador. Muchos técnicos han abusado de este recurso como nuevos ricos, dilapidándolo a manos llenas. España sentenció cuando Suecia vació su portería para jugar siete contra seis. Como contra Macedonia. Como contra Alemania.

El relato de esta aventura también tiene protagonistas inesperados. Ariño y Sterbik se habían quedado fuera de la convocatoria para el torneo. Llegaron al rescate por la lesión de compañeros. Sterbik completa su leyenda. Uno de los mejores porteros de todos los tiempos. Sin él, como sin Talant Dujshebaev en el despegue o Rolando Uríos en la consolidación, no se pueden concebir los éxitos modernos de la selección. Un canto al mestizaje. A Corrales no le importará haberle cedido el puesto en la final. El cangués ya se había asegurado su cuota de heroicidad en las semifinales ante Francia. Sterbik salió y a Suecia le tembló el brazo.

Los nórdicos habían dominado durante esos primeros veinte minutos. Applegren interrumpió el buen ritmo español en el arranque. El juego partía desde Gurbindo para acabar en el flanco contrario, con Entrerríos contra el penúltimo o Valero desde la esquina. Pero Applegren detuvo ocasiones claras, por encima del 60 por ciento en paradas, y alimentó el contragolpe. Suecia tenía más clara que nunca la consigna de correr para aprovechar el doble cambio ataque-defensa de España, cuyo 6:0 se edifica sobre dos especialistas, Morros y Guardiola. El 5:1 con Sarmiento en el adelantado era más decorativo que opcional si no daba tiempo a mutar. Suecia tomó la delantera desde el 3-4 y no lo abandonó en lo que restaba de primer periodo, que concluyó 12-14. Un mal menor para España, que llegó a perder de tres en varias ocasiones.

El partido, sin embargo, ya había empezado a girar antes del descanso. Ribera revolucionó su planteamiento. Tiró de Sterbik. Envió a Alex Dujsheabev a encabezar el 5.1, ahora sí como apuesta, para ahogar a Gottfridsson y simplificar las transiciones. Sus compañeros salían a defender a nueve metros. Los Hispanos alcanzaron ese estado febril que les hace sentirse invulnerables. Si los suecos superaban esa presión, se les hacía de noche al enfrentarse a Sterbik. En ataque, Españaba exploraba la anchura del campo con Solé y Balaguer, capaces además de circular y hacer sangre sobre el penúltimo.

Dos goles anotó Suecia en los primeros 19 minutos de la reanudación. Andresson atacó con siete para resolver el atasco y lo empeoró. A los suecos se les agotó la esperanza en el minuto 44. Con 20-16 tuvieron un penalti y una exclusión a favor. Fallaron el penalti, Julen provocó la igualdad numérica en la acción posterior y España soltó amarras hacia la victoria, hacia el título, hacia la gloria.