En el caluroso mes de julio de 2011 los canónigos de la catedral de Santiago se dieron cuenta de que faltaba el Códice Calixtino. El culpable único de la sustracción de esta reliquia acabó siendo un electricista, hoy ingresado por un derrame cerebral, que entonces "pecó" por desquite. La desaparición de esta joya bibliográfica del archivo del templo que preside la plaza del Obradoiro, meta de todo peregrino, tuvo una enorme trascendencia mediática y son muchísimas las líneas que desde entonces se han redactado acerca de esta apropiación indebida con un móvil que el autor del robo no dudó en confesar: venganza porque en la seo ya no querían contar más con los servicios que prestaba desde hacía dos décadas como autónomo.

El periodista Luis Rendueles (Gijón, 1967), con un llamativo título, "Los ratones de Dios" (AlRevés), ha querido plasmar en un libro la historia de todo ese tiempo en el que faltó la pieza literaria de valor incalculable, considerada la primera guía de viajes del mundo.

Según Rendueles, "Los ratones de Dios" es, en suma, un retrato de la investigación policial que permitió recuperar este incunable, hasta entonces bastante desconocido, pero cuya falta, en cuanto se supo su historia, conmocionó a toda la sociedad española e incluso internacional.

Para adentrar al lector en aquellos doce meses de investigación intensa, el comunicador basa su narración en jugosos documentos policiales y judiciales y, en varias ocasiones, reconstruye además en estilo directo los diálogos que él mismo consultó en esos textos para darle mayor viveza a la narración.

También recoge en sus páginas entrevistas personales con todos los protagonistas principales, entre los que se encuentra el juez José Antonio Vázquez Taín, el encargado de llegar hasta el fondo de la cuestión, que también es conocido en Galicia por dirigir las investigaciones del crimen de la niña Asunta y, mucho antes, por su persecución al narcotráfico.

Precisamente el juez instructor del caso publicó en 2013 la novela "La leyenda del Santo Sepulcro", en la que la trama del robo del códice servía de nexo entre la Galicia del siglo IX con la actual.

Con un relato fluido y directo al grano, como es el proceder del propio Vázquez Taín, el relato de Rendueles traslada al lector de inmediato al punto de vista de la inspectora Ana, miembro de uno de los grupos de la Brigada de Patrimonio Histórico de la Policía Nacional, cuerpo clave en el operativo desplegado.

Su responsable, el inspector jefe Antonio Tenorio, que estuvo al frente del caso, no deja de estar presente en unas líneas en las que el autor le agradece expresamente su colaboración y admite que "tiene una deuda con él que no podrá pagar".

Las pesquisas de estos seres reales, unas averiguaciones que terminaron por señalar al especialista en instalaciones eléctricas, desvelaron asimismo que, entre otros trapos sucios, en la catedral compostelana había "individuos" que llevaban años robando el dinero de los peregrinos, hechos que los sacerdotes que allí trabajaban nunca habían denunciado.

"Donde hay queso, siempre hay ratones", expone Rendueles que le respondió el deán de la catedral a la inspectora cuando le preguntó por estos delitos, frase que explica a la perfección el título de la obra.

No faltan tampoco en el libro numerosas referencias al Códice Calixtino, textos que el autor encaja en la trama, que incluye aparte abundante documentación gráfica con fotografías de todo tipo: el lugar donde se guardaba el manuscrito del siglo XII, planos elaborados por la policía, grabaciones de la cámara oculta, dinero y objetos encontrados en la casa del culpable.

En todo momento está presente el electricista Manuel Fernández Castiñeiras, Manolo, condenado a diez años de prisión, que el Tribunal Supremo redujo a nueve, y que había sido despedido.

El escritor muestra descripciones exhaustivas de él, y de su manera de actuar, lejos de ser la de un astuto ladrón profesional.

"Los ratones de Dios" es un cuento auténtico, de un códice que apareció el 4 de julio de 2012 en un garaje situado en el lugar de Milladoiro (A Coruña), próximo a la capital gallega y propiedad del único encarcelado, ahora ingresado en el hospital Álvaro Cunqueiro de Vigo en estado grave, tras haber sufrido un derrame cerebral en prisión.