Jabo Irureta nunca habría dejado a Míchel Salgado fuera de la convocatoria, como ha hecho Juande Ramos. Porque Jabo creía en la cabalística del fútbol, en sus ritos mágicos, y era capaz de repetir corbata o chaquetón por vincularlo a una victoria. A Gudelj lo alineó en San Mamés porque ya el bosnio había marcado en La Catedral en una ocasión anterior y poco importaba que el bosnio hubiese envejecido. Jabo habría indagado en la biografía de cada futbolista y sabría de aquel 10 de diciembre de 1998, de la noche de gloria en la que el lateral participó. Lo habría incluido en la lista para cortejar a la fortuna, una aliada necesaria contra el aliento de The Kop.

Míchel se emocionaba ayer, al recitar ante la cámara de Real Madrid TV la composición de aquel Celta: “Karpin, Makelele, Mazinho, Mostovoi, Revivo, Juan Sanchez...”. Ha sostenido siempre que esta escuadra dirigida por Víctor, la más lujosa en la historia de la entidad, “no luchó por la Liga porque no se lo creyó”, más allá de las lesiones de Mostovoi y Mazinho en el tramo final de la temporada que siempre se han esgrimido como argumento. A un tipo con el palmarés de Míchel hay que creérselo. “Teníamos un gran equipo”, constata, “y pese a todo fue una sorpresa ganar en Anfield”.

Tal era y es el aura del estadio del Mersey, recinto donde realmente se tasa en la carne el miedo escénico. Salgado retiene con precisión todos los detalles: “Cómo me impresionó ver a la multitud, cómo los jugadores locales tocaban el escudo al salir al campo, oír el ‘You’ll never walk alone’.... Es un estadio muy especial, diferente al resto”.

Anfield no se llenó para recibir al Celta. Antes que el 3-1 de la ida pesaba la indefinición de los ‘reds’, inmersos en su larga transición. Michel Owen era el orgullo de la hinchada, junto a un Fowler que comenzaba a flaquear. Salgado le pidió la camiseta al checo Berger. Carragher y Gerrard, emblemas actuales, acababan de plantarse en el primer equipo. Pero el pulmón de la grada rugía igual en cada córner. “Come on, reds”, gritaban con furia los rubicundos hinchas. Empujaron hasta el final, incluso con la eliminatoria más que decidida tras el tanto de Revivo en el minuto 56. Anfield Road siempre muere chillando.

Revivo los calló, claro, aunque momentáneamente. Es posiblemente el gol más importante de la historia del Celta. Si no por su significado, en tercera ronda de la UEFA, sí por el rival, el escenario, el eco que tuvo la hazaña en la prensa española y continental. Ningún equipo español había profanado hasta entonces el templo de los obreros y los irlandeses. Apenas el Barça y el Valencia lo han hecho después y a veces de forma estéril (el 0-1 azulgrana en la Champions 2005/2006 no compensó el 1-2 del Camp Nou).

El israelí escogió la forma apropiada para perpetrar su sacrilegio. Con la belleza de dos recortes hacia dentro de su zurda suave y el disparo cruzado con la derecha. Al modo que Raúl había popularizado unos meses antes en la Copa Intercontinental.

Haim Michael, que hoy vive en Los Ángeles, lo ha rememorado muchas veces, según confesaba hace un par de años en una visita a Vigo. Balaídos lo acababa de ovacionar al conocer su presencia, también con Anfield a flor de piel en la memoria. “Fue el gol de mi vida”, aceptaba. Jabo le hubiera pagado el billete a Liverpool. Y se hubiera llevado a Míchel, desde luego.