Iniciativa cultural

J. M. Coetzee vivirá dos meses en Madrid como escritor residente en el Museo del Prado

El Nobel surafricano se impregnará de todas las instancias de la pinacoteca durante junio y julio en un proyecto impulsado por el museo y la Fundación Loewe

El escritor J. M. Coetzee, premio Nobel de Literatura en 2003.

El escritor J. M. Coetzee, premio Nobel de Literatura en 2003.

Elena Hevia

Las residencias de escritores, esas que ofrecen a los autores tiempo, espacio y medios para trabajar en las mejores condiciones, son moneda corriente en nuestro panorama cultural, pero sin duda ninguna ha tenido hasta ahora el honor de contar con un participante tan estelar y a la vez tan esquivo como el premio Nobel J. M. Coetzee. El surafricano será el primer autor que se beneficie de 'Escribir El Prado', según ha podido saber este diario. Un proyecto de Miguel Falomir, director de la pinacoteca, impulsado por esta conjuntamente con la Fundación Loewe y permitirá a diversos escritores internacionales zambullirse no solo en las obras expuestas en el museo sino también en sus fondos y talleres, así como en los encuentros con sus especialistas, técnicos y restauradores, dándose un verdadero baño artístico. El objetivo es propiciar un texto literario que será publicado por la revista 'Granta', primero en su edición en castellano y posteriormente en la británica. La publicación y su editora, la norteamericana Valerie Miles, asesoran el proyecto de ámbito internacional.

Que sea Coetzee (que tiene en su haber un Nobel y dos premios Booker) quien dé el pistoletazo de salida a la iniciativa da cuenta de la ambición de un proyecto que llevará al escritor a visitar los próximos meses de junio y julio la capital madrileña, una estancia que muy posiblemente llevará con la máxima discreción, dado su proverbial carácter arisco, muy alejado de los focos mediáticos y de los periodistas. “El interrogatorio es un medio que no se me da bien. Soy demasiado breve en mis respuestas, y esa brevedad (sequedad) se malinterpreta muy a menudo como signo de irritación o de enfado”, explicó en una carta a su amigo Paul Auster, muy consciente de sus aparentes asperezas.

Amor al castellano

El Nobel ha demostrado a lo largo de su vida, pero muy especialmente en este siglo XXI, una voluntad de alejarse de los más reconocidos polos de poder cultural del panorama anglosajón, como Nueva York o Londres, ciudades en las que llegó a residir. Lo que en los últimos años se ha traducido en una particular querencia por la lengua castellana –Coetzee es un gran conocedor de la literatura latinoamericana- que le ha llevado a profesar una reflexiva militancia en sus escritos a favor del Sur geopolítico. Siguiendo con estos postulados, sus libros más recientes han aparecido antes en castellano –concretamente en la editorial argentina ‘El Hilo de Ariadna’- que en el original inglés, frente al que muestra reticencias como “lengua de la globalización”. 

Tan solo un año antes de ganar el Nobel en el 2003, Coetzee se trasladó a la ciudad australiana de Adelaida como docente en su universidad y poco después adquirió también la nacionalidad australiana, una forma más de reivindicar de manera simbólica el hemisferio Sur. Y es que el autor ha ido dejando atrás paulatinamente su faceta como narrador puro para irse convirtiendo con el tiempo en un pensador crítico frente a temas como la defensa de los animales, el vegetarianismo y la injusticia social.

España, un país que ha visitado como particular en diversas ocasiones, ha sido también escenario recurrente para algunas de sus historias. En el 2000 escribió un cuento titulado ‘Una casa en España’, en el que explicaba que se había comprado una vivienda en el pueblo leridano de Bellpuig, en el Urgell, donde según el relato solía pasar temporadas. Tras sembrar la duda, su editorial española Literatura Random House acabó desmintiendo el dato al aclarar que aquella la historia se circunscribía únicamente al ámbito de la pura ficción, aunque en alguien tan celoso de su intimidad siempre puede caber la duda de si realmente el autor llegó a residir allí, de incógnito, durante algún tiempo. Imposible saberlo.

Sin abandonar la geografía catalana, su último trabajo, 'El polaco', aparecido el año pasado, llevaba la trama hasta Barcelona, donde un pianista experto en Chopin es invitado por una mujer de la que acababa enamorándose. Y otra nota más, Elizabeth Costello, un personaje errante que aparece en varias de sus obras y ha sido considerado como un alter-ego del propio autor, se recluye durante un cierto tiempo en un pueblecito de Castilla.

Respecto al peso de las artes en la obra del surafricano, éste cuenta con muchas páginas dedicadas al cine, el baile y en especial, a la música. Es de destacar como en ‘El polaco’, el autor juega con una imagen de un perro en un parque de Polonia que prácticamente congela como si se tratara de un cuadro y que sirve al protagonista para abordar una poderosa reflexión sobre cómo la memoria transforma nuestra percepción de las imágenes. 

La propuesta de autores residentes del Prado ha previsto que sean seis en total los escritores o escritoras que visiten el Museo, uno en primavera y el segundo en otoño para cada uno de los tres años de duración del proyecto. La pareja de autores seleccionada anualmente responderá a un modelo de escritor de carrera larga y gran reconocimiento y a otro de carácter más emergente, en periodos de estancia que variarán de tres semanas a dos meses.

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El binomio escritura y pintura tiene ya una larga tradición en el museo y muchas son las obras literarias que se han valido de sus fondos como fuente de inspiración. La colección permanente fue una influencia directa para escritores como Eugeni D’Ors quien en el seminal ‘Tres horas en el museo del Prado’ escrito en 1922 estableció lo que el propio museo considera una guía imprescindible para visitarlo. Parecida intención tiene el libro del argentino Manuel Mújica Laínez ‘Un novelista en el Museo del Prado’. Sin olvidar el poemario ‘A la pintura’ en el que Rafael Alberti -que quiso ser artista plástico-, glosa poéticamente los cuadros que más le impresionaron en su primera visita a la pinacoteca y la obra de teatro ‘Noche de guerra en el Museo del Prado’, que da cuenta del traslado de las pinturas al sótano del edificio para preservarlos de los bombardeos franquistas durante la contienda civil, mientras los personajes de las pinturas cobran vida. Una intención didáctica similar anima la pieza ‘Las meninas’ de Buero Vallejo al explorar los misterios de la realización del carismático cuadro.

Más recientemente, Antonio Muñoz Molina publicó el pasado año ‘Rondas del Prado’, recopilación de las conferencias que dictó en 2019 coincidiendo con el bicentenario de la institución. Desde una mirada más excéntrica y menos formal habría que recordar el inicio de la ‘memoir’ ‘Saliendo de la estación de Atocha’ en la que el poeta británico Max Porter realiza un paseo alucinatorio por las salas de la pinacoteca y así como el cómic que esta encargó a Max, ‘El tríptico de los encantados’, una particular mirada a ‘El jardín de las delicias’ de El Bosco en el 500 aniversario del pintor flamenco.

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