Lou Gehrig eligió el 4 de julio de 1939 para despedirse de los aficionados de los Yankees de Nueva York. La "casa que Babe Ruth construyó", nombre por el que se conocía al estadio del Bronx, se llenó aquella tarde soleada para despedir a uno de los símbolos del club, de los que había construido el conjunto hegemónico que había ganado seis veces las Series Mundiales en apenas diez temporadas.

Habían pasado dieciséis años desde que un cazatalentos del conjunto neoyorkino se acercó a Columbia a ver a las jóvenes promesas de la universidad. Era una visita rutinaria, de tantas que se hacían con una libretilla debajo del brazo y un lápiz para apuntar. Pero en aquel momento un joven bateador sacó la bola del pequeño estadio, que cruzó como un disparo dos calles y acabó dentro de una librería. El ojeador se fue directo al teléfono más cercano y anunció el descubrimiento de alguien "tan bueno como Babe Ruth". Y en ese momento comenzó la leyenda de Gehrig que llegó a estar 2.130 juegos consecutivos en la alineación de los Yankees, un récord que permaneció inalcanzable hasta los años noventa.

Este descendiente de emigrantes alemanes se transformó en el símbolo de los Yankees en el momento en el que la carrera de Babe Ruth comenzaba a decaer. Eso pudo incidir en que las dos grandes estrellas de los "Bombarderos del Bronx" dejasen de hablarse de repente. Ni se miraban. Para unos la culpa de aquel enfrentamiento fue de los celos de Ruth, para otros la razón había que buscarla en el odio que se profesaban la madre de uno y la esposa de otro y hay quien asegura que todo nació en una ofensa de Ruth hacia la madre de Gehrig. Lo que fuera. La cuestión es que el asunto dio para que crecieran todo tipo de chismes alrededor de aquella situación. Pero el equipo se mantuvo en pie gracias a la profesionalidad de estos dos jugadores conscientes de que la camiseta de los Yankees estaba por encima de todo. Aquellos fueron años gloriosos para el equipo neoyorkino que acumuló títulos y devoción popular hasta transformarse en uno de los grandes símbolos de la ciudad. Eran las estrellas de cine de aquellos tiempos en los que la ciudad trataba de impulsarse tras el crack de 1929. Pero aquel cuento maravilloso comenzó a torcerse en 1938. Sin saber muy bien por qué Gehrig sintió que su cuerpo no respondía. Se sentía lento, inseguro, despistado y fallón. Tenía solo 35 años y no había motivos de peso para pensar en nada extraño. Le costaba llegar a las bases. Sin embargo siguió acumulando partidos consecutivos hasta que el 2 de mayo de aquel año se acercó en el vestuario al mítico Joe McCarthy, el técnico que había construido los Yankees, para decirle que le dejara fuera: "Es por el bien del equipo Joe", le dijo. Habían pasado 2.130 juegos consecutivos desde que Wally Pipp, trece años antes, se levantase con dolor de cabeza y McCarthy decidiese dar la alternativa al talento llegado de la Universidad de Columbia. Hasta aquella noche en que la megafonía del estadio de los Yankees lanzó un mensaje sorprendente a los seguidores que llenaban las gradas: "Damas y caballeros, ésta es la primera vez que el nombre de Lou Gehrig no aparecerá en la alineación después de 2.130 juegos consecutivos". El recinto retumbó por la ovación que los aficionados dedicaron a su ídolo.

Poco después a Gehrig se le diagnosticó "esclerosis lateral amiotrófica" (conocida como ELA) una enfermedad degenerativa que ataca sobre todo a las neuronas motoras y que a partir de ese momento pasó a ser conocida como el "mal de Gehrig". Los médicos le dieron tres años de vida.

Llegaba entonces el momento de decir adiós, de acudir al estadio de los Yankees y vestirse por última vez con su equipaje. Eligió el 4 de julio. Rodeado de sus rivales, de sus compañeros, Gehrig se situó en el centro del estadio y escuchó los discursos que le dedicaron el alcalde y Joe McCarthy con la cabeza baja y la gorra en las manos. Cuando le llegó el momento de hablar Gehrig era incapaz de abrir la boca mientras el estadio gritaba sin parar "queremos a Lou", un grito habitual en las tardes de gloria. "Me siento el hombre más afortunado de la faz de la tierra" dijo roto por la emoción en medio de una conmoción general. Justo en ese momento la oronda figura de Babe Ruth se abrió paso entre los asistentes y delante de los 61.000 aficionados acabó con los años de silenciosa enemistad y le abrazó de forma sincera. En medio de una gigantesca emoción Gehrig enfiló hacia los vestuarios. Era la última vez que en el estadio de los Yankees alguien llegaba el número 4 a la espalda. Tres años después, cumpliendo el pronóstico de los médicos, Lou Gehrig falleció en la ciudad a la que llenó de felicidad.