Fran Teixeira se agita como siempre en el banquillo del Rodosa Chapela. Los años no le apagan la chispa. A su lado, sereno, concentrado en sus anotaciones, su vástago Adrián. "También tiene un carácter fuerte, pero durante los partidos lleva las estadísticas. Lo prefiero así, tranquilo", explica Fran. Entrenador y ayudante, padre e hijo, unidos por la genética pero también copiándose los pasos en lo vital. Porque ambos se dedicaron al fútbol antes que al balonmano, granjeándose incluso el interés del Celta.

Fran Teixeira, leyenda del balonmano gallego, sus gritos eternos y sus canas tempranas, se crio dándole patadas a un balón de fútbol en el Santa Mariña. Militó en la entidad de infantiles a juveniles, con ascendiente entre sus compañeros. Capitán de su generación, jugaba de central o líbero, demarcación entonces en boga.

El nivel balompédico le alcanzó para disputar el Nacional de escolares, a cuya final en Luanco llegó. En esa misma cita, pero balonmanística, participaba el equipo de El Pilar a las órdenes del también histórico Alejandro López. "Si os eliminan pronto, te vienes a jugar con nosotros", le indicó López. Porque el vigués, ya en su adolescencia, combinaba ambas pasiones. Conocido como Teixeira en el fútbol, se convertía en Fran, el del Santa Cristina, en el balonmano. A veces, exprimiendo al máximo la agenda. Aún recuerda terminar un partido contra el Celta, montar en el Seat 127 de un amigo, cuya matrícula es capaz de recitar, y llegar a tiempo de jugar en Tui.

Teixeira tuvo cierto nombre en el mundillo futbolístico. Lo tentó Trigo para el Turista. Y Pepe Villar y Eladio, que entonces ejercían como cazadores de talentos para el Celta (el gran Villar hizo de todo en su larga vida de servicio al club), estuvieron en su casa. Pero el Santa Mariña no lo dejó ir.

La lesión y la mili interrumpieron su progresión. En una misma acción, Teixeira marcó en propia puerta y se fracturó la clavícula. "Desde entonces siempre jugué con miedo". Después lo llamaron del servicio militar. Le tocó Ceuta. Al poco de llegar, sabiendo que tenía el carnet de entrenador de balonmano, la Federación Ceutí le pidió que dirigiese el equipo sénior del ejército, al que ascendió a Primera Nacional. Fue la encrucijada decisiva en su itinerario deportivo. Volvió de Ceuta convertido en técnico, aunque apenas rebasaba los 20 años. El Santa Cristina le encomendó la escuadra mayor. Los 16 jugadores tenían más edad que él. Lo restante está en los libros: ascenso con el Santa Cristina, doble ascenso con el Mercantil, glorias europeas con el Teucro, el sueño de Asobal con el Chapela, ascenso con el Octavio, pelea por los títulos con el Sporting de Lisboa... En esta segunda etapa chapaleira encadena ya nueve temporadas.

Adrián siempre sintió adoración por su padre. Siendo niño, se iba con alguno de sus primos a ver las finales portuguesas o incluso cruzaba simplemente la frontera para poder ver la retransmisión televisiva. "Él y mi hija, Alejandra, sufrieron mis derrotas, cuando yo me pasaba días sin hablar; la incertidumbre de los cobros en algunas etapas; el compromiso y el esfuerzo del día a día o los años fuera de casa", indica Fran, que más adelante, prefirió que Adrián no acudiese a algún partido que se pronosticaba tenso para ahorrarle la indignación de los gritos al padre.

Pero igualmente Fran era seguidor del hijo, capaz de llegar bien entrada la noche a Peinador, de un viaje a Madeira con el Sporting, y madrugar para presenciar en A Coruña un partido del Areosa. Porque también Adrián, aunque mamase balonmano desde la cuna, se dedicó primero al fútbol. Alfonso, presidente del Alerta Navia, lo descubrió en las escuelas municipales. Se mudaría al Areosa a petición de Guillermo Troncoso, en infantiles, y con este club compitió en División de Honor juvenil. Javier Maté, que aún coordinaba las categorías inferiores del Celta, fue a estudiar sus condiciones varias veces acompañado por Patxi Villanueva. Ratkovic le mencionó a Fran la posibilidad de vestirlo de celeste. No se concretó. Adrián prefirió seguir a su grupo de amigos al Gran Peña B. También jugó en el filial del Coruxo y Josiño lo alineó con los séniors en un amistoso contra el Rápido de Bouzas. La historia se repitió treinta años después. Ya no existía el servicio militar. Pero sí lesiones -una fractura de tobillo y una rotura del gemelo que se complicó peligrosamente- y estudios. Adrián se fue a Ourense a estudiar tercero de magisterio y dejó de jugar. Y como con su progenitor, olvidados los flirteos futbolísticos, ha resistido el amor sólido por el balonmano. Además de estudiar INEF, Adrián tiene licencia de monitor y el carnet territorial. Como segundo entrenador en el Chapela se encarga de la preparación física y de la autopsia de los rivales, con vídeos concienzudos.

"Su vida es la enseñanza", asegura Fran Teixeira si piensa en la posibilidad de que Adrián prolongue la saga de los Teixeira. "¿El balonmano? No sé si me gustaría. Le podría resultar más beneficioso el fútbol. Egoísmo de padre".