"Sé lo que significa la Copa del Rey para nuestra afición por haber sido también futbolista y haber pasado por ese momento, me encantaría que la cosa tenga final feliz. Desde ya nuestro esfuerzo será máximo por alcanzarlo", prometía Berizzo el pasado sábado al valorar la inminente confrontación con el Sevilla. El Celta ha regresado a las semifinales quince años después. Está en la instancia que proporcionó a Berizzo su mayor gloria como céltico; a un paso de su mayor tristeza. Una cuenta pendiente, aunque el ahora entrenador aclare: "Como futbolista lo que sucedió, sucedió. No hay obtención de título que se equipare con alguna derrota que te sucedió".

El argentino vivió la dulzura y la amargura de lo celeste pocos meses después de su fichaje, en aquel mercado invernal de 2001. Cuando llegaron las semifinales coperas contra el Barcelona, el Toto se había consolidado como uno de los líderes del grupo. Al menos, había obtenido el respeto general. Cosa que Mostovoi y Karpin,de carácter afilado y complejo, solían regatearle a otros compañeros. "Berizzo es maravilloso y desde el inicio mostró una personalidad muy definida", relata Eugenio González, testigo privilegiado de las intimidades de aquellos años. González era la persona a la que el club encomendaba el cuidado de los futbolistas en sus rutinas cotidianas. El confidente de muchos, aquel que resolvía sus problemas. A su juicio, Berizzo acertó en el tono que su aclimatación necesitaba: "Eduardo no se mete en la vida de los demás, pero quiere que des el callo. Es exigente. Como compañero todos estaban contentos con él y creo que la plantilla actual sigue estándolo".

Eugenio vivió de cerca aquella triunfal eliminatoria con el Barcelona que tuvo a Berizzo como protagonista a varios niveles. "Se había hecho el dueño de la defensa. Era el que mandaba desde atrás y ya mostraba sus dotes de entrenador", asevera el antiguo colaborador del club. Contra los azulgranas embelleció ese trabajo defensivo anotado de falta el gol que inició la remontada (Mostovoi y Jesuli acabaron por voltear el tanto inicial de Simao); en la vuelta, otro gol en el minuto 2, aunque pronto igualado por Kluivert, dejó ya muy empinada la tarea a los catalanes.

"Eduardo disfrutó esas vivencias con todos", rememora Eugenio González, aunque como preámbulo de la pesadilla. La final de Copa de La Cartuja es la más dolorosa de las perdidas por ser la más inesperada. "Nada de lo que rodeó aquel encuentro, ni antes ni durante ni después, fue positivo", menciona Eugenio y se calla los secretos, como si aún le supurase la herida. Su fotografía junto a Berizzo, llorando ambos a mares sobre el césped, retrata la derrota.

"Yo creo que él quiere sacarse esa espina", aventura Eugenio González, aunque su amigo lo niegue. "Será difícil porque seguramente tocaría el Barcelona en la final. Pero al menos ya estaríamos en Europa". Desde la vuelta de Berizzo a Vigo no coinciden mucho en persona, pero hablan con frecuencia casi diaria por teléfono. González ignora qué próximo paso dará Berizzo en su carrera como entrenador. "Pero yo creo que él quiere echar raíces y triunfar aquí".

"La ilusión de la Copa existe. Sé de la ilusión, sé del esfuerzo que empujan desde todos los lados, veo a la gente disfrutar de su equipo", proclamaba Berizzo en su discurso, invitando a "empujar el sueño entre todos y que dure más". En aquellos días de 2001 previos a la final recetaba como mejor motivación "recordar qué feo es perder". Ese sollozo inmortalizado junto a González lo demuestra. Pero el actual Berizzo, que con O'Higgins conquistó títulos, pone ahora el acento en el estímulo contrario: "Cuando uno consigue cosas a nivel grupal tiene un sabor más especial que a nivel individual. Es una sensación extraordinaria".