La Galicia futbolística vibra con la selección española, pero añora una vinculación más estrecha con el equipo. Ni una sola gota de sangre galaica en sus filas. La relación genética con el torneo concluyó con la eliminación de la Suiza de Cabanas, hijo de emigrantes. Sin embargo, hay nexos afectivos fuertes entre el país y el grupo de Luis Aragonés. El deportivismo, por ejemplo, observa a Joan Capdevila, que lloró cuando visitó Riazor con la camiseta del Villarreal. Y el celtismo refuerza su adoración por David Silva, que completó su lactancia en Vigo.

Una temporada la bastó a Silva para ganarse el aprecio y la admiración de Balaídos. La campaña de regreso a Primera División concluyó con la clasificación para la UEFA y tuvo al canario entre los principales artífices de lo que el tiempo ha convertido en una primavera entre descensos. El césped del viejo estadio recuerda su trotecillo constante y solidario, sus pases precisos y algún que otro gol. Aunque el más celebrado se produjo en A Coruña. Con la mano abrió el marcador de aquel derbi triunfante.

La relación entre el Celta y Silva fue tan breve como intensa y quizá su pronto final aumente la belleza del romance. Surgió de la casualidad, como conviene a los mejores relatos. Vázquez había estudiado al chico cuando militaba en el Eibar y se lo pedía a Horacio Gómez. Pero el Valencia planeaba enviarlo a Getafe junto a Gavilán. Estaba el presidente de visita en el "stage" belga cuando un periodista le indicó: "Dicen en Valencia que se ha roto el acuerdo porque Silva tiene pubalgia". "Nos puede ayudar. Llamaré a Félix", contesto Gómez. Carnero y Vázquez movieron sus hilos. A los pocos días el préstamo a los celestes se concretaba.

Silva entusiasmó a todos dentro y fuera. "No tenía ni un solo enemigo dentro del vestuario", recuerda Eugenio González, que colaboraba con el club como principal asistente de los jugadores. Era un chaval apenas salido de la adolescencia y con una novia de su corte, más tímido que serio, de palabra escueta pero amable. Pronto su madre se mudó a su vera. "Sólo pensaba en el fútbol, lo vivía", menciona González. Se pasaba horas ante el ordenador, navegando por mares principalmente de su oficio. Rara vez cató las noches viguesas. Sólo lo vieron beber alcohol en la cena de celebración de la UEFA y para arrancarse a bailar, como le pedían.

Silva jamás ha frenado en su carrera. El genio de Arguineguín, heredero de su paisano Valerón, fue captado a edad temprana por el Valencia. Creció en el Eibar, maduró en el Celta y Sánchez Flores lo reclamó para el primer equipo, donde ha eclosionado. Con todo, a los celestes se les abrió una ligera ventana para retenerlo. La entidad levantina, que disponía de Vicente, Gavilán y Regueiro en su demarcación, aún no creía tanto en él como para declararlo intransferible. Lo tasó en 8 millones de euros. "Cómprelo, presidente. En dos años habrá triplicado su precio", le recomendó Fernando Vázquez, al que había enamorado. A Carlos Mouriño no le convenció el trato. Llegaría Nené por 5. Silva se alejó para siempre, camino de una horizonte que tampoco se termina en el Turia. Barça y Manchester lo codician.

El éxito no lo ha cambiado. Sigue charlando con los colegas que dejó en Vigo, a donde viajará en sus vacaciones. Agradecido, confiesa lo que le debe a Celta y Eibar, donde ofreció el noble acto de renunciar a una clara ocasión porque había un adversario tirado en el suelo. La deuda es mutua. Por eso el celtismo lo quiere campeón a él sobre todos, aunque matice su sonrisa con la tristeza de lo que hubiera podido ser.