11 de junio de 1949. La plaza de Pinerolo, un pueblo de apenas 25.000 habitantes del norte de Italia, está repleta de aficionados que acuden a ver la salida de la contrarreloj del Giro que acabará en Turín después de 65 kilómetros. Lo sucedido el día anterior ha reducido el valor de la etapa al mínimo. En el pueblo, en todo el país, no se habla más que de la portentosa demostración de Fausto Coppi solo unas horas antes. Cuneo-Pinerolo, dos nombres que quedarán unidos para siempre por la gesta del corredor de Castellania. Es el día en que la voz de Mario Ferretti, el célebre narrador de la RAI, puso el país boca abajo con una sencilla descripción de la situación que se vivía en aquel momento: "Un uomo solo e al comando; la sua maglia e bianco-celeste; il suo nome e Fausto Coppi". Camino de Pinerolo, en una de las etapas más duras que se pueden diseñar en una carrera ciclista, Coppi escribió una página memorable de la historia del ciclismo. Atacó en las primeras rampas de la Madeleine con casi doscientos kilómetros por delante. Ascendió solo Vars, el Izoard, Montgenevre y Sestriere para plantarse en Pinerolo con casi doce minutos de diferencia sobre Gino Bartali y sentenciar a su favor un Giro de Italia que ya había comenzado a decantar unos días antes en Bolzano.

A la mañana siguiente las calles del pueblo son un hervidero de aficionados y niños que quieren saluda y tocar a sus ídolos. Casi todos buscan a Coppi, el héroe, el hombre que aparece en todas las portadas de la prensa nacional del día, de quien solo se habla en términos heroicos. Pero el día tiene también otro protagonista. Se llama Gino Bartali, el "piadoso", el hombre de gesto serio que en ese momento aún callaba su gran secreto, el que le tuvo ocupado durante la Segunda Guerra Mundial como correo de los documentos que ayudaron a salvar a más de ochocientos judíos de las garras nazis. Bartali está a punto de cumplir los 35 años y sus mejores años ya se han ido. Lo asumió ese mismo día cuando durante unas horas agónicas persiguió a Fausto por aquellas montañas intreminables, bajo un cielo plomizo, en una especie de contrarreloj eterna. Pero la distancia pese al esfuerzo no paró de crecer hasta la meta. El legendario Tour de 1948 ya quedaría como su última gran conquista, la del ciclista modesto, familiar, católico al que los tópicos relacionaron siempre con la derecha italiana. Aquella mañana en Pinerolo la derrota la resume mejor que nadie Dino Buzzati, el escritor y periodista que vivió aquella edición desde dentro de la carrera como enviado especial de la Corriere della Sera. Hablamos de un tiempo en que los periodistas se agrupaban en un par de coches y se empotraban en los equipos ciclistas hasta extremos imposibles de entender hoy en día. Buzzati escribió crónicas hermosísimas de aquella edición del Giro en las que establecía un paralelismo entre Bartali y Héctor que acaba muriendo a manos de Coppi, convertido en su Aquiles particular. El periodista se muestra conmovido en particular por la pedalada brusca del corredor de Florencia, su todudez y resistencia a entregar el mando de la carrera pese al aire nuevo y la energía que aporta Fausto Coppi.

Esa mañana en Pinerolo la gente enloquece cuando Bartali se hace visible. En un país presuntamente dividido en el amor a dos ciclistas que representaban modos muy diferentes de ver la vida, Buzzati siempre percibe mayor entrega hacia Bartali pese a que el corredor se ha pasado el Giro esquivando a los curiosos que se agolpan en las puertas de su hotel y que tratan de forma infructuosa de saludarle. Bajo el sol de Pinerolo Gino asoma por la plaza del pueblo y enseguida tiene que buscar un lugar en el que protegerse del acoso de la chavalada. Lo hace, no se sabe si voluntariamente, en uno de los coches de los periodistas, el mismo en el que Buzzati ha recorrido el país desde que la ronda arrancase en Palermo. Inician la conversación con una sucesión de tópicos sobre el orden de salida de la crono, el recorrido hasta Turín, el tiempo y los planes de futuro después del Giro. Entonces Bartali les hace una pregunta de trámite pero cargada de simbolismo: "¿Vosotros a quién seguís hoy? A Coppi ¿no?".

Nadie se atreve a contestarle. Callan, sonríen, huyen de la mirada de Bartali. Pregunta llena de amargura de quien sabe que a partir de ese momento dejará de tener el favor de los periodistas y también de la gente que aún le adora de forma apasionada. Pronto llegará el olvido parece decir con su cuestión. El ciclista no espera una respuesta que nadie se atreve a dar y se resigna: "Todo el mundo seguirá a Coppi. Está corriendo muy bien". En la crónica publicada en la Corriere della Sera Buzzati explica que en un arrebato de sinceridad Bartali les explica la clave de la diferencia del día anterior, de su derrota y les hace entender los once minutos perdidos con Coppi pese a lo que transmitía su pedalada: "Ya no soy el que era. Ahora me dan miedo las bajadas. Ayer perdí dos minutos en el Izoard y así en el resto. Antes me lanzaba en picado...ahora tengo miedo y cuando veo una curva cerrada freno todo lo que puedo. Vayan a saber, a lo mejor es por el accidente que tuve en Turín que me marcó. Antes lo mío era las bajadas, ahora escalo más o menos como antes, pero luego tengo miedo". Y tras decir eso abrió la puerta del coche y desapareció de la vista de los periodistas para ser engullido po las personas que querían darle un golpe en la espalda y decirle que lo sucedido camino de Pinerolo solo había sido un mal día y que llegarían más tardes de gloria. El sabía perfectamente que no.