Ensayo

Thomas Bernhard: ética e ira

Anagrama presenta una nueva edición de ‘Relatos autobiográficos’, la pentalogía magna de uno de los escritores y dramaturgos más lúcidos, iracundos e impactantes del siglo XX

Thomas Bernhard.

Thomas Bernhard.

Lucas Martín

A la luz del vuelo más o menos reciente adquirido por la literatura de Thomas Bernhard, acaso el escritor en lengua alemana más influyente en los últimos treinta años en España -lo que no da, para ser honestos, y en ningún caso, como para llenar el Metropolitano- cuesta mucho creer en las dificultades que tuvo que arrostrar Javier Marías para conseguir publicar una de sus novelas por primera vez en el país. Contaba el autor madrileño, dotado de un finísimo y consecuente olfato editorial, que la primera reacción de su candidato a traductor, antes de que se ocupara de su obra Miguel Sáez, consistió en acusar al austriaco de todo lo que un lector despistado y superficial puede acusar a Bernhard: pesimismo, misantropía, exageración, esnobismo. Unos atributos que no diferían en exceso de los que le dedicaban sus escandalizados compatriotas, que ahora lo han convertido embarazosamente en un argumento turístico, pero que por entonces no se ocultaban en llamarle «monstruo» e incluso en apedrear con saña las ventanas de su domicilio. Una carta de presentación, la de todos estos simpáticos denuestos, que a algunos le puede parecer disuasoria, pero que a muchos nos despertaría una atracción instantánea y retrospectiva sin ambages. Quizá de un modo ventajista y concienzudo y después de haber absorbido la mayoría de su producción. Y, sobre todo, desde esta hora, en la que Bernhard no sólo ha sido redimido por su legión de damnificados, sino que apenas se discute como uno de los dramaturgos y novelistas más significativos -y también controvertidos- de la literatura europea del pasado siglo.

Si Bernhard paseara ahora por su repudiada Salzburgo y viera su cara estampada en carteles publicitarios de la ciudad y hasta en tazas de té seguramente no tardaría mucho en volver a recluirse en el campo y componer otra de sus famosas diatribas contra la sociedad austriaca, dotada, como saben, casi como ninguna otra a la hora de satanizar y rehabilitar con entusiasmo a sus mejores hijos, pero también a los peores y en una cronología pasional justamente a la inversa. Sin embargo, es probable que observara con satisfacción dos de las múltiples lecturas de su obra que le ha deparado la posterioridad. La primera, la vigencia de sus inspiradas invectivas hacia la insensatez, la violencia y la hipocresía social, presente como nunca a través de internet. Y la segunda, más local, su aportación a uno de los pocos países junto a Italia -España, quién lo diría- que se libraba de sus imprecaciones. Una aportación que tiene como protagonista a Miguel Sáenz, su biógrafo y traductor, que ha sabido transformar su estilo en un nuevo registro para el castellano, tan obsesivo y novedoso en su musicalidad como vigorizante para el patrimonio vivo del idioma. Por más que al propio Sáenz no le guste presumir de méritos. Ni siquiera en su reciente prólogo de ‘Relatos autobiográficos’, la pentalogía de Bernhard que acaba de publicar Anagrama.

Reencontrarse con los cinco tomos que conforman este título, agrupados por segunda vez en un único volumen, supone una oportunidad para constatar su abrumadora fuerza narrativa y su indudable peso en la bibliografía bernhardiana, pero también una fórmula para medir su recorrido en el género de la autobiografía, actualmente puesto en solfa en términos de calidad por la tendencia a relatar miserias personales incapaces de suscitar interés alguno entre lectores que no sean el propio involucrado. La vida de Bernhard, poco dada a la exposición pública, más allá de lo que cuentan sus libros, parte en este monumental proyecto de un pacto con lector que no deja lugar a equívocos y al mismo tiempo los convoca todos, el de la palabra «relatos» que ya anticipa su concepto sobre la memoria y la invención. Un principio que casa con la propia voz del autor, propensa de un modo wittgensteiniano a crear estructuras en las que la narración, reiterativa y circular, acaba por modelar el pensamiento y los hechos. En este caso, lo que se supone que son sus vivencias, que completan un universo insustituible y afín a sus obras deliberadamente de ficción. Con independencia de la originalidad de sus tramas -en ‘Corrección’, por ejemplo, un arquitecto se empeña en construir un edificio en forma de cono para encerrar a su hermana- Bernhard transmite en toda su escritura las inquietudes que por supuesto no faltan en la pentalogía: las limitaciones y la vanidad creadora del hombre, la enfermedad mental, el aislamiento. Y, sobre todo, un extremo capital y especialmente polémico en su literatura, presente en estos textos en la evocación de sus años infantiles en internados nazis y católicos: la connivencia y ceguera colectiva ante el auge de la brutalidad. Bernhard ama las artes y la supervivencia y deplora al hombre, pero también lo contrario, porque en el fondo su obra lo que hace a nivel ético es un ejercicio de responsabilidad: atacar a lo peor que vive en el hombre y en las artes, impugnar la vida precisamente por el deseo de vivir.

Casi medio siglo después del inicio de su publicación, la pentalogía sigue siendo el testimonio de una mente irreductiblemente lúcida, además de una obra que, en forma y en fondo, resulta toda una revolución: su causticidad, su melodía, sus hipérboles que desatan a la par la indignación y la risotada, la manera de someter al fluido de la conciencia a una tensión dialéctica y teatral pocas veces antes vista, lo convierten en una cima. Y no precisamente entre las zalamerías y los souvenirs y las tazas de té.

Relatos autobiográficos

Autor: Thomas Bernhard

Editorial: Anagrama

Traducción: Miguel Saénz

Precio: 25,95 € 

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