Ganó el "malo". Como en algunas películas de cine negro, como en esas novelas que te dejan dolorido, como muchas veces en la vida. El día que el atletismo se había vestido de etiqueta para asistir a la despedida perfecta de ese prodigio atlético y mediático llamado Usain Bolt, de entre las sombras surgió Justin Gatlin para con un crono de 9.92 (discreto para tratarse de una final de Mundial) enmudecer el estadio olímpico de Londres y hacer inútil el esfuerzo del jamaicano centrado en remontar al joven Coleman (9.94, plata) tras protagonizar una bochornosa salida. Bolt derrotado (9.95), algo que el mundo creía que no vería nunca. Una sensación de incredulidad, de extrañeza, se apoderó de quienes asistieron a ese momento único en el deporte.

El "maldito" Gatlin (35 años), el hombre que fue sancionado dos veces por dar positivo, el que regresó en 2010 para correr más rápido que antes de ser castigado, arruinó la última carrera de 100 metros que Bolt se había programado en una gran competición internacional. El último oro que había encargado antes de dedicarse a amasar su fortuna, entregarse al baile y hacer la prometida prueba con el Borussia de Dortmund convencido de que puede encontrar un sitio en el fútbol profesional. Pero la realidad es que Bolt no es el "relámpago" de otro tiempo, el genio infinito que hizo enmudecer al mundo desde que asomó en Pekín en 2008 para aplastar al imperio americano de la velocidad y hacerse con justicia con el título del atleta más grande de la historia. Ha envejecido peor que gente como Gatlin. A sus treinta años parece que el tiempo se nota más en sus piernas que en las de algunos de sus rivales como es el caso del norteamericano, cinco años mayor. Nunca sabremos si tiene que ver con su preparación, con el desgaste de este tiempo o por su fisonomía, pero ha sucedido así y hay que asumirlo. Pero el mundo, fiel a Bolt hasta lo enfermizo, confiaba en un triunfo aunque fuese sufrido, sin el brillo de aquellos días en los que la duda estaba en saber hasta dónde iba a bajar el récord del mundo. Las señales inquietante de las eliminatorias, la derrota en la semifinal por solo una centésima ante Coleman, invitaba a pensar en que al jamaicano le esperaba una prueba realmente exigente en la final ante el joven velocista americano, el aficionado a las gominolas, el velocista que más rápido ha corrido este año y quien debe rivalizar en un futuro con De Grasse (ausente en Londres) por el reinado de la velocidad mundial. Gatlin había pasado de puntillas por la semifinal. Por encima de diez segundos, mal en el arranque, discreto en la aceleración. Pero en la final sacó los dientes. Corrió lejos de Coleman y de Bolt y tal eso le sirvió de ayuda. El jamaicano fue el penúltimo en abandonar los tacos (solo el chino Su lo hizo peor que él), a más de cinco centésimas de sus grandes rivales, Coleman y Gatlin. Pero las primeras zancadas fueron un drama para Bolt que entregó una distancia gigantesca a los americanos, sobre todo a Coleman. En otro tiempo su aceleración le hubiera sacado del apuro con sencillez. Pero esa propulsión no apareció. Fue comiéndole el terreno al joven velocista americano hasta llegar a la línea de meta a su altura, pero a cinco metros por su derecha Gatlin entraba en la meta como un ciclón. El de Brooklyn gritó como una fiera salvaje toda la frustración de estos años y mandó callar a la grada, esa que minutos antes le había abucheado como pago a su historial vergonzante.

A partir de ese momento la pista se llenó de gestos, de detalles inolvidables. Gatlin se arrodilló ante Bolt en señal de respeto, el jamaicano le abrazó como si le estuviera perdonando públicamente sus pecados y las cámaras se fueron tras Usain. Nunca una medalla de bronce había tenido tanta repercusión, tanto seguimiento. Gatlin evitó dar la vuelta de honor para evitarse situaciones desagradables y compartió su felicidad con sus pocos fieles. En su lugar Bolt recorrió el anillo del estadio para recibir el cariño de la gente, su respeto y admiración. La grandeza de Bolt trasciende a carreras como la de ayer. A nadie le importó en ese momento que ya no fuese campeón del mundo. Seguía siendo el rey para ellos, el rey eterno de la velocidad, del atletismo. Luego hubo elegancia en la zona mixta. Bolt reconoció que sus rivales habían estado mejor que él y felicitó a Gatlin como antes había hecho en la pista. El nuevo campeón del mundo admitía vivir una situación de cierta incredulidad: "Es todo tan irreal. Usain ha conseguido tanto en nuestro deporte que ha inspirado a otros como (Christian) Coleman para competir. Me ha dicho: felicidades, te lo has merecido. Él sabe bien lo mucho que he trabajado para esto", comentó Gatlin.

Se marchan Bolt y su eterna sonrisa, la que mostraba hasta el aburrimiento segundos antes de encajar la última derrota de su carrera, la más importante y dolorosa. Ahora el problema lo tiene el atletismo, que pierde a su gran icono, al que en la gran competición solo espera el relevo 4x100 con la escuadra jamaicana dentro de una semana. Luego vendrán días oscuros para este deporte, sin el aliciente que Bolt siempre ha supuesto durante estos años como inmenso atractivo para el gran público. Perdió Bolt, se despide Bolt. Un día tremendo para la historia del atletismo.