Necesitamos encontrar un orden en el aparente caos que nos rodea. El "efecto mariposa" sirve como herramienta. Una pequeña acción puede generar gigantescas consecuencias. Siempre partimos del aleteo de la mariposa y concluimos en el tornado que genera al otro lado del mundo. Si no apartásemos la mirada, enumeraríamos los desastres que provoca ese tornado. La mariposa está manchada de sangre.

Una mariposa ha batido sus alas. En la grada por reformar de un viejo estadio se han practicado obras mínimas que garantizan la seguridad de los espectadores. Pero no su resistencia a un temporal que troncha torretas y volatiliza espigones. Caen unas planchas. La precaución y la ley impiden reparar el boquete a tiempo. No existen alternativas viables. El partido se suspende. Aunque el calendario esté apretado, buscarle ubicación es la salida más razonable. Ockham pasa la navaja: en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable.

Conviene recordar el relato, antes de recopilar teorías, opiniones, propuestas y acusaciones. Ese delirio grotesco, comprimido en escasas horas: la cubierta puede repararse y el estadio debe clausurarse; el Celta adultera la Liga por alinear suplentes y adultera la Liga por forzar el aplazamiento; tampoco sabemos si iba a jugar con suplentes, aunque Berizzo lo dijese y lo hiciese otras veces, porque Berizzo no sabe qué hará Berizzo; alcalde, técnicos, bomberos y vecinos en general han articulado una extraordinaria conspiración de silencio; en Vigo amanece un domingo de playa; el Real Madrid, harto de la inquina de sus mezquinos rivales, parte hacia un lugar mejor llamado Superliga; al Barça hay que expulsarlo de la Liga si Cataluña se independiza y al Celta hay que expulsarlo de la Liga si la Galicia tercermundista no lo hace; el Alavés, en su razonamiento encadenado, pide un aplazamiento eterno e infinito, quiere decirse de las competiciones españolas hasta siempre y de todas las competiciones planetarias; los ciudadanos vigueses debemos sentirnos avergonzados, preocupados e indignados, de forma consecutiva o a la vez, de un estadio de cuyo deterioro no nos habríamos dado cuenta si no nos lo dijesen desde 600 kilómetros de distancia; nacimos, en resumen, únicamente como adversarios, una molestia necesaria, un entretenimiento entre clásico y clásico del siglo. Carecemos de existencia autónoma. Todo esto lo contiene el agujero de Balaídos, como el Aleph de Borges.

Exagero poco. La retahíla se ha dado a entender por clubes. Los han dicho groseramente periodistas de mucha audiencia, que dudan de la honradez de tantos a carcajadas. Es parte del circo. El ruido encrespa. Los aficionados se cruzan insultos por cuestiones en las que no tienen la más ligera responsabilidad. No me resulta tan difícil imaginarme a algunos a puñaladas. La maquinaria se retroalimenta. En el fondo, es evidente, la suspensión beneficia a quienes más la critican. Da pasto a sus horas y sus páginas.

Una mariposa batió sus alas y en este lado del mundo ha desatado un descomunal temporal de estupidez. Basta que vuele una chapa para que quede al aire que no nos soportamos. Me gustaría pensar que es solo una minoría de voces; que alguna vez pasarán de moda los que ocupan algunos platós y algunos despachos. Hay días como estos en que me cuesta. El temporal amaina. La estupidez prosigue.