Celta y Alavés celebraron el resultado del sorteo. En el vestuario y en las calles. Se festejaba haber eludido a Barcelona y Atlético. También, en cierto modo, que uno de los dos estaría en la final como representante de los modestos del fútbol español. "Si no nosotros, vosotros", se ha leído desde entonces en los foros. Dicho en verdad, pero sin mermar un ápice las ganas de optar al título. Y conscientes de la dificultad que la eliminatoria tendría.

En la guerra empiezas a destruir al enemigo privándolo de su humanidad antes incluso de herir su carne. Los gobiernos se afanan en deformar a aquellos a quienes sus ciudadanos combatirán y que seguramente les eran, como mínimo, indiferentes. Se les animaliza: son ratas, cerdos, perros. Se anula su individualidad: ya no fulano de tal, sino "boche", "huno", "iván", "japo", "charlie". Personas diferentes, infinitas en sus matices, quedan amalgamadas en un cliché grotesco: una plaga que debe erradicarse, una horda de demonios escapada del infierno. Y así en el fútbol, sucedáneo bélico en sus metáforas, en las identidades inflamadas, las banderas y el odio. Turcos y portugueses, los culerdos secesionistas y los merengones fachas, gente que se detesta simplemente porque prefieren colores distintos, como en el circo de Constantinopla.

¿Pero cómo afrontar la contienda si el que te enfrenta es tu hermano? El celtismo, que se sintió cómodo contra el Real Madrid, épico en su duelo contra el poderoso, se mira al espejo en esta eliminatoria. El Alavés despierta la fraternidad habitual con los vascos. Pero es además un compañero de penurias, también glorioso sin títulos, derrotado en la playa como tantas veces los célticos. Iago Aspas cimenta su leyenda sobre el sacrificio alavesista. Ni siquiera el temporal distingue entre ambos, que se alimentan de la lluvia.

En Balaídos se le canta al Alavés con tanta frecuencia como en Mendizorroza. Ese cántico nacido en los últimos años de Segunda: "Y solo hay un Deportivo, el Deportivo Alavés". Aunque se creó para negar al eterno rival, igual que ellos niegan Vigo, ha contribuido a afianzar la conexión con los vitorianos. Es la fuerza de la palabra. Solo existe aquello que sabemos pronunciar. Resonará por primera vez esta noche copera en el recibimiento al equipo celeste, justo después del "Real Club Celta de Vigo" preceptivo.

Ya se puede palpar entonces un menor número en esa recepción, que incluye bengalas, banderas y bufandas. Se comprobará en el estadio. El celtismo, que siempre responde en los momentos cruciales, no tiene costumbre de competir cada tres días. El temporal amenaza y se cuela con más facilidad por las costuras del Guggenheim vigués.

Celtistas y alavesistas animarán sin desmayo a los suyos sin mirarse de reojo. Las alineaciones del contrario se silban muy tímidamente. Las parroquias compartirán el cántico de "Tebas, vete ya" en el minuto 12. Sucede a veces que el acto aislado de un jugador desata una enemistad bíblica. Sucedió con Bjelica y el Betis en otras semifinales. Pudo ser Manu el motivo de discordia. Insinuó que no le dejaría al Celta un bote neutral, cuando el balón había estado en posesión de los celestes. Tuvo una fricción con Hugo Mallo. Ambos capitanes se dedicaron carantoñas en el túnel de vestuarios, tras el descanso. Hasta Deyverson, protagonista recurrente en las algarabías, se mostró comedido en todas sus acciones.

Demasiada paz, debe pensar Iago Aspas, que agita el partido con sus remates en la segunda parte y reclama de Balaídos un mayor ardor en los minutos finales. En ese periodo se vive el partido a sobresaltos, casi todos en el área del Alavés pero también algún susto en la propia. Los aficionados han captado el mensaje de Berizzo. El empate se da por bueno en la confianza de que el Celta suele marcar fuera de casa. Y porque el Alavés ha confirmado aquello que se esperaba: que un amigo puede ser el peor de los enemigos.