"Estoy contentísimo por poder participar en los Juegos Olímpicos pero triste por dejar a mi mujer y tres hijos bajo el cerco durante meses", explicó el corredor, Nader al-Masri, poco antes de cruzar el paso de Erez con Israel para dirigirse a la ciudad cisjordana de Ramala, donde proseguirá su entrenamiento cara a la cita deportiva.

Como al resto del millón y medio de habitantes de Gaza, el bloqueo israelí había impedido hasta ahora a al-Masri abandonar la franja desde que en junio el grupo islamista Hamás tomó el territorio por la fuerza tras expulsar a las fuerzas leales al presidente palestino, Mahmud Abás.

Desde entonces, Israel ha negado todos los permisos de salida, salvo en casos muy contados de carácter humanitario o empresarial, que no correspondían con el perfil de al-Masri.

El joven deportista, que corre los 5.000 metros, recuerda con frustración que tuvo que renunciar durante estos últimos diez meses de "encierro" a entrenar en Cisjordania, y a competir en pruebas deportivas de Italia, España y Qatar.

De hecho, a punto estuvo de perder su última baza de representar a la Autoridad Nacional Palestina (ANP) en Pekín por la persistente negativa del Ejército israelí a autorizar su salida de la franja para entrenar en Cisjordania.

"Casi no consigo salir de Gaza. Ahora planeo ir a Ramala para continuar allá mi entrenamiento hasta que parta hacia Pekín antes de agosto", explica con una sonrisa de oreja a oreja.

Su alegría es bien justificada.

No sólo cumple su sueño de competir entre los más grandes; deja atrás, además, unas condiciones de entrenamiento deplorables.

Atleta desde 1998, al-Masri se veía obligado hasta el momento a trotar con unas deportivas baratas a lo largo de la franja -de tan sólo cuarenta kilómetros de largo por diez de ancho- esquivando carros tirados por burros e innumerables baches.

Todos los días de la semana, salvo el viernes -día santo en el Islam- daba vueltas durante tres horas al estadio de arena de Al-Yarmuk, en la ciudad de Gaza, a dieciséis kilómetros de su casa.

Una rutina autoimpuesta desde que se enteró por la prensa de su selección por el comité olímpico local para ir a Pekín.

"Llamé al responsable del Comité (palestino), Nabil Mabruk, quien me confirmó que había sido elegido y me pidió que comenzara a entrenar inmediatamente", recuerda el fondista.

La calidad de vida de Masri también dista mucho de la de las estrellas que brillarán en Pekín este verano.

Vive en una casa humilde en Beit Hanún, en el norte de Gaza, junto a su mujer y sus tres hijas, la última de las cuales, Raghed, llegó al mundo anteayer.

La concesión del permiso de salida, un día después, redondeó la alegría.

Su petición permanecía bajo una pila de impresos en la mesa de funcionarios israelíes, pero cuando la prensa informó de su caso esta semana el Ejército israelí declaró que "la situación de seguridad había cambiado" y desbloqueó su dossier.

Un criterio que indigna a la directora de la ONG israelí Gisha, Sari Bashi: "No tienes que ser corredor olímpico para ejercer tu derecho a abandonar Gaza. El caso de al-Masri demuestra lo absurdo del cierre israelí, que priva a 1,5 millones de personas de su libertad de movimiento".

Al-Masri, quien hace dos años participó en los Juegos Asiáticos de Doha, estará acompañado en Pekín por tres compatriotas -otro atleta y dos nadadores- de Cisjordania, ocupada por Israel, pero no aislada del mundo como Gaza.

"Pese a las dificultades, estoy dispuesto a sacrificarme lo que haga falta hasta verme ondeando la bandera del Estado de Palestina en los Juegos Olímpicos de China", sentencia al-Masri emocionado.

Los palestinos obtuvieron reconocimiento olímpico en 1993, tras la firma de los Acuerdos de Oslo entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), y compitieron por primera vez en Atlanta en 1996.

Hace cuatro años, en los juegos de Atenas, concurrieron dos palestinos, entre ellos la corredora Sana Abu Bjit, quien a sus 19 años desafió los recelos de su comunidad debido a su condición de atleta femenina y compitió en Grecia.