Emil Zatopek estaba cerca de cumplir los treinta años cuando comenzaron los Juegos de Helsinki. En su cabeza había un obsesión: conseguir el oro en los 5.000 y 10.000 metros, algo que se le había escapado cuatro años antes en Londres donde tuvo que conformarse con la plata en los cinco kilómetros. En la capital finlandesa arrasó en los 10.000 metros y se impuso en los 5.000 después de un duelo terrible con el francés Mimoun, el alemán Schade y los británicos Pirie y Chataway. El checo no se conformó y con las piernas castigadas cumplió su amenaza de estar en la salida del maratón ese domingo, competición para la que se había comenzado a preparar durante el invierno. Zatopek corrió cómodo durante la primera mitad de la carrera. Era su primer maratón y todo eran dudas para él. Observaba a sus rivales, copiaba algunos de sus gestos, se avituallaba a la vez que ellos. Cuando se habían cumplido 20 kilómetros se giró hacia sus compañeros del grupo de cabeza y les preguntó: con cierta timidez: "Yo no entiendo mucho de maratón, pero... ¿no vamos un poco lentos?" Unos minutos después se marchó en solitario y entró en el estadio olímpico en medio de una ovación atronadora y con el gesto descompuesto como era habitual en él, enseñando los dientes, con los codos separados de su cuerpo. Acababa de completar su obra maestra, en una semana había conquistado el oro olímpico en las tres pruebas del fondo. Algo que nadie conseguirá jamás.

La "Locomotora Humana", el sobrenombre por el que fue conocido durante su carrera deportiva, tardó en dedicarse al atletismo pese a la evidencia de sus condiciones naturales. Trabajaba desde niño en una fábrica de zapatos cerca de Praga y la primera vez que compitió fue precisamente en una carrera organizada para obreros de la fábrica. Acabó segundo, pero confesó que le agradó ver a sus compañeros aplaudiéndole en la meta y por ello comenzó a entrenarse de modo regular. No fue hasta 1945 cuando el atletismo comenzó a ser algo serio para Zatopek. Acababa de ingresar en el ejército checoslovaco y eso le permitía disponer de medios y tiempo para mejorar sus registros. Comenzó a acumular con cierta facilidad títulos en su país y sobre todo a investigar. Fue de los primeros atletas que discutieron las "verdades absolutas" que había entonces sobre los sistemas de entrenamiento. Zatopek acumulaba más kilómetros como nadie, pero introducía intervalos de 200 y 400 metros en los que cambiaba de ritmo de forma enérgica. Al principio se rieron de él, pero con el paso del tiempo su sistema supuso una revolución en el atletismo mundial. En su demostración de su capacidad de esfuerzo incluso hacía sesiones brutales en las que corría con botas lastradas. Su objetivo era que los entrenamientos fuesen tan duros que las carreras le pareciesen alegres paseos por el campo. Y así fue. En Londres, en 1948, se impuso en la final olímpica de 10.000 y fue plata en los 5.000. Fue el ensayo general de la semana irrepetible que protagonizaría en Helsinki en 1952 donde a los dos triunfos en la pista añadió el del maratón para ser reconocido como uno de los grandes héroes del deporte mundial. Cuatro años después acudiría a Melbourne donde, aquejado por las lesiones, sólo pudo ser sexto. Dos años después se despediría de la competición en España, en el cross de Lasarte. Allí, en medio de un barrizal, colgó las zapatillas para siempre y se dedicó a descansar y a entrenar a los atletas desde su puesto como coronel del ejército checo.

Sin embargo, la vida castigó con dureza a Zatopek por su oposición de la ocupación rusa de su país en 1968. Aquella `postura ante la Primavera de Praga le costó su cargo en el Ejército y los beneficios de los que disfrutaba gracias a su legendaria carrera. Hace más de diez años, en una de sus últimas entrevistas a un periódico, llegó a reconocer que tuvo que barrer las calles de la capital checa para ganarse la vida y que pasó verdaderas penurias antes de que el Gobierno checo restituyera su imagen públicamente. Entonces, hasta que llegó el derrame cerebral en el año 2000 que se lo llevó para siempre a los 78 años, Zatopek pudo vivir y ser reconocido como lo que fue, un héroe.