Luis Miguel Pascual / parís

"Ahora sí que he hecho realidad el sueño de mi vida", afirmó Sastre desde lo más alto del podium de París. "Gracias a todo el mundo, he hecho realidad mi sueño", repitió con el micrófono en mano en tres idiomas, francés, inglés y español. Acaba de recibir el último maillot amarillo, el que cuenta, de manos del alcalde de París, Bertrand Delanoe, ajustado como siempre por Bernard Hinault, el quíntuple ganador del Tour, el rostro de todos los podios.

Sonriente, acompañado de sus dos hijos, Claudia, de seis años, y Yeray, de cuatro, Sastre posa para una foto histórica, con el Arco del Triunfo de fondo y el himno español, raudo como un ciclista en fuga, como música de fondo.

A su diestra, el australiano Cadel Evans tiene el rostro largo, de pocos amigos. Hace carantoñas a los hijos de sastre pero no está cómodo en ese podio que conoce tan bien. Fue segundo el año pasado. A la izquierda está Bernhard Kohl, que saborea vestido con el maillot de la montaña, el tercer escalón del podio como un premio gordo, el más grande de ningún austríaco en el Tour.

"Esta carrera ha llegado al fin que yo buscaba, es una sensación muy especial, ver toda la gente que hay aquí te trae a la mente muchos sentimientos que se acumulan durante tantos días. Me siento feliz", afirmó Sastre.

Su esposa, Piedi, se esconde de los focos. No quiere ni verlos, rechaza salir en la tele, hablar para los medios. Los padres de Carlos no caben por los pasillos, orgullosos de ver a su hijo subir al escalón más alto que conoce el ciclismo mundial. "Es algo que quería vivir", repitió Sastre, un tanto turbado por tantas sensaciones, por tantas alegrías.

"¿Qué cuando me lo creí? Hace un minuto, cuando atravesaba la meta", señaló sonriente.