Su búsqueda permanente de la aventura y la originalidad le mantienen alejado de las salas de cine desde hace más de una década, pero Gonzalo Suárez (Oviedo, 1934) sigue activo y en forma y la última prueba es "La musa intrusa", un libro que combina autobiografía y ficción de inspiración 'hamletiana'.

Sin asomo de nostalgia y fiel a su espíritu lúdico, este creador incansable dice que las cosas han cambiado mucho.

-¿De dónde salió esta idea de mezclar ficción y autobiografía?

-La culpa la tuvo (el editor) Claudio López Lamadrid. El relato era demasiado corto para un libro y él me propuso agregar retazos personales. Me da cierto pudor porque en el fondo he sido muy ingenuo y hay historias que cuento de una inocencia flagrante.

- ¿Por ejemplo?

-El juego de la güija que nos dio tanto miedo a mi hermano y a mí... O también me asombra la historia de la bruja doña Pepita, que adivinaba lo que iba a pasar. Me impresionó tanto que dejé de ver brujos. Pero todo esto pone de manifiesto que en el fondo uno era un ingenuo.

- Hay una frase que parece resumir su actitud vital: "Acostúmbrate a morir en cada instante y deslízate por el tiempo como un niño por un tobogán".

-Lo malo del tobogán es que va a toda velocidad, tendría que tener freno y marcha atrás. Bergamín dice que el niño que hemos sido nos persigue toda la vida y en la vejez nos alcanza, pero a mi no me ha perdido de vista nunca.

- ¿La imaginación surge como autodefensa?

-Claro, para suplantar la vida cuando la vida era más bien triste. La separación de mis padres la recuerdo con más horror que las bombas. Había que inventarse el mundo, yo he tratado de hacerlo pero al final es el mundo el que te inventa a ti.

- ¿Qué opina del cine que se hace hoy?

-Ahora impera el resultado. En mis tiempos hacer una película comercial me daba vergüenza. Cuando tuve éxito con "Morbo" la odié porque pensé que había hecho algo mal. Ahora se valora una película porque da mucho dinero. A veces coinciden las dos cosas pero normalmente no tiene nada que ver, sino lo contrario. Me temo que el valor más extendido en el mundo hoy es la vulgaridad, la horterada.

- Quizás es que lo vulgar tranquiliza.

-Sí, los héroes del cine español en su día, Landa, Pepe Sacristán, eran pobres hombres, oficinistas; eso daba superioridad al macho de la época. Nosotros no producíamos personajes como los de Gary Cooper. Ahora pasa igual, se hacen películas que te alivian porque son más vulgares que tú .